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De espaldas

-Entre guiones-

Sopresas te da la vida...

... la vida te da sorpresas, y para mi alegría particular, ésta es una buena sopresa, :-))

Acabo de llegar a casa. Hoy tenía un compromiso de esos que se odian a muerte pero que no se pueden obviar si pretendes no quedar marcada con el estigma de "ésta es de los otros", que viene a ser el primer paso para entrar en la estigmatización laboral, impropia, en teoría, en un lugar como la administración pública, pero muy usual, en la práctica. Como la intirenidad parece que va a durar todavía algún tiempo más, es preferible no tentar a la suerte, que en estos últimos meses he visto como rodaban las cabezas de unos cuantos compañeros sin más motivos que los de "porque yo lo digo". Me alegré en su momento del cambio. Pero ahora... baste decir lo de "otros vendrán que te harán bueno".

He acudido a la celebración con muy pocas ganas. Tanto es así que nada más llegar me he sentado encima de una mesa que estaba arrimada a una pared para dejar más espacio y de ahí no me he movido. Cuando ha llegado la jefa suprema, me he quedado tan bloqueada que no he sido capaz de de bajarme del cómodo lugar en el que estaba refugiada. No sé yo... no sé yo... Si ciertas personas no me conocían, o al menos no me ponían cara pero sí voz, ahora no me cabe la menor duda de que ya soy conocida: una sola mujer entre nueve hombres pega mucho cante.

He descubierto que algunas de mis fobias tienen mucha razón de ser, pero también es cierto que la Jefa Suprema es menos ogro de lo que aparenta en la prensa y que el que decide sobre el dinero es un encanto de señor, educado y con muchas tablas. Me encandilan las personas que llevan la sonrisa en la cara sin necesidad de hacérselo saber a todo el mundo.

Me gusta estar con mis chicos. Agradezco tanto la juventud con la que me hablan, la frescura con la que piensan... No me siento vieja, en absoluto; pero de tanto relacionarme con personas "adultas", la suspicacia se había casi instalado en la puerta de al lado de mi casa. Me hacen reir, y me hacen reir mucho. Se ríen conmigo y disfruto con esas carcajadas que les escucho. Me llaman por teléfono a escondidas para gastarme bromas y me mandan mensajes al móvil para compartir ocurrencias. Cuando estoy atendiendo a algún jefazo sesudo, me acribillan con mensajes emergentes para que me entre la risa tonta...

Aunque quisiera, no podría odiarlos. Es más, es facilísimo quererlos.

Hay mucha gente que tiende a malpensar por sistema. Y otra, poca, que decide no prejuzgar y confiar en quien tiene delante. Me gusta volver a comportarme como los segundos: te ahorras muchos disgustos y vivir resulta mucho más sencillo.

No me gusta (II)

No me gustan las fotografías perfectas.

No me gusta tener pesadillas.

No me gusta soñar que mi padre se muere.

No me gusta la moralina monárquica.

No me gustan los que queman imágenes de otros, pero me gustan menos los que inventan delitos basados en conceptos subjetivos.

No me gustan los publicistas que son capaces de diseñar campañas como la de Caja Madrid: "Sentido y sensibilidad". ¿Se puede ser más rematadamente obtuso y rídiculo? Pobre Jane Austen...

No me gustan los banqueros que se atreven a decir que su empresa promueve la "banca cívica". Y eso ¿qué santas narices es? ¡Ah, sí! La banca cívica es, por ejemplo "Banca Cívica es ocuparnos de nuestros clientes, originar y traspasarles derechos que hasta hace poco no existían". Que digo yo que si los derechos no existían, difícilmente se los podrán traspasar...

No me gusta leer cosas como Las carreteras se ceban este fin de semana con los jóvenes, porque es una vil mentira.

No me gusta rellenar formularios.

No me gusta Zapatero.

No me gusta que las ayudas sociales se conviertan en prebendas con acuse de recibo.

No me gustan los que se escandalizan porque algunos manifiesten su deseo expreso de preguntar a otros.

No me gustan los que van de modernos y se lían los porros a dos metros de sus hijos.

No me gustan los que van de enrollados y se hacen las rayas a tres metros y medio de los amigos de sus hijos.

No me gustan los que hoy, mañana y pasado beben una copa tras otra de wisky y llaman borrachos a los que ven en el parque con la litrona y el cartón de Don Simón.

No me gusta Demi Moore.

No me gusta Najwa Nimri.

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Me gusta Dean Martin.

Me gusta que la barrendera de mi calle me salude todas las mañanas cuando salgo a pasear a Zas.

Me gusta maldecir a los que tiran tracas en la puerta de la iglesia todos los sábados por la tarde.

Me gusta besar a mi madre.

Me gusta abrazar a Noemí. Y a Ruth. Y a Lola. Y me emocionó ver a Judith: me la hubiera comido a besos.

Me gusta tocar el rostro de Fernando.

Me gusta ver cómo sonríe Fina detrás de la barra.

Me gusta escuchar a Mª José cuando le tiembla la voz. Es la ternura personificada.

Me gusta saber que Cristina también hace listas: nos viene de familia.

Me gusta verla como es ahora: cercana, cálida y un pelín malhumorada -también nos viene de familia-.

Me gustan los vasos helados.

Me gusta la nata.

Me gusta conducir.

Me gusta el zumo de naranja.

Me gusta soñar. Puede que sea lo que más me gusta.


No me gusta

No me gusta recordar que dentro de nada harán años ya de una muerte inesperada. Pocos, la verdad. Aún resulta doloroso... me asustaré el día que no sea capaz de recordar sus manos. Es lo que más presente tengo de la gente a la que quise que ya no está.

No me gusta estar constantemente cansada. Con motivos, sin motivos, a medio camino de una razón aparente. Al final de la única explicación viable.

