Cuando no se quiere pensar
Ocurre que cuando no se quiere pensar, una acaba pensando más de la cuenta.
Fijas la vista en un punto y al final del impás, el punto ha dejado de ser la referencia en la que querías esconderte para no tener que sentir más de lo que tu pulso puede soportar.
[Y después de darle vueltas a un razonamiento que no pasa de eslogan torticero, anoche acabé -cuántas veces he "acabado" estos días pasados- sumida en un afán, casi desbocado, de dejar constancia de todo o casi todo. ¿Qué todo o casi todo? Todo. Notaria. Fidedigna imagen. Fidedigna palabra. Fidedigna impresión.]
Sin luz y con sombras. Desleal.
Torcida. Inclinada. Asomada.
Vértigo y más vértigo.
A veces ocurre que cuando no se quiere pensar, se siente tanto que ni tan siquiera el mirarse en un espejo sirve para encontrarse las heridas.
Y sólo eran las doce y veinte de la noche.
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