Feminismos y reacción (I)
Comienzo, con esta entrada, a transcribir el capítulo que me ha parecido más interesante de Solas. A mi modo de ver, es en estos párrafos y en los que le seguirán, donde la autora dibuja de una manera clara y contundente lo que, hoy por hoy, significa ser mujer y, además, haber elegido la opción de no formar una familia al estilo tradicional.
En un momento en el que la palabra feminismo está un tanto trasnochada, porque, a priori y sin profundizar en la situación, parece que la mujer disfuta ya de todos los derechos por los que este movimiento social -el feminismo- ha estado luchando durante casi siglo y medio, no está de más el recordar que eso no es así y que se ha de perserverar, en tanto en cuanto existan diferencias evidentes en el disfrute de unos derechos que no son inherentes por el mero hecho de ser personas.
Feminismos y reacción
En este siglo se han reconocido los derechos humanos y los derechos de la mujer como parte de ellos, en la medida que se exige la no discriminación por razones de sexo; se ha consagrado el principio de igualdad al máximo nivel legal, desencadenando las diversas políticas de igualdad; se han generado cambios importantes en el derecho de familia y, dentro de él, en los derechos de las mujeres; se ha producido el acceso masivo de las mujeres a la educación y, en consecuencia, la posibilidad, al menos teórica, de acceder a cualquier trabajo o presión, llegándose a reconocer en algunos países la discriminación positiva; se ha conquistado el derecho al voto y la consiguiente legitimación para acceder al poder político, impulsándose la democracia paritaria. Es el siglo de los feminismos, de la liberación o revolución sexual, del derecho al goce y disfrute del propio cuerpo, de la anticoncepción, de la maternidad consciente o elegida y la consecuente separación entre sexualidad y maternidad, es decir, la posibilidad de escapar del rol tradicional-, de los importantes cambios de costumbres y mentalidades, de la crisis de la familia tradicional hacia formas convivenciales menos jerarquizadas y represivas, de la revolución tecnológica y la ingeniería genética.
Sin embargo, no podemos ni debemos ignorar la realidad, porque el llamado triunfo de la mujer puede anestesiar la conciencia de la desigualdad, ya que, como repetimos insistentemente, frente a la igualdad legal existe la desigualdad real. Las mujeres no ocupamos o participamos del núcleo duro del poder, ya sea económico o político, y el acceso a los máximos niveles de responsabilidad sigue estando para ellas lleno de obstáculos, e incluso vedado, de manera que el principio por el cual a igual trabajo corresponde igual salario no se plasma de forma generalizada.
Por otra parte, pero en la misma línea, hay un tema que evidencia de una manera trágica el hecho de que a la mujer se la considera todavía un objeto propiedad del hombre. Me refiero, obviamente, a la violencia sexual, que, como es sabido, no se restringe a países lejanos ni a prácticas exóticas, sino que adquiere un rostro cotidiano en la sociedad occidental: los malos tratos, los asesinatos, las violaciones, el acoso sexual, el sexismo rastrero y el diario temor doméstico.
Por todo ello parece claro que el feminismo, aunque tenga ya una historia, no es sólo historia, y sus objetivos no atañen exclusivamente a las mujeres, sino que su consecución es requisito imprescindible para la construcción de una democracia más plena y verdadera. Es, como diría Victoria Camps, entre otras, una tarea de interés común. A pesar de ello, y aun siendo conscientes de que el poder no se cede o se comparte sin resistencias, y de las nuevas argucias o estrategias que pueden inventar quienes las detentan, a las mujeres nos gustaría poder hablar con posibilidades de éxito y verosimilitud de un nuevo contrato social entre hombres y mujeres que llevara a compartir los derechos y las responsabilidades en las esferas públicas y privadas, a sabiendas también de las dificultades que un pacto así puede tener cuando una de las partes ocupa todavía posiciones de subordinación, lo que la lleva a rechazar y denunciar constantemente todo lo que sea un impedimento para la igualdad. A esto no debe ser en absoluto ajena, desde luego, la acción política, que necesariamente ha de impulsar políticas activas de apoyo a las mujeres con el fin de seguir progresando y evitar retrocesos. Porque en este ámbito nada es neutral ni automático, ni tan siquiera en el seno del llamado Estado del Bienestar.
Seguiré en otro ratillo.
