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De espaldas

Historias inventadas

Tres pequeñas mentiras

Tres pequeñas mentiras

"Wajir, 21 de enero de 2006

Querido Ernesto:

Podría contarte unas cuantas mentiras. Unas cuantas mentiras o una sola muy grande. Tan grande que no hiciese falta pulir los pequeños detalles para que resultase creíble.

Por ejemplo: soy feliz, Ernesto. Me gusta estar aquí, viendo cómo me sonríen los niños cuando me acerco hasta ellos. Sabes que el calor no es un problema para mí. Disfruto con las altas temperaturas. Mi termómetro personal considera que los cuarenta grados centígrados no dan sensación de sofoco.

¿Sirve?

Otra: me siento realizada, Ernesto. Porque sé que lo que hago es útil. Porque con mi trabajo ayudo a otros. Porque no tienen nada y yo lo tengo todo.

¿Sirve?

La última: me encanta cómo estas personas afrontan el día a día. No saben lo que es quejarse y ni tan siquiera se les escucha llorar.

¿Sirve?

Por supuesto, las tres son pequeñas mentiras.

El ejemplo de la grande sería algo parecido a esto: Ernesto, no me he equivocado. No tenías razón. Sé separar perfectamente lo que soy y de dónde vengo de lo que en estos momentos estoy viendo y el lugar en el que estoy.

¿A que suena convincente?
Soy una luchadora, ya sabes.

Te quiero,

Matilde

Posdata: tengo miedo, me duele el alma y sólo duermo a ratos por culpa del calor. Las imágenes de tanta miseria junta las llevo colgadas en la mochila y no encuentro un clavo lo suficientemente resistente como para que aguante el peso de tanta injusticia.

Beso"

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La historia es real a medias: he cambiado el lugar original por Wajir (Kenya) y los nombres. Le ocurrió a una amiga que perdió las fuerzas desbordada por la situación, por el dolor ajeno y por el abandono tan desolador que contempló. Claudicó y después de una semana, consiguió reponerse, entre otras cosas, porque entendió que sus compañeros ya tenían bastante: cuestión de supervivencia.

El texto lo escribí hace un año, más o menos, dentro del grupo "Inventa una historia" y acompañaba a una foto que no era mía. Hoy he querido rescatarlo y como no sabía qué hacer para juntar las palabras a una imagen, he acabado recreando yo misma la situación.

Pasarela Bambolandia

Pasarela Bambolandia

Avance Temporada verano 2008
Colección "Morfeu em fa l’amor"
Diseñadora: Bambo-oh-oh

La ultramodernidad de una diseñadora consumada -que no consumida-

La afamada diseñadora valenciana, Bambo-oh-oh, presentó ayer por la noche, en la gala de clausura del XXV certamen de "Pasarela Bambolandia", su colección para el próximo verano: "Morfeu em fa l’amor". Si digo que fue un éxito, me quedo corto. El despliegue de color fue tan espectacular que, según me contaron ya de madrugada algunas pérfidas lenguas, la conocida reina de las combinaciones imposibles, Ágatha Ruíz de la Prada, destituyó a tres de sus más cercanos colaboradores al poco de acabar el desfile. Justamente, los que se encargan de dar el visto bueno a las tintadas de los tejidos. Por algo será...

Bambo-oh-oh, Bam para sus más allegados, calentó la pasarela central instalada en los bajos del rehabilitado Almacén de Camiones de Basura -espacio recuperado con mucho acierto por las autoridades públicas para la celebración de grandes eventos culturales- en el mismo momento en el que la primera modelo puso un pie en la alfombra azul. Inició el desfile una joven mostrándonos un inocente vestido de tirantes, en tonos capa cardenalicia y carmín nº 10, de la colección de CH -Carolina Herrera-, que después de recibir una clamorosa ovación y para sopresa de todos los presentes, cuando ya nadie podía esperar algo así, se quitó lentamente el infantil atuendo para descubrirnos un bellísimo camisón en similares tonos, y adornado con unas sencillas puntillas que provocó un "oh" generalizado en toda la sala. La mujer niña dejando paso a la mujer-mujer, ésa de la que todos desearíamos poder disfrutar aunque fuera una sola vez en nuestra vida.

