¡Vivan los calcetines!
Hace un momento, mientras esperaba que la máquina del café me diera mi ración diaria de agua con sabor a algo similar a la cafeína, he llevado a cabo un gesto que, pese a ser sumamente normal, me ha encendido la bombilla de 40W que tengo por cerebro, y ha puesto en funcionamiento el mecanismo de la memoria -obsérvese el circunloquio prosístico para no decir casi nada y ocupar tres líneas- y he recordado cuando de niña vestía el uniforme escolar: mis calcetines estaban a la altura del tobillo y como me molestaban, los he subido hasta justo debajo del punto donde acaba la rodilla.
No voy vestida tipo jovencita-americana-con-minifalda-escocesa, no. Vamos, que no me imaginéis de esta guisa, porque lo mío es hacer el payaso pero de otra forma:
Soy bastante más clásica que todo eso: llevo pantalones, pero como hace un día de perros, lluvioso y desapacible -pobres perros ¿qué culpan tendrán?-, me he puesto botines de cordones y calcetines gruesos para que no me cale la humedad. Éstos son de los que cubren media pierna, pero claro, cuando te venden estas prendas no te dan certificado de garantía y cuando el elástico deja de ser elástico, no puedes reclamarle al fabricante y si quieres seguir empleándolos, los calcetines pasan más tiempo en los tobillos que en el sitio para el que originariamente fueron creados.
A lo que iba: el gesto de colocarlos en su sitio me ha hecho recordar mi infancia, y más concretamente, a las estrictas normas que las monjas nos imponían a la hora de llevar el uniforme del colegio. Los calcetines JAMÁS debían estar caidos: su lugar natural era permanecer debajo de la rodilla y era primordial que las pantorrillas permaneciesen ocultas -imagino que porque tienen una enorme carga erótica ¡ja!-. Cuando íbamos a entrar en clase, ya fuera a primera hora de la mañana, ya fuera después del recreo, ya por la trde, nos colocaban en fila india y repasaban nuestra indumentaria para que pareciésemos muñecas peponas en un escaparate de una tienda de juguetes.
Recuerdo que el problema de los calcetines arrugados a la altura de los tobillos era de difícil solución -máxime porque la familia de una no era demasiado pudiente y no dejaba el 20% del presupuesto mensual para comprar los susodichos- y que, una tarde, mi abuela, cansada de que llegásemos a casa con una nota en la que se le recomendaba a mi madre -ojo, a mi madre solamente, que mi padre estaba para ser el cabeza de familia- que fuese más cuidadosa a la hora de vigilar nuestra forma de vestir, decidió que había llegado la hora de darle solución a tanto despropósito monjil.
Ni corta ni perezosa, puso en práctica algo que ella llevaba haciendo desde que tenía uso de razón para sujetar sus medias: cortó varias tiras de cinta elástica -sí, sí, de aquella blanca, de más o menos un centimetro de ancho y que se usaba para renovar las gomas rotas de las braguitas- y en cosa de media hora, nos hizo un par de minúsculas ligas de andar por casa, que una vez colocadas a la altura del final de la rodilla, se ocultaban de la vista ajena con el dobladillo del calcetín.
Fin de la historia.
Pdta. Todo este inmenso despliegue insustancial ha venido a cuento de que, una vez que he llegado a mi mesa de trabajo, me he colocado, a la altura de donde empieza la pantorrilla, dos elásticos de los típicos de oficina.
Salvada por la campana: he superado el tiempo del kit-kat en cinco minutos.
No voy vestida tipo jovencita-americana-con-minifalda-escocesa, no. Vamos, que no me imaginéis de esta guisa, porque lo mío es hacer el payaso pero de otra forma:
Soy bastante más clásica que todo eso: llevo pantalones, pero como hace un día de perros, lluvioso y desapacible -pobres perros ¿qué culpan tendrán?-, me he puesto botines de cordones y calcetines gruesos para que no me cale la humedad. Éstos son de los que cubren media pierna, pero claro, cuando te venden estas prendas no te dan certificado de garantía y cuando el elástico deja de ser elástico, no puedes reclamarle al fabricante y si quieres seguir empleándolos, los calcetines pasan más tiempo en los tobillos que en el sitio para el que originariamente fueron creados.