En un momento en el que la palabra feminismo está un tanto trasnochada, porque, a priori y sin profundizar en la situación, parece que la mujer disfuta ya de todos los derechos por los que este movimiento social -el feminismo- ha estado luchando durante casi siglo y medio, no está de más el recordar que eso no es así y que se ha de perserverar, en tanto en cuanto existan diferencias evidentes en el disfrute de unos derechos que no son inherentes por el mero hecho de ser personas.
Feminismos y reacción
En este siglo se han reconocido los derechos humanos y los derechos de la mujer como parte de ellos, en la medida que se exige la no discriminación por razones de sexo; se ha consagrado el principio de igualdad al máximo nivel legal, desencadenando las diversas políticas de igualdad; se han generado cambios importantes en el derecho de familia y, dentro de él, en los derechos de las mujeres; se ha producido el acceso masivo de las mujeres a la educación y, en consecuencia, la posibilidad, al menos teórica, de acceder a cualquier trabajo o presión, llegándose a reconocer en algunos países la discriminación positiva; se ha conquistado el derecho al voto y la consiguiente legitimación para acceder al poder político, impulsándose la democracia paritaria. Es el siglo de los feminismos, de la liberación o revolución sexual, del derecho al goce y disfrute del propio cuerpo, de la anticoncepción, de la maternidad consciente o elegida y la consecuente separación entre sexualidad y maternidad, es decir, la posibilidad de escapar del rol tradicional-, de los importantes cambios de costumbres y mentalidades, de la crisis de la familia tradicional hacia formas convivenciales menos jerarquizadas y represivas, de la revolución tecnológica y la ingeniería genética.
Sin embargo, no podemos ni debemos ignorar la realidad, porque el llamado triunfo de la mujer puede anestesiar la conciencia de la desigualdad, ya que, como repetimos insistentemente, frente a la igualdad legal existe la desigualdad real. Las mujeres no ocupamos o participamos del núcleo duro del poder, ya sea económico o político, y el acceso a los máximos niveles de responsabilidad sigue estando para ellas lleno de obstáculos, e incluso vedado, de manera que el principio por el cual a igual trabajo corresponde igual salario no se plasma de forma generalizada.
Por otra parte, pero en la misma línea, hay un tema que evidencia de una manera trágica el hecho de que a la mujer se la considera todavía un objeto propiedad del hombre. Me refiero, obviamente, a la violencia sexual, que, como es sabido, no se restringe a países lejanos ni a prácticas exóticas, sino que adquiere un rostro cotidiano en la sociedad occidental: los malos tratos, los asesinatos, las violaciones, el acoso sexual, el sexismo rastrero y el diario temor doméstico.
Por todo ello parece claro que el feminismo, aunque tenga ya una historia, no es sólo historia, y sus objetivos no atañen exclusivamente a las mujeres, sino que su consecución es requisito imprescindible para la construcción de una democracia más plena y verdadera. Es, como diría Victoria Camps, entre otras, una tarea de interés común. A pesar de ello, y aun siendo conscientes de que el poder no se cede o se comparte sin resistencias, y de las nuevas argucias o estrategias que pueden inventar quienes las detentan, a las mujeres nos gustaría poder hablar con posibilidades de éxito y verosimilitud de un nuevo contrato social entre hombres y mujeres que llevara a compartir los derechos y las responsabilidades en las esferas públicas y privadas, a sabiendas también de las dificultades que un pacto así puede tener cuando una de las partes ocupa todavía posiciones de subordinación, lo que la lleva a rechazar y denunciar constantemente todo lo que sea un impedimento para la igualdad. A esto no debe ser en absoluto ajena, desde luego, la acción política, que necesariamente ha de impulsar políticas activas de apoyo a las mujeres con el fin de seguir progresando y evitar retrocesos. Porque en este ámbito nada es neutral ni automático, ni tan siquiera en el seno del llamado Estado del Bienestar.
Seguiré en otro ratillo.
16 comentarios
Bambolia -
Esstupenda -
jajajjaja, además ya tengo una edad en la que me perdono casi todo.
Besos
Bambolia -
En el texto que he copiado de C.Alborch hay un trozo en el que hace referencia a ese tipo de salida y explicaciones: " ...y aun siendo conscientes de que el poder no se cede o se comparte sin resistencias, y de las nuevas argucias o estrategias que pueden inventar quienes las detentan, a las mujeres nos gustaría poder hablar con posibilidades de éxito y verosimilitud de un nuevo contrato social entre hombres y mujeres que llevara a compartir los derechos y las responsabilidades en las esferas públicas y privadas...
