Blogia
De espaldas

Palabras sueltas

Una casa a cuestas (III)

Una casa a cuestas (III)
.
Hacia adelante

Miro a través de la puerta entreabierta.

Y me sorprendo. No podría ser de otra manera.

Que no pronuncie tu voz que no hay remedio.

El aire llega sin pedir permiso.

Ya no lo necesita.

Dime que tienes pan para tus mañanas.

[Tengo pan para mis mañanas]

Dime que desearás mirar a través de la ventana.

[Desearé mirar a través de la ventana]

Dime que llevarás tu casa a cuestas.

[Llevaré mi casa a cuestas.]

Porque es lo único que tienes.

[No. Porque es lo único que soy.]
.

Una casa a cuestas (II)

 

Una casa a cuestas (II)
.
El duelo

El Norte
me queda lejos.
Lo perdí
junto con el pálpito
que me adelantaba
tu sonrisa.

El Sur
se quebró anteayer.
Con música de fondo
y una oscura letanía
acomodada en mis entrañas.

[Tintinea la voz rota.
El ladrón de palabras
se llevó mis crucigramas.]

El Este
amanece nublado
y el Oeste se despide
dejándome en este basurero
que ya me es cotidiano.

[Era gris y paseaba.
Una sombra sobre dos pasos.]

Sigo siendo la niña
que nunca tocó el lomo de un caballo.
.

Una casa a cuestas (I)

 

Una casa a cuestas (I)
.
La constatación

Me miro en el espejo del café.
El azúcar corrompe la sobriedad de la mañana.
Es imposible vivir en blanco.
Ni tan siquiera el pan se resiste.
El trigo se deshace sobre una alfombra de bambú.

Un mapa se quedó abierto
encima de la mesa.
La ruta de los caracoles no sirvió para encontrarte.
.

Puede ser

Puede ser
.
Vuelvo a empezar.

Al ritmo de las tortugas.

Un paso al lado del otro.

En paralelo.


Tal vez te regale un trozo de consciencia.

[Puede ser]

Tal vez me vaya de tu vida.

[Puede ser]

Tal vez me esconda de la mía.

[Puede ser]

Tal vez te mire y me arrepienta.

[Puede ser]

Tal vez anude mis temores.

[Puede ser]

Tal vez te gane la partida.

[Puede ser]


Caminaré por la única curva

que existe en mi nombre.

Mayúscula infinita.

Permaneceré.

Quieta.

Unida a la raíz

del árbol de mis días.

Sujeta mi cintura a mi cintura.
.

Creo

Espigas 1
.
.
Mi voz se contiene.
Como pocas veces antes ocurrió.
Hablé hace tres semanas,
dos días y catorece horas.

Creía,
creo,
creeré.

Profeso una fe absoluta.
En la palabra.
El sentimiento me llega roto.
Y jamás pensé que una querencia
pudiera replegarse
para jugar al escondite.

Deslizo mis dedos
por encima de un papel azul.
Contenía las frases justas.
La dicha era pequeña.
No necesitaba de grandezas
ni de trompetas de Jericó.

Aquella carta guarda hoy
vocales que ya no suenan,
consonantes cadavéricas
camino del único cementerio
que no arroja tierra
para enterrar a sus muertos.

El Olvido
alberga las tumbas
de las promesas fingidas
y da cobijo a una recurrente
melancolía,
que encontró su rumbo
cuando los amigos,
después de contemplar el horizonte,
no supieron pintarlo
con colores semejantes.

La Tierra espera.
Aunque yo no sepa cómo contarle.
Y después me escribe con las letras
de mi viejo cuaderno de caligrafía.

Busca consuelo.
Sabe que, con cada fruto
que le arrancan,
el final está más cerca.

Creía.
Creo.
Creeré.

Mientras el trigo crezca
y el sol
lo ilumine,
la fe,
mi fe,
llenará las palabras de significados
y arrinconará
la lejanía
más allá del recuerdo
que me desdibuja.

Sujeto con fuerza,
con los puños pretos,
las quimeras mojadas por la lluvia.
Es la vida,
mi vida.

En el suelo

Avance otoñal

En el suelo.
Como una hoja.
Muriendo.
Casi muerta.
Dos segundos más tarde,
muerta ya.


Hoy hubiera querido.
Desear
dicha y fortuna.

A quién se olvidó
de mi nombre.

Lo hubiera querido.
Pero sé
que no lo quiero.


No existe
el amor incondicional.
Y tampoco
el rencor de por vida.


El engaño se disuelve.
Tú me ves
borrosa.
Yo no alcanzo a verte.

La única verdad
que me sosiega
es saber que mentirme
me hace sonreir
cada mañana.