No me gusta vivir en esta calma chicha en la que se ha convertido mi trabajo. A la espera de que caiga la guadaña. Porque otros llegarán que harán buenos a los que antes fueron malos. Fui una ingenua. Una grandísima y estúpida ingenua.

No me gusta sentirme observada.

No me gusta saber que su miedo a ser espiados los convierte en espías.

No me gusta que Ella me mienta, porque no sé si es deliberado.

No me gusta que me manipulen porque no sé cómo deshacerme de la situación sin parecerme a un gato escaldado, arañando a diestro y siniestro.

No me gusta tener cara de amargada.

No me gusta mirarme al espejo y darme cuenta de que es mentira eso que dicen de que la cara es el espejo del alma. Mi alma no está cansada, soy yo, la que hablo, la que escucha, la que escribe, la que está saturada de tanto pequeño tropiezo.

No me gusta que la política haya dejado de interesarme. Siento que me aparto del mundo. De lo que consideraba importante.

No me gusta que se banalice sobre la maternidad, regalando dinero por tener hijos, como si a los ricos los premiasen por su "productividad en cadena" y a los pobres los compadeciesen por las penurias futuras.

No me gusta ese optimismo económico que comienza a ser vomitivo.

No me gusta que la situación de un país se compare con una competición de fútbol.

No me gusta que la frivolidad vaya a acabar siendo potestad única de los Populares: se necesita ser muy frívolo para votar a favor de que una competición de fútbol con el nombre de la República y ganada durante la guerra civil sea reconocida oficialmente a estas alturas de la vida y no votar a favor de la Ley de la Memoria Histórica.

No me gusta que Mª Teresa Campos vuelva a Telecinco. En realidad, no me gusta Mª Teresa Campos. Es más, no me gusta Telecinco.

No me gusta que algunos hombres consideren que cualquier mujer que no es objeto de sus deseos sexuales pasa a ser la almohada a la que contarle los deseos sexuales satisfechos con otras mujeres.

No me gusta reconocer mis limitaciones.

No me gusta estar gorda. Es más, no me gusta saberme gorda.

No me gusta mirarme en los escaparates de las tiendas y en las puertas acristaladas de los portales de los edificios. Veo a una mujer de 41 años con apariencia de 41 años.

No me gusta reconocer que nada es igual a lo que he ido fabulando minuto a minuto a lo largo de mi vida.

Sin embargo...


Me gusta que una amiga, hoy, a la hora del almuerzo, me haya contado su historia de amor. Una hermosísima historia de amor. De las que te golpean el estómago cuando ella te dice cómo y cuándo la besó por primera vez.

Me gusta aprender a estar con Fernando.

Me gusta saber que aunque varias cerillas ya se han consumido, en la caja todavía quedan muchas.

Me gusta decir "cariño" y "guapa" y "eres un cielo".

Me gusta contar hasta diez.

Me gusta darme homenajes.

Me gusta hablarle a Zas.

Me gusta leer novelitas de Jazmín.

Me gusta sondormirme mientras veo "Amar en tiempos revueltos".

Me gusta practicar las negaciones de Pedro, aunque yo digo "no" más de tres veces al día.

Me gusta mi casa.

Me gusta dejarme el friegue en la pila para mañana.

Me gusta tener 36 prendas para planchar entre camisas, camisetas, faldas y pantalones.

Me gusta remendar lo que todavía tiene utilidad.

Me gusta el cepillo de dientes eléctrico. Es el mejor invento del mundo.

Me gusta quererme.

Me gusta ser repipi.

ME GUSTA ESTAR VIVA.

Quiero cayena, dame canela

Si se mira bien, el error es bastante comprensible. Entre "cayena" y "canela" sólo existe una letra que las diferencie. Hace un rato me he regalado un festival gastronómico: hoy comienzo mis vacaciones y qué menos que celebrarte, a ti misma mismamente, en la Mismidad más absoluta, con una cena a la altura de las circunstancias. Lo reconozco: me he hecho adicta a los autoregalos, a esos momentos en los que, aunque sepas a ciencia cierta que te estás mintiendo en un 65% -menudo porcentaje... ¿de qué, de verdad, de mentira, de ausencias, de presencias, de aceptaciones, de renuncias no expresas?-, necesitas homenajearte para dar rienda suelta a las risas más tontas, a las ideas más peregrinas, a los quereres más profundos y menos reconocidos... Que alguien cabal sea capaz de venir a decirme que la hipocresía no sólo es necesaria para ejercerla con los otros... Yo la considero indispensable: por ejemplo, hoy no sería capaz de mirarme al espejo y reconocerme como una mujer desnortada. "Ella" ha venido hace un rato a acompañarme, para que sepa a ciencia cierta que, a cada paso que doy, la tierra retumba por la firmeza.

Y esto, ¿a santo de qué? "Esto" es el párrafo anterior, :-)
Pues a que me da miedo reconocerme como una persona vulnerable. Yo. Salomé. La que escribe. La que lee. La que está detrás de todo este tinglado. Vulnerable e impredecible. Por todo lo que supone saberse débil. A veces pienso que me gusta tanto el teatro poruqe siempre te ofrece una puerta por la que escapar. Eso sí, mientras tú seas la que está sentada en la butaca y los demás sean los que se dejan la piel para contarte cómo se vive una historia creada por alguien que vivió hace doscientos años y que ha estado previamente sometida al filtro de un buen o mal entendedor de la vida teatral.

Retomo, que se me va Dios o la ayuda -que más bien sería el "Sin Dios"- por los cerros de Úbeda. Soy tan patosa, tan completa e increíblemente patosa, que cuando hace un rato he ido a coger el bote de la cayena -las guindillas de toda la vida- para añadir dos o tres vainas a los gambones en aceite y ajos, he confundido el tarro y he sacado el de la canela. Lo he visto de refilón y al ver lo de "ca" me he dicho: "éste es". Y ni corta ni perezosa, después de la debacle culinaria, no me queda otra que afirmar que: las colas de gambones con ajos, canela y guindilla -me ha dado tiempo a rectificar- están de lujo. Es más, no sólo de lujo, están de primerísima clase.


