Noche Buena y Noche Mala
Primer apunte de este diario no-diario. Vete a saber hasta cuándo o hasta dónde llegará el deseo de exponerme a unos ojos que no me conocen, y que si me conocen, no han aprendido a intuirme. Me levanto hoy, por ejemplo, y me digo: ahora mismo te pones. Te pones y mientras te pones deambulas por la casa. Intercambio el tú y el yo como si se tratase de un desdoblamiento racional de una personalidad irresponsable. Zas está sentado en el sillón de director, bajo la ventana. Dormita. Enroscado sobre si mismo. Ahora parpadea. Seguramente es consciente de que lo estoy observando. Quisiera poder hacer lo mismo. Doblegarme sobre mi cintura y refugiarme en mi propio regazo, colocando la mejilla sobre el vientre acogedor.
Estoy perdiendo el tiempo. Quizás el tiempo no se pierda. Quizás el tiempo se quedé aquí conmigo. Encerrado entre estas cuatro paredes con color a lima. Suena en la radio el villancico de Rosana. Hace años que lo tengo por casa. Me lo regalaron. Y nunca lo escucho. Porque las navidades, de seis años hacia acá, no han sido excesivamente espléndidas. No me preocupa. Quizás, una vez más el quizás, esté aprendiendo demasiado rápido a mirar al resto de los mortales con un sentimiento de distancia que, en ocasiones, llega a asustarme. ¿Cinismo? ¿Excepticismo? Dejadez, indiferencia. Sí. Indiferencia. Tengo la nevera vacía y no voy a llenarla. Tengo el corazón a medias y no sé si quiero atiborrarlo con sentimientos que caducarán la semana que viene. Tengo la espalda desnuda y no sé si quiero que alguien me la cubra.
Esta noche será la contraposición. Si hay bondad, mañana habrá maldad. Esta aceptación implícita se esconde detrás de una celebración que me resulta ajena. Mi no-mundo prefiere el equilibrio. Aunque sea una utopía. La montaña rusa te roba el aliento y ya jamás te lo devuelve. Me gusta respirar a mi aire.
Mírate en un espejo, mi niña. El nudo de tu estómago y las lágrimas que no caen te dicen que sólo tú sabrás quererte como necesitas. Hazlo de una puñetera vez, mi niña.
Estoy perdiendo el tiempo. Quizás el tiempo no se pierda. Quizás el tiempo se quedé aquí conmigo. Encerrado entre estas cuatro paredes con color a lima. Suena en la radio el villancico de Rosana. Hace años que lo tengo por casa. Me lo regalaron. Y nunca lo escucho. Porque las navidades, de seis años hacia acá, no han sido excesivamente espléndidas. No me preocupa. Quizás, una vez más el quizás, esté aprendiendo demasiado rápido a mirar al resto de los mortales con un sentimiento de distancia que, en ocasiones, llega a asustarme. ¿Cinismo? ¿Excepticismo? Dejadez, indiferencia. Sí. Indiferencia. Tengo la nevera vacía y no voy a llenarla. Tengo el corazón a medias y no sé si quiero atiborrarlo con sentimientos que caducarán la semana que viene. Tengo la espalda desnuda y no sé si quiero que alguien me la cubra.
Esta noche será la contraposición. Si hay bondad, mañana habrá maldad. Esta aceptación implícita se esconde detrás de una celebración que me resulta ajena. Mi no-mundo prefiere el equilibrio. Aunque sea una utopía. La montaña rusa te roba el aliento y ya jamás te lo devuelve. Me gusta respirar a mi aire.
Mírate en un espejo, mi niña. El nudo de tu estómago y las lágrimas que no caen te dicen que sólo tú sabrás quererte como necesitas. Hazlo de una puñetera vez, mi niña.
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Bambolia -
bokuden -