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De espaldas

Pequeña perversión navideña



Todavía conservo la primera agenda de teléfonos que tuve. Está en casa de mis padres, con otras dos que la sucedieron. Guardadas en un cajón en el que atesoro, también, las cartas que me escribía con las amiguitas del cole, cuando nos daban las vacaciones escolares en verano; la primera declaración amorosa que un chico tuvo a bien dirigirme -papel cuadriculado, mecanografiado y firmado de su puño y letra... despedazado y recompuesto más tarde a base de celo por la rabia que me produjo, tiempo después, que el mozo me abandonase, a mis doce años, por una chica de la calle de al lado de casa-; las cuatro o cinco medallas ganadas en competiciones deportivas -sí, alguna vez hice ejercicio y hasta parecía que era buena-; el primer diario que escribí -las pocas veces que lo he releido, me ha provocado una especie de vergüenza ajena, como si ésa que anotaba ahí sus impresiones no fuese yo-; los cuellos de ganchillo que mi abuela tejió en la época en la que éstos se llevaban como adornos de jerseys y camisas -finales de los setenta, comienzos de los ochenta... New Romantic, creo recordar-, y algunas cosas más como un lazo de raso, unas gafas de sol y la nota que la maestra del cole le dirigió a mis padres, cuando yo contaba tres o cuatro años, en la que la mujer insistía en que mi capacidad para estar siempre preguntando el porqué de todo era un tanto agobiante.

Con estos antecendentes, cabe pensar que sigo con la costumbre de guardar casi cualquier cosa que me recuerde a una persona querida o con la que rememore situaciones agradables o importantes de mi vida. Y casi diría que es así, sino fuera porque, hará más o menos cuatro años, tras un pequeño tropiezo sentimental -hay que ver lo que hacen la distancia y el tiempo... y cómo se acaban colocando las cosas en su lugar... crecer es un verdadero placer, no hay duda- me deshice absolutamente de todo aquello que, de una u otra forma, me pudiese recordar a la persona que, junto a mis propios errores -el mal de amores nunca es cosa de uno, sino de dos... o de más- me colocó en aquella situación tan desagradable. Me costó tomar la decisión, pero todavía tengo frescas las sensaciones que viví cuando borré los ficheros de los correos electrónicos y las fotografías... No fue venganza, no. Ni tampoco rabia. Más bien diría que fue algo muy cercano a una liberación, algo así como elevar el ancla de un navío que necesitaba, con urgencia, salir de puerto; como cerrar definitivamente una puerta a través de un gesto simbólico.

Al principio, he hablado de las agendas porque, si algunas cosas sí que han sufrido un expurgo particular -sobre todo, los objetos que dejan de tener valor sentimental porque ya no se sabe el porqué se conservan-, las listas de teléfonos ordenadas alfabéticamente siempre se han salvado de la quema: para mí, esos nombres y sus correspondientes números son sinónimos de personas, y deshacerme de ellas hubiera supuesto una especie de "asesinato colectivo", o cuando menos, un homicidio perpetrado en mi, ya de por si, inconsistente memoria. Y está bien, quiero decir, que quizás, identificar una anotación a base de siete dígitos y dos apellidos, con una palabra o una sonrisa en particular, es una manera de reducir, a la mínima expresión, muchos trocitos de mi vida y hacerla así más compresinble -como cuando hacíamos los resúmenes de las lecciones escolares-; en definitiva, mas "digestible".

¿A qué viene, entonces, lo de "Pequeña perversión navideña"? A que llevo dos años seguidos practicando, el día 25 de diciembre, un ejercicio manual muy sencillo y un tanto malévolo -sobre todo, si se tiene en cuenta lo de los buenos sentimientos y todas esas chorradas propias de finales de año y lo que para mí supone, según el largo prolegómeno anterior, el hecho de "desprenderme" de un número telefónico-, pero que me aporta una inyección de júbilo importante, en una especie de sublime catarsis: elimino de la agenda del teléfono móvil, el número o los números de las personas, que por una u otra razón, han sido merecedoras de la expresión “que te vayan dando”. Por descontado, como este gesto tiene todos los visos de convertirse en un ritual en toda regla -al menos, eso pretendo-, lo realizo acompañada de los elementos necesarios para generar un ambiente adecuado, esto es, “El Mesías” de Haendel como música de fondo, y una copa de cava esperando en la mesa contigua.

Sé que es una soberana estupidez, pero, a veces, una nimiedad de este calibre es capaz de provocar algo muy parecido a un orgasmo sostenido en Do Mayor. Y sí, mientras tanto, que les vayan dando...

14 comentarios

Bambolia -

Bienvenida, Lía, :-D

Un bonito nombre.