Tres o cuatro saltos de párrafo que no sé si luego se verán reflejados en la presentación del texto: sigo vulnerable. Me da miedo lo que tengo por delante. Sé que no me queda otra que aceptarlo: algunas de las personas a las que más quiero se están deteriorando. Y tengo todo un mes para comprobarlo. En estos casos, siempre recuerdo una frase que mi hermana repite con bastante frecuencia: mejor ocuparse que preocuparse. Es cierto: las fantasías catastrofistas no ayudan en nada cuando el panorama futuro es un tanto complicado. Pero a mí no deja de darme miedo el ser consciente de que es una mentira cochina, una grande y enorme mentira, fruto de la más pura y simple supervivencia, esta aceptación tan mega-chupi-guays del Paraguays de lo que llevo pasado en estos últimos nueve meses.

Addenda de 4 de agosto, 9:05 h.

El tremendismo y yo somos la misma cosa, :-))
Como todo hijo de vecino -y de vecina-, no descubro nada nuevo al hablar de la vulnerabilidad que, como seres humanos que somos, nos caracteriza. Ni tampoco de esta costumbre tan reciente que consiste en que se ha de ser feliz por encima de todo, sin dejar espacios para los malos días, para los malos momentos, para las temporadas complicadas. Tanto nos bombardean con esa consecución del hombre perfecto, del equilibrio "equilibradamente equilibrístico", que casi se siente vergüenza cuando el día a día se complica. Y para que no te cuelguen el sambenito de la tristona y amargada de turno, acabas pasando de puntillas por tu propia vida, cuando ésta, por una u otra cuestión, no es tan maravillosa como cabría esperar.

En fin... que ya estoy cansada de tanto misticismo barato, de tanto maestrillo de la filosofía oriental -¿qué filosofía, a ver, qué filosofía?- que, ejerciendo de sabedor-sanador experimentado, se coloca en el papel de mero espectador de vidas ajenas y luego, cuando alguno de sus conocidos se tambalea, acude corriendo a decirle qué es lo que está haciendo mal.

A veces pasan cosas

Sí, aunque parezca mentira. Y quizás, cuando menos se esperan. Hace un rato que he podido comprobarlo. Dentro de unas semanas veré como muchas caras conocidas, unas más agradables que otras y algunas, últimamente, estúpidamente altaneras, hacen sus malestas y se marchan por donde jamás hubiesen pensando que iban a tener que salir: por la puerta. Las sorpresas es lo que tienen, que te pillan desprevenido.

Se avecinan cambios y con ellos, llegará la debacle para muchos de los que han utilizado su ideología política como pasaporte para alcanzar la estratosfera administrativa. No comparto, ni de lejos, la forma que tienen de entender la vida y la sociedad los que hoy han conseguido la mayoría absoluta en el municipio en el que trabajo. En teoría, no puedo alegrarme de que hayan ganado. Pero en la práctica... en la práctica me alegro: gestionar para los ciudadanos manteniéndose al margen de lo que éstos necesitan en realidad, pasa factura. Y vivir en los mundos de Yuppi, como si todo fuese maravilloso y perfecto, acaba desvirtuándolo todo.

¿Cómo resolver este conflicto de sentimientos enfrentados? Para mí que no tiene solución: todo se reduce a esperar acontecimientos, sin más. A veces una se alegra de ser mediocre, sí. Estar en la parte más baja del escalafón supone que las bofetadas, de haberlas, llegarán muy, pero que muy atenuadas.

Estoy

Y ya es. Es mucho. Lo es todo. Si bien lo miro, es lo más importante. Después de un fin de semana desastroso, en el que han muerto un amigo del pueblo por culpa de un cáncer galopante y el padre de un amigo, creo que quejarme sería absolutamente improcedente. Duele tanta bofetada junta.

Sigo de baja. De momento. Complicaciones postoperatorias. Medicación nueva y ya veremos. Nada grave. Nada minimamente importante. Tan solo algo molesto. Sin más.

Paseo y paseo y pasaeo. Y Zas viene conmigo. También la cámara. Si alguno de los que venis por aquí ha pasado por Flickr, lo habrá comprobado. Salgo a más de cien fotos diarias. Sólo se pueden rescartar una o dos instantáneas, poco más. Pero es lo bueno de probar. Pruebas y pruebas y pruebas y como no existen limitaciones, casi todo vale. Da gusto equivocarse. Da gusto no pararse a mirar si tienes el balance de blancos activado en automático. Y quien dice eso, dice lo demás. Una hoja que nace; una sámara que quiere liberarse antes de hora; una gota de agua que se queda sujeta de una acícula, echándole un pulso a la gravedad...

Estoy. Y me basta.

Experiencias hospitalarias

En los últimos tres meses he escrito en esta bitácora algunas anotaciones que, vistas hoy con la distancia debida y por tratarse de un asunto muy personal, pecaban de un tremendismo excesivo y, casi sin excepción, resultaban incomprensibles.

Quizás todo sea resultado de una mezcla difícil de equilibrar: por una parte, necesidad de restarle importancia a determinados sucesos y por otra, el peso del pudor. No es lo mismo hablar de lo ortopédica que resulta la sonrisa de Isabel Preysler que escribir treinta líneas contando el miedo que se tiene al dolor y a la enfermedad.

Los hechos objetivos: cinco días hospitalizada por una intervención quirúrgica realizada el 10 de enero. Desde el día que me dieron el alta hasta el pasado sábado por la tarde, he estado en casa de mis padres. Ahora estoy en la mía: no puedo hacer ningún tipo de esfuerzo pero tengo autonomía, que es lo único necesario para estar sola.

