Vida (II)
Esta vez será la última. Hace unas semanas, cuando lo supe, quise darle la vuelta al calcetín y me dije que, contra todo sentido, lo celebraría. Con cava. La ocasión lo merece. Casi veintinueve años. El 31 de diciembre de 1977. Hace mucho tiempo ya. Se me hace un nudo en la garganta. Menuda estupidez... Se cerrará la puerta cinco días antes de que suenen las doce campanadas.
Hoy he vuelto a tumbarme en el sofá. A dejarme llevar por la apatía. Miro a través de la ventana: estoy en el estudio y los cristales desnudos me recuerdan que tenía que haber comprado la tela para hacer los visillos. Se ve la luz verde de la cruz de la farmacia: se enciende y se apaga, se enciende y se apaga. Se ve y ellos, los transeúntes, me ven también.
Los metí en la lavadora una tarde del verano pasado y cuando fuí a sacarlos, estaban rotos. El sol se había comido la tela. Hablo de los visillos. Las telas se pueden comer. Pero sólo puede hacerlo el sol. Poco a poco, la fuerza de sus rayos debilita las fibras. Hasta que cualquier mínimo roce hace que se rasguen. Hablo otra vez de los visillos. Bueno, las ratas también roen los tejidos... y las polillas.
Tengo toda la semana por delante. Más días de permiso. He escrito una lista: para saltármela, como siempre. No es ninguna novedad. Asuntos poco interesantes. ¿Una agenda aburrida es sinónimo de mediocridad? ¡Ah, no! Que mediocres sólo son los que no tienen nada que decir. Y yo hablo mucho. Miento: escribo mucho. Huyendo del miedo a verme en la cara de la señora que va a mi paso, en paralelo, por la acera. Es igual que yo. Es más. Tiene mi edad. La conozco. Íbamos al mismo curso, de niñas. Distinto colegio, pero mismo curso. Era amiga de la hija de la vecina de mis padres. Va en chándal. Como yo, me digo. No, niña, no. Como tú, no. Ella no va conjuntada. Su chaqueta no es de línea deportiva. La tuya sí. Hasta llevas una mochila con los mismos colores que las zapatillas. ¡Cómo eres, mujer! Jamás seréis iguales. Dónde va a parar...
Pasará rápido. Lo sé. Cuatro, seis semanas. Y ya. Solucionado. Caerá la losa, de repente. Creo que estoy viviendo en una fantasía catastrofista... Fantasía catastrofista... Me han dicho que dicen que se llama así. Imaginar que tendrás miedo y tener miedo porque imaginas que tendrás miedo. Miedo al cuadrado.
Enigmática. Sí. Soy consciente. El pudor. Va y viene. Es preferible. Me sorprende esta tristura, esta tontería que me deja laxa, emotiva en exceso. La fuerza se va. La he dejado guardada en algún rincón de esta casa que no es mía. Como no lo es casi nada en esta vida.
Lo voy a celebrar. Aunque resulte macabro. Trescientas cuarenta y siete veces y esta será la última. Ya es la última.
7 comentarios
Gnisci -
El texto tiene su punto y la causa que lo ha provocado es la ¡materia!
Saluditos.
Bambo -
Por el artículo y por los ánimos.
Es cierto que lo difícil es reirse en los malos momentos. Lo sencillo es echarse unas carcajadas mientras el compañero de la silla contigua te pone caras de ogro al ritmo que marca el coordinador de los ejercicios "risoterapeúticos".
Estamos tan acostumbrados a ciertos comportamientos que nos resulta sumamente difícil aceptar que reirse de una desgracia propia ayuda a desdramatizar. Son asuntos serios, te dicen... ¿Cómo eres capaz de ser tan sumamente fría y calculadora? ¿Es que acaso no se te revuelve algo dentro de ti?
Caer en el sentimentalismo es muy efectivo para que los demás te compadezcan, pero no resulta práctico si se trata de que el asunto dañe lo menos posible.
Creo que hoy seguiré celebrándolo. Que no se diga que no voy a recordar con cariño la despedida.
En realidad, todo esto es una excusa barata para pimplarme dos o tres copas de cava fresquito, :-D
D -
http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/prensa/20061203/sociedad/humor-estilo-vida_20061203.html
En todo caso, insisto: sursum corda.
Bambo -
Aber -
Bielka -
Un beso muy fuerte y mucho ánimo, Bambo.
Bambo -
No es nada malo, ni nada grave ni nada que sea excesivamente importante. Se me queda grande y no acierto a dar con la aguja y el hilo que me sirvan para meter los bajos y ajustar el talle. Las espaldas son recias y es lo que ven los demás, mi columna vertebral; recta, como casi siempre. Andando hacia adelante sin mirar demasiado hacia atrás.
Pero hoy necesito encogerme. Y aceptar que no pasa nada porque dramatice, porque no sepa manejar mis temores.
No quiero asustar a nadie. Es solamente miedo.