El secreto de Mona Lisa
Ayer por la noche estuve en casa de una amiga. Éramos cinco invitados, sin contar a la anfitriona. La conversación, durante la cena, fue bastante fluida: la planificación de las vacaciones, las películas vistas recientemente, las últimas salidas de fin de semana... Y por supuesto, los libros que llevábamos entre manos en ese momento o que teníamos idea de comenzar a leer. Era de esperar que saliese a colación El Código da Vinci y me sorprendió saber que yo era la única que lo había leido -a estas alturas, estoy convencida de que la novela ha estado o está en la mayoría de las mesitas de noche de los hogares españoles-. A la pregunta de si me había gustado, mi respuesta fue contundente: no. Es malo con ganas. Escrito con visión cinematográfica -que en un principio no debería de ser negativo, pero en este caso, se le ve el plumero al autor- y con una nula o casi nula aportación literaria.
Al hilo de mi crítica, una de mis amigas dijo que este libro había desatado la "furia" por la lectura de novelas históricas -que no sé por qué, pues El Código no es una novela histórica ni de lejos- y que algunos autores españoles, desconocidos hasta ahora, se habían subido al carro de este sorprendente éxito literario. Citó dos títulos de novelas publicadas recientemente: La hermandad de la Sábana Santa, de Julia Navarro y El secreto de Mona Lisa, de Dolores García.
Casualidades de la vida, la autora de El secreto de Mona Lisa es compañera de trabajo -y de cafés- de otro de los invitados, y éste salió en defensa de la escritora, porque eso de que la tildasen de oportunista era, según él, sumamente injusto. Nos dijo que se había documentado muchísimo y que la novela estaba agotada en El Corte Inglés y no sé en cuantas librerias más, que llevaba ya tres ediciones y que algo de calidad debía de tener el texto cuando D.García había ido de feria del libro en feria del libro, firmando multitud de ejemplares.
No puedo opinar al respecto porque aún no ha caido en mis manos la novela, pero no deja de sorprenderme cómo somos capaces de convertirnos en adalides de una causa, cuando ésta, por el motivo que sea, nos resulta cercana: da igual que no tengamos una idea hecha sobre la cuestión -en este caso, el compañero de la autora tampoco ha leido "El secreto de Mona Lisa"- o que lo que se está diciendo al respecto de, sea bastante aproximado a la verdad. La cuestión pasa por hacer una defensa a ultranza del producto, por si acaso: es como si la calidad del libro tuviese que ver con la calidad personal de la autora, como si fuesen una sola cosa. Me sorprende, la verdad. Pero lo entiendo. Posiblemente, yo también hubiese reaccionado airadamente, o al menos, me hubiese puesto a la defensiva.
Por cierto, dicen que el cuadro de la Mona Lisa sí que esconde un secreto.
4 comentarios
Bambolia -
Quizás no tenga demasiado que ver -o sí ¡vete a saber!-, pero hace cosa de dos semanas terminé una novela de Gastón Leroux titulada "El misterio del cuarto amarillo". No es en absoluto conocida, pero su autor sí, porque fue el escritor de "El fantasma de la Ópera". El periodista que se encarga de averiguar qué y cómo ocurrieron los acontecimientos en los que se basa la historia, repite en varias ocasiones durante el desarrollo de la narración, que existen dos formas de investigar: una, en la que el especialista se hace una idea preconcebida de los hechos y busca pruebas para acomodarlas a lo que pretende demostrar; otra, en la que el especialista observa, analiza lo que tiene alrededor, y si existe alguna modificación que determine que lo que contempla no es normal o rutinario, lo recoge -o apunta o guarda- como posible prueba. Con eso, al principio, lo que se tiene es un montón de piezas de un puzzle del que no se conoce ni la imagen a conseguir, pero que al final, generalmente, acaba montándose. En la primera opción, se corre el riesgo de que si no se encuentra forma de justificar algo, el investigador sea capaz de fabricarse las pruebas a su medida, con lo que el puzzle, si es por ejemplo, sobre el Partenón de Grecia -algo que no se sabe al principio- acabará siendo sobre el Palacio de Versalles.
La primera opción de lo planteado por el protagonista de "El misterio del cuarto amarillo" es lo que creo que pasa con estas cosas que nos resultan inquietantes: que hay mucha gente con ganas de montar una fábrica de piezas por encargo para todo tipo de puzzles, sin tener en cuenta que quizás ni tan siquiera hay un misterio que aclarar. No sé, por ejemplo, el último enlace que he puesto en la entrada, sobre el misterio de la sonrisa de Mona Lisa: va paso a paso mostrándote lo que ellos quieren que veas, y sin duda, lo ves. Es que está ahí, leñe...
Luis Muiño -
Me hace pensar que, a lo mejor, el gran secreto de novelas como "El código Da Vinci" es que todo el mundo cree ver algo en ellas...que es exactamente lo mismo que pasa con Leonardo. Son espejos.
¿Sabes algo de lo que Freud perpetró en "Psicoanálisis del arte"?. El buen hombre hizo una especie de novela policiaca analizando muchos cuadros de Leonardo. Buscaba buitres, porque el artista italiano contaba en su biografía un sueño con una cuna y un buitre (precioso, por cierto). El caso es que, claro, como buscaba buitres, los encontraba: si le das la vuelta a Santa Ana, la Virgen y el niño hay uno muy hermoso. Yo creo que Freud inventó la moda de darle vueltas a Leonardo.
En su caso la cosa acabó mal (alguien se dió cuenta de que la traducción del sueño al alemán estaba mal hecha y no era un buitre, sino un milano, que no se parece ni en la sombra...), pero a nadie le importó. En Leonardo, como en "El codigo Da Vinci", todo el mundo ve lo que quiere ver...y no les importa si está o no.
Bambolia -
Es curioso, leyéndote me ha venido a la cabeza, de repente, la novela "La tempestad" de Manuel de Prada, homónima del cuadro pintado por Giorgone y alrededor del cual gira la trama de la narración.
Es asombroso lo que puede llegar a dar de si una pintura cuando, de una u otra forma, no se tiene certeza absoluta de lo que su autor quería transmitir cuando lo creó.
Ess -
Muy bueno el post.