Lo subjetivo:

Versión seria

Padecer por lo que ha de venir es una soberana estupidez. Cuando llega el momento se sufre igual. Meter el dedo en la herida, con predemitación, reiteración y por adelantado no sirve para nada: es un aprendizaje inútil y no atenúa el dolor -físico y espiritual- cuando éste llega. Es más, estoy convencida de que te predispone negativamente.

Hacerse la heroína -esto lo digo ahora, hace un mes no hubiese sido capaz de reconocerlo ni harta de vino- con el ánimo de colgarse medallas es ir llamando a gritos, para que despierte, a la dormida víctima que todos llevamos dentro: pedir ayuda es sano, muy sano. Acusar a los que nos rodean de que no han estado a la altura de las circunstancias es mezquino, sobre todo, si partes de la base de que las necesidades personales no se transmiten por ciencia infusa, sino por peticiones claras y específicas.

Versión frívola

Los cirujanos ven Anatomía de Grey. Las "oseas-maris-que-zuecos-más-monos-llevas" que me pincharon por dos veces para tomarme la vía intravenosa a la entrada del quirófano llevaban gorritos de colorines similares a los que usan los protagonistas de esa serie televisiva. Por cierto, hubo un tercer pinchazo: la primera cirujana estaba aprendiendo -una segunda le indicaba los pasos a seguir- y no pudo. La instructora se puso a la faena y tampoco acertó. Fue el anestesista el que confirmó que lo de "a la tercera va la vencida" es completamente cierto.

Existen quirófanos con luz natural. Sí. Es fuerte, lo sé. Tanta serie y pelicula mostrando estancias oscuras, casi tenebrosas, ha acabado nublándonos la imaginación. ¡Qué se le va a hacer! El que me tocó a mí está instalado en una habitación idéntica a la de los enfermos -cuatro camas-: dos inmensos ventanales que iluminaban el lugar sin necesidad de luz artificial.

Los que compran el mobiliario hospitalario ven House. Mi cama era igualita a las que salen en la serie. Lo supe el martes pasado, mientras veía el capítulo de esa semana: marca Hill Room.

Una parte del personal sanitario cree que el enfermo, por el mero hecho de estar en un hospital, es el que ha de acoplarse al funcionamiento del centro y no al revés, por lo que, impepinablemente, si se ha de entrar en una habitación donde duermen cuatro personas a las dos de la noche, porque una de ellas necesita un cambio de gotero, se encenderá la luz principal y no la de la cabecera de la cama correspondiente. A ser posible, para que el descanso que require un paciente sea el pertinente, si la auxiliar de turno ha de localizar a su compañera desde el control porque no sabe en que habitación está en ese momento, utilizará la megafonía, no sea cosa que por recorrerse diez habitaciones a las cinco de la madrugada se le desgasten las rótulas y le tengan que dar una baja temporal por agotamiento.

Me aprecia bastante más gente de la que yo hubiera imaginado. Una grata sorpresa -dejo de lado el postureo chistoso-, sin duda. Es más, aparte de la querencia, he constatado que algunas amigas confían ciegamente en mi inexistente fuerza de voluntad a la hora de mantener un estricto régimen dietético durante, al menos, un año: es la única opción posible después de que me hayan regalado ocho cajas de bombones. No una ni dos, no. Ocho. A razón de 350/400 gramos por unidad y una de 750 g. Dentro de tres meses necesitaré una grúa para mover el trasero. Tiempo al tiempo.

Podría contar muchas más cosas y convertir esta entrada en un tostón soporífero... Tentada estoy... Tantos días sin escribir... Vale, vale, lo dejo, :-)))

Sólo añadir una cosa: tengo una hermana que no me la merezco. Un SOL.

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Posdata para mis detractores: de ésta no me muero, que lo sepáis, ;-P

La mala leche se me ha acentuado y me he convertido en una persona mucho más pragmática y racional... Un asquito, la verdad. Bicho malo nunca muere -hasta qu tropieza con el borde de un féretro y se cae dentro... pero esa es otra historia-.

Descanso

Zas duerme. Hace bien. Dentro de unos días estaré en parecidas circunstancias. Me tomo unas semanas de descanso. A la fuerza; pero, la verdad, no me van a venir nada mal. No sé si serán diez, quince, veinte días. No depende de mí.

De ésta creo que cambiaré de profesión: me he hecho una experta en darle la vuelta a todos mis calcetines. A los que tengo y a los que tendré. Siempre es preferible acomodarse a las situaciones antes de que las rozaduras acaben no dejándote andar. Estoy hasta por escribir un manual, :-D

Salud y nos leemos en unos días.

Identidades

El mismo rostro, la misma sonrisa... distinta persona. Impresiona, sí.

Pero mucho menos de lo que hubiese imaginado hace relativamente poco tiempo.

Me alegra darme cuenta de que el reloj de arena funciona para todos igual.

Está mal lo de "lo sabía, acabaría semejándose al abuelo Cebolleta", está muy mal.

Pero... ¡joder! cómo sienta de bien... ¡Reconforta que es la hostia!*

*Si a alguien le da por querer interpretarlo y ponerle nombre y apellidos a la persona en cuestión, es muy libre de hacerlo... Posiblemente, casi con absoluta seguridad, se equivoque. Las apariencias engañan. A mí me ha servido, sin buscarlo, para llenar el hueco de un hábito que este año, por razones que no vienen al caso, no he podido llevar a cabo con toda la parafernalia necesaria. Sólo espero, y esto lo digo de corazón, que esa aparente felicidad, lo sea de verdad. A veces nos construimos una mentira a la medida y la vivimos durante un tiempo, creyéndonos que es lo mejor que podría estar pasándonos... Luego, de repente, explota la burbuja y descubres que lo que otros llamaban amor no era otra cosa que interés... En fin, cada cual sabrá lo que hace y cómo lo hace. Es tan confuso el límite entre la ficción y la realidad...