Y no quiero decir que lo hagáis de una forma consciente, pero la cuestión es que el decir que el feminismo ya es algo del pasado y de que somos iguales es una manera de pasar página, como diciendo "pero si ya tenéis todo lo que queriáis, ¿a qué venís pidiendo más?" y no, no se trata de que se nos dé, en plan de concesión benevolente, como si se estuviese haciendo una caridad con nosotras. No. Lo único que se pretende, y lo que yo pretendo, es poder disfrutar de los mismos derechos, de manera efectiva. La teoría está muy bien y tal, pero en la práctica todavía existen infinidad de comportamientos atávicos que son indeseables.
No me sirve que me digan que somos las propias mujeres las que fomentamos más el machismo: es algo innegable. Pero es también lógico: respondemos a esquemas, a conductas que no hemos racionalizado, pero con las que vivimos día a día. En el momento en el que te paras a pensar, te das cuenta de que las cosas no son porque sí, sino que detrás hay una explicación. Y cuando conoces la explicación es cuando te das cuenta de que lo que se espera de nosotras es la aceptación del sometimiento.
Cínica, buenas puntualizaciones.
Esstupenda, en cuanto a los vicios machistas... completamente de acuerdo, aunque cabría matizar algo: cuando sé es consciente de que una se comporta según unos patrones claramente patriarcales, lleva bastante camino adelantado. Pero no es bueno -al menos a mí me lo parece-, masacrarse porque en un momento determinado te descubres comportándote como toda la vida. Es normal bajar la guardia, muy normal. Además, necesario. Y culparse por hacerlo es tirarse piedras al propio tejado.
Essstupenda -
Y no tengo carnet de ningún tipo, claro.
Y soy feminista, principalmente, porque lucho contra el machismo. Fundamentalmente el machismo que me han inoculado inconscientemente desde mi más tierna infancia y del que me resulta muy difícil separarme porque está adherido a mí como una segunda piel. Porque no lo hago consciente. Porque en mil y una situaciones me resulta muy beneficioso.
Así que lucho contra mi machismo con una fuerza titánica.
Y en la medida que voy haciendo conscientes mis vicios machistas, empiezo a ver las estructuras machistas del mundo que me rodea y no las tolero, porque ya las he hecho intolerables dentro de mi.
Ser feminista no es más que ser justa con una misma.
No es fácil, nunca lo fue.
seamos cínicas -
Avaricia, envidia... Díselo a los obreros de la Revolución Industrial, que tuvieron que luchar por salarios dignos y condiciones de trabajo mejores. Gracias a todos los que protestaron, hay cierto bienestar en el mundo desarrollado. Si no, la mayor parte de la población seríamos esclavos de unos cuantos. Y casi lo somos, pero menos que cuando se trabajaba en minas más de catorce horas al día por salarios de miseria.
seamos cínicas -
Y yo me refiero a que el feminismo, por una serie de razones, no ha sido bien entendido.
Sí, siguen existiendo el machismo y el feminismo. Y si, afortunadamente, la actitud de los hombres de hoy es bastante más abierta con respecto a los derechos de la mujer que hace unos años, se debe a que ha habido una lucha constante por parte de las feministas y otras personas para que se reconocieran esos derechos.
demasie -
Pecariamos capitalmente...y eso no es bueno.
seamos cínicas -
Se sique acusando con los mismos tópicos de siempre. Y prece mentira, que esos grandes pensadores, que llegaban a conclusiones interesantísimas, no pudieran acceder a conclusiones sobre la mujer libres de los prejuicios que habían mamado desde la cuna.
Toda esa cultura sigue y sigue. Está ahí ese poso de siglos.
seamos cínicas -
El problema es que, como suele ocurrir con todas las revoluciones, para que la cosa explote y haya cambios, se necesita una actitud muy luchadora, violenta incluso. Y esa es la imagen que ha quedado del feminismo. Esa es la imagen que hace que los hombres se sientan amenazados. Por eso es importante dejar claro que el feminismo noi es una suerte de castración. No es una forma de quitarle a nadie sus derechos, sino de darles derechos a quiénes no los tenían.
seamos cínicas -
Creo que es un proceso que va muy para largo (llevamos milenios sin esa igualdad, y tan sólo unos cuantos años desde que se permitió votar a la mujer). Y para mejorar las condiciones de la mujer lo mejor es una estrategia inteligente. Si los hombres se sienten amenazados reaccionan con más violencia.
Bambolia -
A mí también me gusta mucho, es muy congruente.
Essstupenda -
Me siento orgullosa de ella como si fuera un miembro de mi familia.
Bambolia -
demasie -
Bambolia -
demasie -