La acompañante
Hace unos días terminé de leer La acompañante, de Nina Berberova -en este enlace se resume y analiza la obra, pero está en francés-. Desde el principio, me atrajo su calculada frialdad a la hora de narrar; esa distancia que hace que el lector sea casi incapaz de odiar o de amar a la protagonista de la ficción.
Traigo hasta aquí tres párrafos de la novela porque, de una u otra manera, me hicieron pensar. El primero, el comienzo de la obra, porque me llevó a preguntarme sobre cuantos autores, a lo largo de la historia de la Literatura, habrán empleado el método de unas falsas memorias para dar paso a la trama. El segundo, porque, si bien la protagonista, Sonecka, es en apariencia un ser sumamente contenido, la autora, en esas líneas, la desnuda ante el lector, dotando a la mujer de una rabia tan primaria que impresiona -al menos, a mí me impresionó-. Y el último, y en honor a la verdad, porque cuando comencé a leerlo, pensé automáticamente en Gru -por su aficion a la ópera-:
Me proporcionó estas memorias el señor Z.R. Se las había comprado a un chamarilero de la rue de la Roquete, al mismo tiempo que un viejo grabado que representa la ciudad de Pskov en 1775 y que una vieja lámpara que seguramente funcionó con petróleo pero que ahora está provista con un cable eléctrico muy correcto. Al comprar el grabado, el señor Z.R. le preguntó al chamarilero si no tenía alguna otra cosa rusa. Algo tengo, le respondió el vendedor y sacó del polvoriento armario que estaba en un rincón del viejo tenducho un cuaderno Moleskine, de esa clase de cuadernos que ha servido en todos los tiempos a las personas, sobre todo a las jóvenes, para llevar su diario.
El chamarilero contó que, cinco años antes, había comprado ese cuaderno por cincuenta céntimos, a la vez que unas partituras y dos o tres libros rusos (que desgraciadamente no pudo encontrar ahora,) en un hotel de baja estofa en donde un a rusa había vivido y también había muerto. Para cobrar el alquiler de la habitación, la patrona del hotel chalaneó sus vestidos, su ropa interior y otros objetos... todo lo que queda cuando desaparece una mujer.
El señor Z.R. escuchó primero todo esto; a continuación, abrió el cuaderno. Las líneas que cayeron bajo sus ojos le interesaron; después de haber pagado, tomó la lámpara con una mano, el grabado con la otra y apretó el cuaderno bajo el brazo. Cuando llegó a su casa, lo leyó hasta el final y no identificó quién era la autora.
En estas memorias, he modificado, ciertamente, algunas cosas, porque no todo el mundo puede ser tan poco sagaz. La que escribió y no quemó este cuaderno había vivido entre nosotros y muchas personas la conocían, la habían visto y oído. Al parecer, la muerte le llegó de improviso. Si era una enfermedad, fue una enfermedad violenta y breve, durante la cual ya le fue imposible poner orden en sus asuntos cotidianos; si era un suicidio... fue tan repentino que no le dio tiempo a la difunta para arreglar ciertas cuentas...
Sea como fuera, aquella mujer olvidó su cuaderno como el viajero olvida un paquete al saltar de un tren en marcha.
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Pero cuando pensaba en los jacintos, en la camarera, en el calor y en la limpieza, algo se rebelaba dentro de mí, y me preguntaba: ¿es posible que todo esto exista realmente y que no se encuentre nada para acabar con ello? ¿No se ha encontrado nada para hacer algo por mi madre y por mí, por mi cantante, por otros miles de seres que tienen los dedos congelados, unos dientes que se les pulverizan y unos cabellos que se les caen de hambre, de frío, de miedo y de suciedad? ¿Es posible que no se encuentre absolutamente nada para acabar con ese piso, con esa mujer, con ese gato azul de humo, y para que alguien aloje en ese salón a la familia piojosa de algún ajustador que utilice el piano como WC y que obligue cada mañana a limpiarlo a esas manos rosadas y que llame a esta operación servicio cívico? ¿Y que nosotros, los andrajosos, los desnudos, los hambrientos, los molidos, tengamos que soportar todo esto? ¿El queso de Holanda, el grueso tronco en la estufa con su corteza oscura, la leche en el platillo en donde el gato va a remojar su lengua?
Y con estos pensamientos, sentía yo calor en el pecho, y las lágrimas y la nieve se helaban sobre mi nariz y mis mejillas, y yo las enjugaba con el revés de la manga, y con las partituras bajo el brazo, corría y corría más lejos, sin hacer ruido apenas con mis botas de alfombra. Y a través de ese odio y de esa amargura que, por primera vez en mi vida, me asaltaron con tanta intensidad y en medio de los cuales me oí respirar más libremente que en mi dulzona y fluida indiferencia por todo, pensé de pronto en ella misma, en María Nikolaevna Travina, que me había besado en las dos mejillas, que me había mirado con atención y ternura.
.../...