La espiral

La espiral

[Prólogo]

Miro.
Por ti.
Por mí.

Escucho.
Por ti.
Por mí.

Tiemblo.
Por ti.
Por mí.

Callo.
Por ti.
Por mí.

[…]

Rojo.
Con negro,
mucho negro.
El horror
siempre
es oscuro.

[Epílogo]

Huyo.
Por mí.
Lloro.
Por ti.

La muerte
es lo único que poseo.
La quiero conmigo.
Para atesorarla.

Vivo.
Por mí.
Sólo por mí.
.

Utopía

Utopía

Te llevaré de la mano
hasta la esquina
en la que pueda doblar
mi vida en dos,
en tres,
en cuatro partes
si hace falta.

Podrás contemplar
cómo son mis sueños
después de desnudarlos
y sabrás
que las tardes venideras
traerán
un cálido sosiego.

Te aseguro
que si para entonces
conservas tu mirada ingenua,
llamarás a la Utopía
por su nombre de pila,
como si la conocieras
desde el mismo momento
en que naciste.
.

El juicio final

El juicio final (II)

Pude hablar
hasta llenar el mar
de tu silencio
con vocales distraídas
y consonantes sonoras.

Pude rezar
hasta fijar en tu gesto
la dicha olvidada
con tres rayos de luz
y un ramillete de azahar.

Pude hacerlo.
Pero no quise.

El sopor
se hizo amigo
de mis pasos
y ya no supe
caminar a tiempo.

Desde entonces
dormito
bajo un cielo
de tormenta.
Y temo escuchar una palabra.
Una sola.
La Única.

.
.

Afilado y punzante

Afilado y punzante
.
.
Ayer me preguntaste
por las palabras
que nunca quise decirte.
Que nunca te diré.

Hoy sabes
que mis brazos
no son capaces de soportar
tu tristeza.

Mañana
llegaré de madrugada
y contemplaré,
una vez más,
tu sueño inquieto.

Nunca hubiera imaginado
que perder el amor
entre las sábanas
doliese tanto.

Afilado y punzante,
el tiempo
ha sido mi asesino.
.

De espaldas

El vicio de vivir sale muy caro.

Se siente y se olvida.

Se llora y se llora.

Se ríe una vez cada cien años.

Por eso muchos no ríen nunca.

No les da tiempo.

Viven noventa y nueve

y cuando van a cumplir el siglo,

Se les queda congelada la sonrisa.

Sin horas


.

Hoy es domingo.

Y mañana será,

cómo no,

domingo.

Sin horas

para llorar

a escondidas,

porque durante la víspera

del lunes

la vida se respira

a través

de pupilas ajenas.

La noche

acalla las preguntas.

Es malo

saber que el lamento

puede despertar

a los vecinos.

Un escaparate

es el lugar perfecto

para reconocerse muerto.


.
.
La imagen se corresponde con un fotograma de la película "M, el vampiro de Düsseldorf", de Fritz Lang

De frente

Como las peonzas.

Átame las manos para que mi torpeza sea menos evidente.

Giraré y giraré y giraré.

Buscando el sol.

El viento de levante escenifica su primera versión del abandono.

No queda arcilla para modelar.

Cae la luz sin grandes pretensiones.

.
.
.
Datos de la imagen: Vacío (Serie Contrastes) por Ana Matey Marañón


___________________________________________

Agradeceré mi silencio. Lo sé porque es algo que necesito: hablar por hablar cansa. Y hablar sin tener algo importante que decir, además de provocar agotamiento, genera numerosas dosis de estupidez y en mi bolso ya no caben más adjetivos inservibles. Nunca llevo reloj. Algo he aprendido con los años. Hasta más leer, :-D

En lo alto

.
.
En lo alto,

-si cabe una existencia más alta,

más inmensa

que la sujeta a un calendario mudo,

sin refranes ni santoral católico-

Melquíades

rehusó saberse muerto.


El instante de los agostos morenos

se quedó prendido

en el bolsillo interior de su chaqueta.


El calor de la era

se conservó

en una esquina

porque supo agachar la cabeza

y negar la evidencia de un invierno.


Sin agua,

sin arroz

y sin palabras.

Las horas se vendieron,

a partir de aquel consciente abandono,

porque el tiempo sí que pasa factura.

La razón la tienen siempre

los que aprietan la cuerda a la garganta.


La dignidad

lo acusó de cobarde

y él, como respuesta,

volvió a subir la montaña.

En lo alto,

Melquíades

rehusó saberse muerto.

.
.

El estante


Desde el rincón.

Zapatos y una peonza.


En el espejo.

Dos veces gris.