Acabó su desfile marcando estilo: dejó a un lado el típico traje de novia y nos mostró algo en lo que no hubiera pensado nadie. Se atrevió con una propuesta en la que la modelo lucía las prendas que la novia ya casada vestiría en su noche de bodas. Y fue entonces cuando vimos que Bambo-oh-oh -Bam para los amigos- es una mujer innovadora, rompedora, capaz de realizar combinanciones que para otros resultan vedadas: la diversión junto con la picardía, todo en uno. Carlina Mestinot, la siempre misteriosa modelo elegida para el cierre, se dirigió hacia nosotros pisando fuerte, mostrándonos un look desenfadado, representado con una camisa a rayas blancas y grises, de corte caballero, con una corbata negra a lunares blancos, anudada al cuello. De cintura para abajo lucía unos intrépidos boxers blancos con delgados motivos verticales en color azul eléctrico. Lo más innovador de este llamativo conjunto fueron los calcetines tobilleros de lana gruesa, también azules y blancos. Ni que decir tiene que a estas alturas, el público estaba puesto en pie aplaudiendo a rabiar.

Salió entonces Bambo-oh-oh -Bam para los amigos- para saludar a los invitados y agradecerles la calurosa acogida y cuando ya todos estábamos levantándonos de nuestros asientos y la música había bajado mucho su volumen, sonó un fuerte acorde y al ritmo de la canción "Guacamole" de Kevin Johansen, la propia Bam se dirigió a su modelo fetiche y comenzó a desnudarla...

El colega de profesión que se encontraba a mi derecha, enviado por la revista femenina "Cómeme, macho" tenía los ojos como platos... Carlina se quedó sólo con un sugerente conjunto de lencería azul cielo, moteado por pequeñas y delicadas salpicaduras blancas. Tan dulce, tan femenina, tan tremendamente seductora... yo llegué a pensar que Bam iría más lejos y se atrevería con los calcetines, pero entiendo que eso hubiera sido demasiado. Dejar descalza a la amante de Morfeo, a la Carmen kitch de su colección, era revelar su esencia más íntima, todo aquello que una mujer que viste la ropa de Bambo-oh-oh sabe que sólo ha de mostrar en petit comité.

Cesari Soroll i Peixcater
Estudiòleg a perpetuitat de la Fundació "Moviment per la recuperació de l’Avantguardisme post-segle XX".

Diari Plaça del Carrer Major
El periòdic degà de la Comarca del Vint-i-dos i mig

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Todo esta parrafada no es más que una vulgar excusa para enseñar parte de los imanes de mi nevera, :))

El extraño caso del ladrón de fregonas

El extraño caso del ladrón de fregonas

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Matilde: A ver... que me aclare yo, Cristóbal, que no tengo la cabeza para muchos líos...

Cristóbal: Si no es ningún lío, mujer; que creo que te lo estoy explicando muy clarito.

Matilde: No, si clarito sí que eres. El problema es que no me creo que puedas llegar a ser tan estúpido. Porque... a ver... tu ponte en mi lugar, que a veces pienso que eres incapaz de hacerlo.

Cristóbal: Sin insultar, guapita, sin insultar... Yo me pongo en tu lugar las veces que haga falta, Mati. Es que parece mentira, que cuando no quieres, no quieres y te cierras en banda.

Matilde: Mira, Cris, no me toques las narices, que ya está bien... tú imagínate cómo me he quedado yo cuando he llegado a casa y he visto, apoyadas en la pared de al lado de la puerta, seis fregonas que no son nuestras. Porque de otra cosa podré dudar, pero desde luego, sé a ciencia cierta cuántas fregonas tengo en mi casa. Entre otras cosas, porque siempre soy yo quién la usa... Y tengo una sola, Cristóbal, una sola. Una no son seis. ¿O sí?

Cristóbal: No, Matilde; una no son seis. ¿Y?

Matilde: ¿Cómo que "y"? ¿A ti te parece normal que te dediques a "perderles" las fregonas a nuestras vecinas? Es que me da igual que esta semana las tengamos de oferta en la tienda, Cristóbal. Me da igual. ¿Desde cuándo se roba a las clientas para que luego vengan a comprarte lo que antes les has quitado? ¿Me lo puedes explicar?

Cristóbal: Mati, que tú no entiendes de los nuevos métodos de venta, que no sabes nada de estas cosas, que lo tuyo son las costuras, que para eso eres pantalonera. Yo sé lo que me hago.