A lo que iba: el gesto de colocarlos en su sitio me ha hecho recordar mi infancia, y más concretamente, a las estrictas normas que las monjas nos imponían a la hora de llevar el uniforme del colegio. Los calcetines JAMÁS debían estar caidos: su lugar natural era permanecer debajo de la rodilla y era primordial que las pantorrillas permaneciesen ocultas -imagino que porque tienen una enorme carga erótica ¡ja!-. Cuando íbamos a entrar en clase, ya fuera a primera hora de la mañana, ya fuera después del recreo, ya por la trde, nos colocaban en fila india y repasaban nuestra indumentaria para que pareciésemos muñecas peponas en un escaparate de una tienda de juguetes.
Recuerdo que el problema de los calcetines arrugados a la altura de los tobillos era de difícil solución -máxime porque la familia de una no era demasiado pudiente y no dejaba el 20% del presupuesto mensual para comprar los susodichos- y que, una tarde, mi abuela, cansada de que llegásemos a casa con una nota en la que se le recomendaba a mi madre -ojo, a mi madre solamente, que mi padre estaba para ser el cabeza de familia- que fuese más cuidadosa a la hora de vigilar nuestra forma de vestir, decidió que había llegado la hora de darle solución a tanto despropósito monjil.
Ni corta ni perezosa, puso en práctica algo que ella llevaba haciendo desde que tenía uso de razón para sujetar sus medias: cortó varias tiras de cinta elástica -sí, sí, de aquella blanca, de más o menos un centimetro de ancho y que se usaba para renovar las gomas rotas de las braguitas- y en cosa de media hora, nos hizo un par de minúsculas ligas de andar por casa, que una vez colocadas a la altura del final de la rodilla, se ocultaban de la vista ajena con el dobladillo del calcetín.
Fin de la historia.
Pdta. Todo este inmenso despliegue insustancial ha venido a cuento de que, una vez que he llegado a mi mesa de trabajo, me he colocado, a la altura de donde empieza la pantorrilla, dos elásticos de los típicos de oficina.
Salvada por la campana: he superado el tiempo del kit-kat en cinco minutos.
12 comentarios
Bambi -
Un día de estos, cuando mi vida se tranquilice algo más, he de montar algo que hace mucho tiempo que me ronda por la cabeza: un taller de tertulianas costureras en plan ponga-usted-verde-a-Aznar-mientras-aprende-a-manejar-la-aguaja.
La_Web_ona -
Otro día os pongo la receta del cocido. ;)
Bambi -
Web-ona, Kiri, me siento acompañada. Podríamos crear un club Pro-Ligas-Calcetineras, :-)
Y digo yo, que de cibermaruja tengo un rato... ¿por qué no compras elástico del que se coloca en las cinturillas de los chándals, que son bastante anchos, para no oprimir, y se cosen mucho mejor? En mi otra vida fui costurera, :-)
Kiri -
Nuestras madres hicieron mal, muy mal, y jamás, jamás se lo perdonaremos.
Nunca.
La_Web_ona -
Receta de cibermaruja
Bambi -
demasie -
demasie -
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos
MiTercerPie -
...nchh...tarde tarde, lo has acalardo mucho despues de que mi mente ya te imaginara asi ;)
Las abuelas, lo que no sepan ellas...
Bambolia -
Me alegro de que te guste, Hellcat. Tengo unas cuantas más esperando... las iré cambiando por semanas o algo parecido.
Hellcat -
Cini -
Y sí, a veces un pequeño detalle recuerda toda una serie de sensaciones. A veces he llevado esos calcetines largos y se están siempre cayendo. Son un horror. Aquí los suelo llevar cortos, menos cuando llevo botas de caña alta, que llevo medias panty, porque es más cómodo así.