Vieja.


Como el pulso

que sujeta el hilo.


Enhebrar la aguja

y coser un botón.


Ahora.


Dentro de un año

la hoja será caduca.


El estante acumulará

polvo y finales infelices.


Miedo.



Tumulto

.
.

Nada es nuevo.

Tu aliento es circular,

como tu odio.

Comenzará mañana,

cuando el mantel de nuestra mesa

enoje tu mutismo.


Ellos están.

Simplemente.

De espaldas a mi vida

y huyendo de tu muerte.

Pero están.

Como tumulto.

Porque no saben señalar con el dedo.

Ofrecer seda roja

con olor a ébano

es vender primorosamente

el puñetazo

en el estómago.


Cenaré contigo dentro de unas horas.

Yo tampoco supe levantarme

de la silla a tiempo.

Por la ventana

mirarán tu furia

esos que hace un rato

fueron tumulto.

Después de vernos

serán multitud,

testigos todos

de una revolución perdida.


Nada es nuevo.


Cansancio y miedo.


Ad infinitum.

.
.

La estancia


Hubiese preferido enmudecer.

Porque siempre callo mejor que hablo.

Y, sin embargo,

te regalé una docena de palabras

y dos silencios para que pudieses entenderme.


Las manzanas todavía están verdes.

Aunque el tiempo diga que murieron anteayer.

¿No sabes que mi reloj sólo marca las horas

cuando la campana de la iglesia

llama a los fieles a rezar?


El cajón de la cómoda

nunca se cerrará como Dios manda.

Está vacío.

Probé a plegar los espacios,

como se hace con los manteles de hilo.

Líneas perfectas

con olor a membrillo.

No hay más huecos

que llenar.

Tu espalda

permanecerá de espaldas

a la estancia.


Hubiese preferido caminar.

Porque siempre ando mejor que sueño.

Y, sin embargo,

me imaginé calzada con los zapatos de Dorothy

y di por hecho que el rojo era el color perfecto.


Dos mentiras llevo en mis bolsillos:

una, la que construimos juntos

creyéndonos maestros carpinteros.

La otra, la que tejí cada madrugada

pensando que el camino de baldosas amarillas

te traería hasta mí.


Creí que algún día aprendería a contar.

Hoy sé que restar es mucho más fácil que sumar.



La imagen que ilustra la entrada es un cuadro de Martiniano Scieppaquercia y se titula "Sobre el mueble".

.
.

Tropiezo


Hoy perdí mi vida
en el adoquín número veinte
de la calle Los Claveles.
Me dio tiempo
a contar los pasos
y sé que el aire se me escapó
en el que hacía diecinueve.


Caí de frente,
sin ánimo de hundirme
en la miseria.

[Plas, plas, plas]


Doblé mi espalda,
con la intención de esconderme
en un azar pasajero.


[Plas, plas, plas]


Sé que un cráneo
solo,
abandonado,
no es un buen regalo
para una enamorada.
Por eso la ausencia
se ha hecho traje de diario
y ahora limpio alcantarillas.


Mañana seré cadáver.
Aunque te mire y me sonrías.
Aunque te hable y me contestes.
Aunque te bese y tú me correspondas.


[Mi vida necesitaba aplausos
y sólo muriéndome
de forma fortuita,
alguien ha sido capaz
de celebrar mi desventura.]

La imagen se corresponde a un cuadro titulado "Shabbey Road" de Alexander Millar

Hambre


Vuelve la miseria.


Abrazada a los tobillos de tu sonrisa.


Sin lamentos.


Porque el duelo marca las pautas de los niños que llorarán cuando caiga la noche.


Tiembla.


Y no hables.


Porque tus palabras golpearán la dicha del hombre que reposa en su lecho.


No es verdad que existan los milagros.


El pan y los peces acabaron pudriéndose.


Créeme.


La foto se titula "Miro al futuro y me hace llorar" (Mujeres en el Bazar) de Luc Vandervelde

Muda

Sólo me queda voz para hablarte

durante tres minutos y doce segundos.

El nudo se desató.

Y las palabras engarzadas se escaparon calle abajo.

Buscando un río de sonidos nuevos.

Para lavar su rabia.

Es lo que hacen siempre

los fonemas cuando los hombres

juegan a insultarse.

Divertimento obsceno.


Sé que me querré más

si no vuelvo a pagar tu precio

por contarte qué aceite

me hizo resbalar esta vez

por el tobogán de mi desidia.


Tardaré setenta y cinco latidos

en echarle el cerrojo a mi vocabulario de domingo.

Y cinco más

en sepultar el de diario.

He puesto mi cruz en tu garganta.


Para siempre.