Sí que tiene mucho de supervivencia, oquizás, todo. Has descrito a la perfección la sensación que produce el saber que están ahí y que la pantalla no se enciende con los nombres que esperas. Si el número o los números permanecen, existe la posibilidad de que se pueda dar la llamada telefónica. Si no están, ya se sabe con certeza que no has de preocuparte...

Una vez cambié mi número de móvil con la idea de no machacarme más esperando una llamada que no llegaba nunca. Sabía que era la única forma de cortar por lo sano. Y la verdad es que resultó ser efectivo. El problema es que el mío se lo pasé a mi hermana y cuando está persona quiso ponerse en contacto conmigo, le resultó sencillo...

Tienes razón, Odalys. Los recuerdos importantes se conservan, prevalecen. De hecho, yo recuerdo como algo muy hermoso el tiempo que viví -cuando todo iba bien- junto a la persona que me colocó en la situación de tener que deshacerme de fotos, correos y demás... Destruí lo que sabía que si lo conservaba, me iba a hacer daño de forma inmediata.

Lo de "que le den" es algo así como mandar a una persona a hacer puñetas.

Odalys -

Muy bueno! Y genial como ritual. La verdad es que lo he hecho pero sin fecha fija y tiene más de rico cuando se le hace con todos los honores, vino y tal :)))
Una vez me pasó con un ex-amor que de verdad no valía la pena que rompí en pedacito de papel donde estaba su nombre y teléfono, de la libretica (cuando eso no tenía celular) y fue de las cosas para olvidarlo y funcionó. Tiempo después intentaba recordar el número y no podía; el chico y la historia se esfumaron en mi memoria como si nunca hubiera sucedido. Eso es magia! :)))
Al irme de mi país rompí muchas cosas, poemas que solía escribir, cartas, noticas, diarios y los conservaba por años en un cajón sin atreverme a deshacerme de ellos como si al hacerlo, rompiera mi vida, pero no fue así; cuando empecé me fui animando y sintiendo una liberación indescriptible. Los recuerdos que merecen la pena prevalecen, los demás andan por ahí, lejos y no molestan.
Me ha encantado este post, felicidades. :)))
Ah! A veces no quito números del teléfono de algunos "que le den" (que no se lo que es pero suena bueno) pero para saber cuando llaman y no contestar :))

Lía -

Hola a todos, y me presento como nueva por estos lares.

Nueva en el sentido de que es ahora cuando me animo a escribir, porque leeros es algo que ya llevo haciendo un tiempo y siempre con una sonrisa que me nace entre vuestras líneas.

Como ha sido ahora, con la "perversión navideña" (genial Bambi)...Que no la considero como tal una perversión, si no más bien una cuestión de supervivencia.
Es doloroso mantener un nombre grabado y con el la vaga esperanza de que un día aparezca iluminada la pantallita con su nombre. Creo que muy en el fondo cuando llegamos a una decisión así es que realmente queremos evitar esa opción, que nos duele demasiado, o que ya no queremos darle más vueltas. Una necesidad de que nada, ni unas letras acompañadas de ese sonido que un día pudo ser tan familiar (incluso esperado con ganas) nos asalte. Como una barrera de protección, como un -ya se acabó el tiempo-. Sin cerrar puertas, quizás un día suene y sin pasar por ese primer sobresalto que nos anuncia su nombre, descubramos que hay continuidad de algún modo, pero sí que se cerró una etapa. La satisfacción de haberla superado y que comienza con un simple borrado de un nombre, como si eso fuera el comienzo de un borrón y cuenta nueva en otros sentidos.

Más que "perversión navideña"...por no sentirme tan -despiadada- (que no lo soy...creo) yo lo llamaría "purificación navideña". Así que creo que me he destapado del todo cuando os digo que también yo voy a "purificar" mi agenda.

Un saludo y con el mis mejores deseos de un buen comienzo de año.

Anónimo -

Bambo -

Acabo de ver que Cuadernos de Lavapiés es una bitácora y hay un enlace a De espaldas. Me parece que una vez dejé un comentario, pero tampoco estoy muy segura.

Bambo -

NoA, di que sí, que una se queda más relajáaaaaa, :-)

Vero, es que a veces intento ser mala-malosa, pero no me sale del todo bien, :-P

Hola, castizo. ¿Cuadernos de lavapiés? No sé lo que es. Quiero decir, que no lo conozco. Y el caso es que me suena de algo... pero bueno. Luego buscaré, a ver.

Imagino que si alguna de esas personas me llamase, no les diría nada. Me refiero a que no les diría que no tengo el teléfono en la agenda del móvil. Otra cosa es que me enviasen un mensaje, porque ahí ya no hay posibilidad de reconocer la voz. Si fuese ese el caso, con decir la verdad, arreglado. Y si no se toma a bien, pues mala suerte.