Voy a planchar un rato -yo edifico hiperrealidades de maruja de barrio... es lo que tiene ser mediocre... y no lo digo para fustigarme, que conste-.

Vida (III)

Hay días raros. Muy raros. Días en los que, a pesar de que las noticias que te dan no son buenas, acabas alegrándote porque la fecha prevista no va a ser la definitiva... Sigo con los circunloquios... No es lo mismo un 27 de diciembre que un 10 de enero. No. Estoy contenta. Muy contenta. A pesar de todo. Y por encima de todo. Tanta racionalidad me estaba abrumando... Tanta cortapisa emocional me ha dejado exhausta. Una Navidad más en similares circunstancias habría sido muy desagradable...

Voy a abrir una botella de Ribera del Duero. Que no se diga... Sigo teniendo la cocina patas arriba: la nevera en medio, dificultando enormemente el paso. El microondas enchufado con un alargador de dos metros porque está encima del frigorífico y qué menos que poder calentar la leche. El "Baldosinín" de una parte de los azulejos está todavía por limpiar desde el martes. Casi todo los utensilios de cocinar están encima de la mesa del comedor. No puedo hacer fuego porque la parte superior del extractor está desmontada. Cuatro lavadoras de ropa para planchar. La cama sin hacer. El móvil que le he comprado a mi padre está pendiente de activar. Los dos inalámbricos para que mi madre no tenga que levantarse de la cama o del sillón a contestar el teléfono, por desempaquetar. Las cuentas, sin hacer. La planilla de las horas de convenio que me quedan por hacer, arrinconada en la agenda de Gmail...

Me da igual. Hoy sí que me da igual. Hoy sí que no me siento culpable. Es tan importante aprender a relativizar...

Me daría de besos, si pudiera. De corazón.

Vida (II)


Esta vez será la última. Hace unas semanas, cuando lo supe, quise darle la vuelta al calcetín y me dije que, contra todo sentido, lo celebraría. Con cava. La ocasión lo merece. Casi veintinueve años. El 31 de diciembre de 1977. Hace mucho tiempo ya. Se me hace un nudo en la garganta. Menuda estupidez... Se cerrará la puerta cinco días antes de que suenen las doce campanadas.

Hoy he vuelto a tumbarme en el sofá. A dejarme llevar por la apatía. Miro a través de la ventana: estoy en el estudio y los cristales desnudos me recuerdan que tenía que haber comprado la tela para hacer los visillos. Se ve la luz verde de la cruz de la farmacia: se enciende y se apaga, se enciende y se apaga. Se ve y ellos, los transeúntes, me ven también.

Los metí en la lavadora una tarde del verano pasado y cuando fuí a sacarlos, estaban rotos. El sol se había comido la tela. Hablo de los visillos. Las telas se pueden comer. Pero sólo puede hacerlo el sol. Poco a poco, la fuerza de sus rayos debilita las fibras. Hasta que cualquier mínimo roce hace que se rasguen. Hablo otra vez de los visillos. Bueno, las ratas también roen los tejidos... y las polillas.

Tengo toda la semana por delante. Más días de permiso. He escrito una lista: para saltármela, como siempre. No es ninguna novedad. Asuntos poco interesantes. ¿Una agenda aburrida es sinónimo de mediocridad? ¡Ah, no! Que mediocres sólo son los que no tienen nada que decir. Y yo hablo mucho. Miento: escribo mucho. Huyendo del miedo a verme en la cara de la señora que va a mi paso, en paralelo, por la acera. Es igual que yo. Es más. Tiene mi edad. La conozco. Íbamos al mismo curso, de niñas. Distinto colegio, pero mismo curso. Era amiga de la hija de la vecina de mis padres. Va en chándal. Como yo, me digo. No, niña, no. Como tú, no. Ella no va conjuntada. Su chaqueta no es de línea deportiva. La tuya sí. Hasta llevas una mochila con los mismos colores que las zapatillas. ¡Cómo eres, mujer! Jamás seréis iguales. Dónde va a parar...

Pasará rápido. Lo sé. Cuatro, seis semanas. Y ya. Solucionado. Caerá la losa, de repente. Creo que estoy viviendo en una fantasía catastrofista... Fantasía catastrofista... Me han dicho que dicen que se llama así. Imaginar que tendrás miedo y tener miedo porque imaginas que tendrás miedo. Miedo al cuadrado.

Enigmática. Sí. Soy consciente. El pudor. Va y viene. Es preferible. Me sorprende esta tristura, esta tontería que me deja laxa, emotiva en exceso. La fuerza se va. La he dejado guardada en algún rincón de esta casa que no es mía. Como no lo es casi nada en esta vida.

Lo voy a celebrar. Aunque resulte macabro. Trescientas cuarenta y siete veces y esta será la última. Ya es la última.

Grandioso

Tom Stone

Lo acabo de descubrir. Estaba viendo los retratos de bichito en flickr y al pulsar sobre el nombre del autor de uno de los comentarios, he ido a parar aquí.

Con algunas fotografías he tenido que apartar la mirada, como si realmente tuviera delante a sus protagonistas y no supiera muy bien qué decirles. Es más, puede que ni tan siquiera fuese capaz de acercarme a ellos. Aunque me pese reconocerlo...

La vida. Hermosa para unos y para otros, miseria y desolación. O no. Quizás hayan podido elegir. Una quimera, tal vez...

Vida

Acabo de llegar de pasear a Zas. En la esquina de la plaza de la iglesia, aparcado encima de la acera, un coche de novios adornado con flores blancas. En la puerta del templo, un coche fúnebre con la puerta trasera levantada, esperando a que termine el funeral del fallecido que ha de trasladar hasta el cementerio.