Ya lo sé, hay gente que no admite el canto: una persona adopta la postura, abre la boca de par en par (de una manera natural y entonces es feo- o de una forma estudiada y entonces es grotesco-) y, mientras se esfuerza en mantener el rostro una expresión de facilidad, de inspiración o de pudor, grita (o ruge) prolongadamente unas palabras cuya disposición no está siempre lograda y que a veces son aceleradas sin razón alguna, o bien cortadas en pedazos, como para una charada, o incluso repetidas varias veces de una manera absurda.
Pero cuando, tras una aspiración (en absoluta afectada, sino tan simple como cuando aspiramos el aire de las montañas en la ventanilla del vagón), ella entreabrió sus labios fuertes y bellos, y un sonido vibrante y poderoso, lleno hasta los bordes, resonó de pronto por encima de mí y comprendí que aquello era exactamente esa cosa inmortal e indiscutible que oprime el corazón y que hace que el sueño de tener alas se convierta en realidad para el ser humano súbitamente desembarazado de todo su peso, me embargó por completo una especie de gozo entre lágrimas. Mis dedos se estremecieron, extraviados entre las teclas negras; temiendo decepcionarla, tan al principio, en cuanto a mi aplicación, me forcé a mí misma pero sentí que un espasmo que recorría mi columna vertebral. Era una soprano dramática, con las notas agudas estables y maravillosas, y las bajas, profundas y claras.
-Otra vez, Sonechka dijo ella.
Después de esto, tan solo añadir algo: Nina Berberova publicó sus memorias en un libro titulado El subrayado es mío, y en ellas habla, entre otras cosas, de la dureza del régimen soviético y de cómo se llegaron a desvirtuar ciertos aspectos de él en pos de ensalzar el comunismo como el único sistema viable de funcionamiento socio-económico.
Encontré un artículo -puede que no sea lícito el advertirlo, pero creo que, cuando menos, hay que cogerlo con pinzas para su lectura... su autor, se definió en el programa de Sánchez Dragó como un anarquista que en el fondo es liberal; difícil de compaginar...- de Carlos Semprún en el que se refiere la preocupación de la escritora sobre estas cuestiones, motivadas en particular por el caso Kravchenko, que vino a ser como una especie de caza de brujas practicada al "rojo desertor" que se atrevió a publicar un ensayo titulado Yo elegí la libertad, en el que ponía de vuelta y media el sistema político de la URSS.""
14 comentarios
Sponge -
Bambo -
Gru -
Gru -
Caballé, aparte de no aprenderse los textos de memoria, e inventarse la letra, tiene un carraspeo en la garganta que afea mucho su voz ya que no la convierte en limpia. Llega bien a los agudos (o por lo menos hasta hace bien poco llegaba) pero eso no es todo. La voz debe estar limpia y sin ese extraño carraspeo.
Bambolia -
Visitad la galería de imágenes, que el edificio se las trae, de verdad de la buena, :-/
Bambo -
Si sirve -porque es aquello de me ha contado mi primo-, esta señora es un pelín -o bastante, por lo que me han contado- "estirá" cuando no tiene cámaras delante. Y no es un hecho aislado de un día que una se levanta con mal pie... De como canta, ni idea, porque no entiendo. No sabría distinguir si está destrozando un aria o la está bordando.
María, creo que en el Teatro Real existen entradas de ultimísima hora, que se venden por un precio casi irrisorio, comparado con el de la venta de inicio.
Yo estoy esperando a ver qué pasa con el peaso de Ópera que están terminando de construir en Valencia... porque tiene una pinta de ser carísimo de la muerte. En mi apodo dejo un enlace en el que hablan de la "nave espacial".
Sponge -
Sponge -
María B. -
Lo q tenían q hacer es cobrar las entradas mcho mas baratas y no a precios d cena d restaurante d cinco tenedores.
Gru -
Lo de los Tres Terrores es un horror. Pavarotti tuvo voz, pero hace ya mucho que lo que hace de gallo de corral. Todo por la pasta. Carreras nunca tuvo suficiente potencia de voz: tiene un timbre bonito, pero no otras cualidades que se requieren por lo que ningún aficionada a la ópera lo defenderá. Y Domingo sí tiene voz (no sé si aún), pero es un asquito verlo hacer tantas tontadas por dinero.
Bambo -
No es lo mismo, lo sé, pero hace ya algún tiempo que han situado el conservatorio en dos de las plantas de la Casa de la Cultura -ya sabéis, está enfrente de casa-. A partir de la primavera, que es cuando abren las ventanas, se les oye cantar, y cuando los ratos en los que ensaya un coro, a veces, dejo mi ventana también abierta para escucharlos, aunque sea de refilón. Parece increíble que lo que se escucha sean sonidos articulados por personas... me gusta.
elisa de cremona -
Gru -
Berberova explica muy bien lo que es el canto. El canto bien cantado, eviedentemente. Si no es de una calidad extrema, al ser tan artificial, puede parecer rídículo y estúpido. Es por ello por lo que yo no soporto a la Caballé. Porque ya hace mucho que no canta y vive de las rentas de lo que cantó hace treinta años. Con ese divismo ridículo convierte la música clásica, para los que no la conocen, en algo esperpéntico, y no en la maravilla que en realidad es.
Bambo -