No es exagerado destruir los recuerdos físicos que se tienen de alguien cuando tu estabilidad emocional depende de un borrón y cuenta nueva. Sé que puede parecer una chorrada, pero el poseer objetos a los que acudir en momentos de debilidad, a veces alarga innecesariamente el duelo.

A veces duele el ir a enviar un mensaje a un amigo, y al seleccionar la agenda para que te muestre su nombre, ver otros nombres... es como si te estuvieses recordando constantemente que esas personas que están ahí no quieren saber nada de ti, y ante eso, es mejor que desaparezcan.

castizo -

Hola, Bambolia. Llegué hasta aquí a través del enlace de Cuadernos de Lavapiés.

Veo que no tienes mucho espíritu navideño. ¿Qué harías si una de esas personas te llamase ahora? ¿No te parece muy exagerado destruir los recuerdos que tienes de una persona para olvidarte de ella?

Me gustó la forma que tienes de escribir los posts, aunque escribes mucho entre guiones y eso ralentiza la comprensión.

Un saludo. Seguiré viniendo por aquí.

Vero -

jejeje... que perversilla que te has puesto en estos días...

Noamanda -

Bien, muy bien Bambi, quizás que te copie este vicio navideño.
Así se hace chata!!

Bambolia -

Jesús, mil gracias.

Luis, a mí me pasa al revés: cuando borro el teléfono de alguien lo hago con la secreta esperanza de que esa persona salga por completo de mi vida... y no ocurre casi nunca porque los recuerdos, los que permanecen en la memoria y no en los papeles o en las fotografías, esos no se pueden eliminar... Es que soy de un malo... que tiro p'atrás...

Bambo -

A mí me ha pasado en dos ocasiones. Me refiero a lo de borrar un móvil de la agenda y no saber quién me estaba enviando el mensaje... Y lo cierto es que una de las personas no se lo tomó demasiado bien -el que yo no supiera quién era- y la otra no se enteró, porque el mensaje iba firmado, con lo que no tuve problema.

Quizás, ese ha sido uno de los motivos por los que más me cuesta eliminar un teléfono de la agenda, es decir, que el "borrado" reaparezca y se ofenda porque has prescindido hasta de la posibilidad de poder contactar con él en un momento determinado. Pero lo cierto es que existen situaciones que ya no requieren más revisiones, más "mujer, no seas borde, quizás es que tenga una mala temporada". Puede que me esté convirtiendo en una intolerante, pero si he de decir la verdad, me inclino a pensar que se trata de una mera cuestión de supervivencia: o te quito de mi camino o tu presencia va a estar constantemente impidiendo mi desarrollo personal. Algo así...

Con el tiempo te das cuenta de que lo de poner la otra mejilla queda muy bien si se va de filántropa por la vida, pero es jodidamente doloroso si una se limita a intentar sobrevivir sin salir demasiado magullada -que ya es mucho-, con lo que... "que les vayan dando", sin más. Podré equivocarme una vez -en cuanto a la valoración de las circunstancias y demás-, pero una acaba aprendiendo que ha de fiarse de sus apreciaciones, que lo que prima es tenerse contenta y que después vienen los demás...

Hala, que ya me he quedau tranquila, :-)

Luis -

Yo también me he reido mucho. Es un antiritual muy edificante :-)))
Pero me pasa lo mismo que a Ciri: cuando he hecho algo parecido (borrar el teléfono de alguien de mi móvil), ha sido como convocar al demonio: he recibido una llamada o un mensaje suyo; he tenido que llamar para saber quién era; ha habido un malentendido gracioso...y, entre risas y piques, hemos reanudado la relación. En fin, que ahora, cuando borro el teléfono de alguien, lo hago con la misma secreta esperanza con que la gente enciende un cigarrillo en la parada de autobús: esperando que sirva de llamada para que aparezca.

Jesús -

Haces un magnifico texto de obligada lectura en los días tristes.
Desnudos venimos, y nos vamos,

Ciri -

Jajajajajaja. Que me troncho, Bambi. Qué bueno. Es curioso cómo las personas pierden consistencia cuando se les borra del directorio del móvil.

Resulta que unas navidades yo también hice lo propio. La persona a la que "le tenían que ir dando" me envió un mensaje y, como no la tenía en la agenda, pues le pregunté que quién demonios era... Y no le hizo mucha gracia. Y yo, por mi parte, me alegré. Otra perversión secreta y jubilosa, de esas que sientan tan bien por dentro. Jejejeje.

Felices perversiones. (Me ha encantado la entrada).