Hace un rato, en la avenida, un chico me ha preguntado dónde estaba la Casa de la Cultura. No se le entendía muy bien, era extranjero. Quería saber si ya había empezado lo de los payasos. Mientras hablaba conmigo, me ha señalado el coche aparcado a dos o tres metros de nosotros: una niña reía a carcajadas porque su madre le estaba haciendo cosquillas. Un señor con bigote, sentando en un banco, nos miraba con cara de pocos amigos. Quizás no le ha gustado demasiado que un negro preguntase por un acto cultural.

Ayer supe que la mujer del señor Miguel se ha muerto de un infarto. Mi padre no ha ido al entierro. Dice que ya no soporta ver la muerte tan de cerca. Sobre todo, porque el señor Miguel también se está muriendo; pero no deprisa, o de golpe, que asusta menos. Lentamente, con dolor.

Mi madre me contó ayer que los que han comprado el piso de la puerta 5 son muy oscuros. Tanto, que ella asegura que si se los tropezase al girar una esquina, saldría corriendo del susto. No sé cómo explicarle que no es muy normal que diga que todos tienen derecho a vivir -¿?- y que luego me intente convencer de que lo que para ella es distinto, de por sí, ha de ser malo. Bueno, sí: le dije que dicen que los pensadores dicen que otros más pensadores todavía decían que lo que nos ocurre a muchos es que tenemos miedo a lo desconocido. Quizás es que tenga miedo a salir a la galería, de noche; mirar hacia arriba y encontrarse cómo unos pantalones se tienden solos...

He discutido, a primera hora de la mañana, con el dueño de un bar que han abierto hace poco enfrente de Mercadona. Una amiga y yo fuimos hace una semana a tomar una cerveza. Sólo llevábamos ocho euros porque veníamos de comprar las entradas de la XIII Mostra de Pallasos y las habíamos pagado en metálico. Estando allí, pensamos en tapear y ahorrarnos la cena, porque para poco después teníamos pensado acudir a la presentación de una nueva asociación sobre la risa. En la puerta del local estaba la típica pegatina que se coloca para informar a los clientes de que se puede pagar con tarjeta. Aún así, le pregunté al camarero si esto era tal cual, y me lo confirmó. Después, a la hora de irnos, el dueño nos dijo que la máquina de la tarjeta sólo admitía pagos por encima de 20 euros -dato que no se podía leer en ningún cartel que fuera visible-. Le he pagado lo que le dejamos a deber. No sé si es que me he vuelto muy quisquillosa pero le he pedido la hoja de reclamaciones. Un tipo que no sabe tratar a sus clientes no merece demasiadas consideraciones.

Hace tres semanas me contaron que al marido de una amiga le quedan dos meses de vida. Este verano se quejaba de dolor de espalda y tras varias pruebas le diagnosticaron cáncer de hueso y de faringe. Tienen un niño de dos años. Él, treinta y cinco.

Hoy es sábado. Estoy sola. Día programado: comprar, lavar, tender, limpiar... La pila de la cocina está a rebosar: no me quedan platos limpios y para el desayuno de mañana he pensado que quizás me compre una taza que vi hace dos días en la tienda de la calle de al lado. Es amarilla y naranja y tiene una sola palabra escrita en su abombada tripa: "Bésame". De paso puede que me vuelva a casa con un lote de vajilla y cubertería de los de usar y tirar.

Las estupideces nunca deberían convertirse en un problema. Y sentirse culpable por posponer los deberes autoimpuestos es una soberana majadería.

Tengo por delante varias horas de sol. Me convertiré en placa de acumulación energética.

Impresionada

Al menos 30 muertos en el metro de Valencia

Nunca cojo el metro. Nunca. Una o dos veces al año, como mucho. En la zona en la que vivo hay más servicio de autobuses y de tren de cercanías. El jueves pasado lo cogí. Desde el municipio en el que trabajo. Me bajé en la estación de Jesús porque me equivoqué de línea. Esperé a que llegase la nº 1, que era la que me iba a llevar hasta el PROP -un macroedificio en el que la G.Valenciana tiene centralizados los trámites administrativos más comunes-. Allí me advirtieron de que no iba a poder seguir con el papeleo -mi siguiente paso era ir a la Jefatura de Tráfico- porque me faltaba una firma. El viernes a primera hora intenté localizar al amigo que me vendió el coche para que me firmase el impreso. No pude. Caso de que haberlo conseguido, habría pedido tres horas para poder hacer hoy el mismo trayecto, pero con la diferencia de que mi destino final hubiese sido la estación de la calle Jesús, ya que Tráfico está justo enfrente.

Estoy impresionada, muy impresionada. Dicen que el accidente ha ocurrido cuando han salido de la estación, pero no sé en qué sentido. De lo que estoy convencida es de que en mi trabajo, mañana, ondearán las banderas a media asta. Y por desgracia, no será sólo por un solo fallecido.

No sé cómo trasladar mi desazón ni si tan siquiera que escriba para contarlo; está claro que es una nimiedad, visto lo que ha ocurrido... Imagino que habrá más gente que, como yo, estará impactada porque a última hora sus planes se cambiaron. Estoy por pensar que sí que es cierto que las casualidades existen...

¿Hace falta que insista en que no se trata de morbo, sino de susto?


Addenda 9:02, 4 de julio de 2006

Ahora sé que, caso de haber ido ayer a Jefatura de Tráfico, me habría pillado todo el follón, pero nada que ver con el accidente. Fue llegando a la estación de Jesús desde la anterior, la de la Plaza de España. El convoy salía de la ciudad en dirección a los pueblos. Por eso la mayoría no son de Valencia.

La celebración

Lo malo de trasnochar es que luego una se ha de levantar a las 6:30 como muy tarde, y claro, después, si no es a base de bofetadas existenciales, tipo "Salomé ¿todavía no has arreglado lo de las extensiones de garantía de las impresoras de red?", una no termina de despertarse nunca. Se me va la olla: disculpadme, son los efluvios etílicos -qué fissssna que soy- de los dos benjaminesquemehecascauviendoHouseparasentirmerescatadoraymadreporundía.

A lo que iba: las "afotos" de la macro-celebración de mis 40 cumpleaños: una porción de tarta que tenía sabor a medicamento -lo malo de dejar las cosas para última hora-; una copa de cava y Zas como acompañante de honor. Las cosas familiares y de amistades varias vendrán con el fin de semana.

Las velas de los 40, encendidas; esperando que aquí, la que le da a la tecla, piense cuatrocientos mil deseos por segundo con el ánimo de que alguno, sólo alguno, sea verdad. Sólo quisiera que uno de ellos fuese cierto: que mis padres sigan sanos y enteros para mis cuarenta y un años -y estoy tan sumamente borrachuza que los ojos me hacen chiribitas... me emosssiono pensando en ellos, en esos niños grandes en los que han acabado convirtiéndose-.

Zas atisbando si existe alguna posibilidad de que parte del botín -que huele a nata- vaya a parar a su buche -ficticio... creo que lo del buche es cosa de las aves, pero a estas alturas, puede que hasta los cánidos tengan el estómago en la punta de la cola-.

Hago un kit-kat.

Hecho el kit-kat. Retomo.

¿Todavía no he dicho que yo celebro mi cumpleaños durante dos días? Una lástima: ya no me quedan más benjamines. Eso me pasa por pensar que no iba a ser capaz de plimparme una botella entera. A lo que iba: lo cuento siempre. En todas las reuniones sociales. Y en las asociales, también. Es como mi tarjeta de visita. A ver: "Usted, ¿qué podría contarnos de su vida que le haga peculiar?"... "¿Yo?... uyssss, en qué compromiso me pone -mentira cochina; estaba esperando este momento como agua de mayo-... nunca fui ganadora de los juegos florales ni tampoco salté el plinton dando una doble voltereta con pirueta en espiral a la salida... ya está, ahora les cuento...": nací el mismo día que mi hermana -buscar las referencias en esta bitácora en los anteriores cumpleaños-, a la misma hora, pero con una diferencia de dos años. Y para más inri, nací en el ascensor, cuando llevaban a mi madre al paritorio. Le provocaron el parto, porque aquí la menda era puñetera incluso desde antes de nacer: a los ocho meses decidí colocarme como Dios manda y parece ser que nadie podía asegurar que a mí no se me cruzasen los cables más tarde y me diese por situar mis "pieses" en el sitio destinado a mi cabeza, por lo que decidieron que o era entonces, o se arriesgaban a un parto complicado si esperaban al noveno mes. Cuando vi la luz eran las 23:55. Cuando nos entraron al quirófano -a ambas, porque yo ya respiraba el contaminado oxígeno que nos rodea-, ya eran las 0:00. Resultado: mi nacimiento se registró con fecha 5 de abril, pero como yo me fío de mis padres y jamás en la vida he pensado que ellos restaron o añadieron minutos a la historia -según se mire- con ánimo de que pareciese más impactante, lo celebro el 4 de abril, aunque en mi carnet de identidad y en mi partida de nacimiento ponga que vi la luz el quinto día del cuarto mes de un año acabado en seis." -sigo viva, que conste; eso sí, me ha tocado releer lo escrito para saber si lo que tecleaba tenía algún sentido-.

La última foto del autohomenaje-porque-yo-lo-valgo-y-soy-la-más-mejor-del-mundo-mundial:

Zas zampándose el sucedáneo de nata que me ha sobrado de las fresas. Sí, lo sé: es malo darle dulce a los perros. Lo asumo. Se lo ha pasado pipa.

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Y aquí se acaba el mini-reportaje de lo que supone la celebración del 40 cumpleaños de una moza pizpereta que está aprendiendo a quererse a sí misma y a la vez, a los demás. Seguramente, de todos estos desvaríos, saldréis todos beneficiados, :-D

Coincidencias

Inciso
[A veces me complico la existencia. Como ayer, por ejemplo. Es más divertido. Una tiene la sensación de que su vida es como la línea del horizonte: plana, sin altibajos. Y como ser una balsa de aceite no tiene demasiado aliciente, la cabeza no para de bullir -sí, como el cocido cuando se hace en una olla de porcelana, a fuego lento- para colocar chinitas entre hora y hora, entre la siesta y el café con leche de la tarde, entre la cena y el cepillado de dientes -¿quién hablaba de tropiezos?-.

Hace unos minutos he decidido dar un rodeo: será que cada vez tengo más claro que la vida necesita de muchos prolegómenos, de muchas maniobras de arranque para luego calentar motores.]*

Tengo una caja de cartón verde. En ella están guardadas mis casualidades y unas cuantas coincidencias. Estas últimas son las que más me hacen ponerme a la sombra de otros -será que padezco prsonalidad múltiple y ahora mismo me llamo Tórtola Valencia y dentro de un rato en mi tarjeta de visita pondrá George Sand-: un lugar, una hora y una curva en una carretera cualquiera. O un café y dos palabras para ser amable con la camarera. O un disco sonando en la habitación contigua y una anciana mirando una fotografía colgada de una pared de azul desvanecido.

Hace apenas diez minutos las coincidencias me han llevado hasta mi misma. Y se me ha ocurrido buscar cuántos habría como yo. No he querido ir demasiado lejos. San Google, a veces, me asusta. He encontrado a un veterinario de Santiago de Cuba; a otro cubano, pero éste de La Habana; y a una argentina, de nombre Soledad.

La respuesta al misterio no tiene premio. Pero sí que es importante. Al menos, para mí. Tan importante que pretendo acordarme de este circunloquio nocturno durante todos los años que pueda. Será una buena señal. Soy feliz -como unas castañuelas-. En realidad, soy moderadamente feliz. El único abuelo que conocí no lucía barba blanca; mi perro no se llama Niebla y no tengo un amigo que atienda por el nombre de Pedro. No conozco a ninguna Clara y mi casa del pueblo no está en lo alto de la montaña, perdida entre los árboles. Aún así, a estar horas, sonrío como Heidi -iba a avergonzarme de tanta paparruchada, pero creo que voy a darle al "publicar" y cerrar rápidamente esta ventana porque si soy repipi, lo soy, y no hace falta subterfugio alguno para hacer como si no fuera yo...- y voy a seguir haciéndolo hasta... ¿mañana? ¿pasado mañana? Es abril. Razón más que suficiente.

(*Sé que los incisos lo son porque se colocan entre medias de algo. El mío se ha adelantado a este desbarajuste neuronal. En mi descargo, decir que las palabras se me escapan hace ya un rato, caminando a saltitos hacia la cama.)

Pausa

He de echar el freno. Demasiadas cosas que no son obligaciones pero que acaban atando casi de la misma forma. Desconecto por unos días. Dejo a medias la anotación sobre la peli "Sierra de Teruel" y contestar a los comentarios de "Mi keli mola mazo". Mis neuronas no dan para más.

Nos leemos dentro de unos días. Espero que alguién me guarde el sitio, :-D

La Tierra

Diálogo mantenido entre un campesino y un militar en un caza de una escuadrilla de aviación de las Brigadas Internacionales. Sitúo la escena: el civil -o paisano- sabe dónde se encuentra un aeródromo del bando contrario y como no es capaz de darles más referencias geográficas a los brigadistas para que éstos lo localicen y lo bombardeen, acaba acompañándolos en un vuelo de reconocimiento para ver si desde el aire, a la mínima altura posible, logra señalarles el lugar. Inician la misión de noche y sobrevolando las nubes, por lo que, hasta que no se hace de día y van perdiendo altura, no pueden otear sobre el paisaje:

- Brigadista: Eso de ahí abajo es la Tierra.
- Campesino: ¿La nuestra?
- Brigadista: No, la de ellos.

. Una tierra que quiso tener muchos dueños pero que acabó teniendo sólo uno. Triste, muy triste.

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Retomo donde me quedé ayer...

Cuando anoche escuché en la película el cruce de palabras entre estos dos hombres, recordé un artículo de José María Romera, publicado en Festina Lente, sobre el el uso de los posesivos: lo nuestro, lo de ellos... Tuve la impresión de que el militar, cuando le mostraba al campesino la tierra, no lo hacía con la intención de señalarle que ese territorio en concreto era del bando contrario, sino con la de indicarle que aquello que se veía allá abajo no era otra cosa que el planeta en el que todos habitamos. Esa reacción de responder preguntando "¿la nuestra?" tiene muchas interpretaciones... tantas...

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Y lo vuelvo a dejar hasta dentro de un rato.

Ida y vuelta

Principio y final.

Ir para volver.

Andaré perdida durante unos cuantos días. Eso creo. Aunque puede que no. Depende de... ¿el ánimo? ¿las ganas? ¿los amigos? Un poco de todo y un mucho de cansancio, hastio y desgana; con lo que equilibrar la balanza me va a resultar complicado. No obstante, creo que esta vez lo conseguiré. Estoy convencida.

El propósito: ver Almagro en invierno. Y después Toledo.

Espero que tengáis un magnífico final de año y un espectacular comienzo de 2006.

Sed felices, y no dejéis nunca de reir, que a fin de cuentas, es una de las mejores cosas que existen para fortalecer el corazón.

Hasta pronto, :-D

La foto se titula "Andando" y es de Antonio Román.

Tengo una cita

Con la agenda de números de mi móvil. Va camino de ser una tradición. Si alguien no sabe de lo que estoy hablando, tan solo decir que hace un año escribí una anotación en esta bitácora titulada Pequeña pervesión navideña. Creo que no hace falta añadir nada más.

La botella de cava está preparada. Y antes de marchar de casa de mis padres, he buscado en el enorme cajón del mueble en el que se esconde una cama plegable, las tres agendas que todavía tenía allí guardadas: nombres de compañeras de la escuela, de mis diez, doce e incluso catorce años; algunas mayúsculas para esconder nombres de chicos por si un eventual "oteador" quería averiguar si entre mis amistades existía algún candidato a novio oficial...

Haré un pequeño repaso. El gesto se lo merece. Después de la segunda copa, comenzaré a darle al botoncito de la izquierda del móvil para borrar unos cuantos nombres. Salud mental. Ante todo y sobre todo, salud mental.

Brindaré por aquellos que me abandonaron hace ya mucho tiempo y a los que yo todavía no he sido capaz de abandonar. Seguro que hoy, después de "robarles" mi abrigo, se sentirán, sin saberlo, sin tener noción de qué les está ocurriendo, un poco más desangelados. No me preocupa demasiado: podrán comprarse nuevos chaquetones forrados de cariño, aprecio o consideración -según los gustos, ¡qué menos que poder elegir!- a partir del 7 de enero, fecha oficial del comienzo de las rebajas. No voy a ser muy despiadada: tan solo van a permanecer desprotegidos un par de semanas. Poca cosa para el tiempo durante el cual yo les he sido fiel en mis aprecios.

Dentro de poco, menos de una hora. Hoy sí que me voy a vestir de gala. La ocasión lo merece.

¿Alguién se apunta?

"El Mesías" de Haendel os estará esperando.*

*La foto: Mujer Llorando (de la Serie Give Peace a Chance or Have a Nice War) por Dellacroix & Dellfina