Matilde: Por Dios y la Virgen Santísima, Cristóbal... que por mucho margen de ganancia que tengas en cada fregona que vendas, es imposible que te salga rentable... ¡que no tenemos tantas vecinas, hombre! ¿Es que no te das cuenta?

Cristóbal: Esto no es cuestión de ganancias, sino de estrategia comercial. Llevo vendidas 12 fregonas y si sigo así, de aquí al sábado por la tarde llegaré a las 50, que es el mínimo que me exije el comercial.

Matilde: ¿Que el comercial te ha puesto un mínimo? ¿Para qué, para que las siguientes 100 unidades te cuesten 10 céntimos más baratas? Es que no lo comprendo, de verdad... que no tiene ninguna razón de ser...

Cristóbal: No, Mati, no; que es mucho mejor que todo eso... si en una semana soy capaz de vender 50 fregonas, los de Chof-chof me regalan un mp3 de 2 GB.

Matilde: No me lo puedo creer... vamos a ver... ¿qué has sido capaz de entrar en los patios de nuestros vecinos para robarles las fregonas sólo porque te pueden regalar un mp3?

Cristóbal: Pues sí ¿qué pasa? ¿qué no te parece bien? yo no veo dónde está el problema.

Matilde: Problema no, problemas. ¿Pero que tú no sabes que para pasar música al cacharro ese necesitas un ordenador?

Cristóbal: Sí.

Matilde: ¿Cómo que "sí"? Que nosotros no tenemos ordenador, Cristóbal...

Cristóbal: Pues lo compramos, ya ves tú... menuda tontería... Mujer, a veces tienes unas cosas que... tela, tela, tela... para una vez que nos regalan algo, como para dejarlo pasar...

¡Cómo! ¿Qué no te gustan mis fotos?

¡Cómo! ¿Qué no te gustan mis fotos?

Me ha parecido oirte decir que no te gustaban mis fotos... He debido de entenderlo mal ¿verdad?

Ya decía yo que no podía ser, con lo artistaza que soy, que de toda la vida me han dicho que lo mío era el Arte, con mayúsculas...

No te preocupes, no. Que ya sé que tú nunca me dirías algo así... vamos, que lo tengo clarísimo.

¿Has visto que anillo más estupendísimo me compré ayer en la tienda de regalos que hay en el parque? ¿A que tiene estilo? ¿No te parece demasiado llamativo? A mí al principio sí que me dio esa impresión, pero una vez que me lo puse, me quedé prendada. Verse, desde luego, se ve... Yo creo que es ideal... mira, mira...

... nada, nada, que no sigas con eso, hombre, que ya sé que te encantan mis fotos... mira, mira... ¿no te parece divino?

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Experimentos que hace una a las cinco de la tarde... la contudencia de un anillo enorme y un puño cerrado, poco más. Y por descontado, un poco de humor. O quizás, un mucho, :)))

Cuando salgas, cierra la puerta

Cuando salgas, cierra la puerta

"José, cuando salgas cierra la puerta", le dijo Adelina a su hermano, justo antes de que ella se encaminase al horno del pueblo, a retirar las pastas que había dejado haciéndose una hora antes. Cuando volvió de su encargo, se encontró la puerta tapiada.

Resignada y murmurando por lo bajo que aquel hermano suyo llevaba hasta extremos inauditos lo de cumplir las cosas al pie de la letra, se acercó a casa de Jacinta a pedir refugio y, desde entonces, reciben las cartas en el número 10 de la calle de Rubielos.

Conversaciones de salón

Eloísa: ¿Sabes una cosa, Julián?

Julián: No, no sé.

Eloísa: ¿Por qué siempre eres tan desagradable respondiéndome?

Julián: No soy desagradable, Eloísa. Sólo te respondo a lo que me preguntas. No sé una cosa. Sé algunas, muchas, pero no sé una en concreto, la que tú quieres que sepa.

Eloísa: Me pones nerviosa cuando haces alarde de esa lógica tan especial...

Julián: Da igual, Eloisa, da igual. Dime que es lo que tendría que saber y no sé.

Eloísa: ¿Te acuerdas de la mujer que dormía hasta hace poco en el portal de la casa de los Castillejo? Sí, hombre, ésa que va vestida de cualquier manera, que no tiene domicilio fijo y que cuando pasas por su lado, te mira como si te perdonase la vida...

Julián: No, no me acuerdo. ¿Debería acordarme? ¿Algún motivo especial? ¿Piensas invitarla a cenar esta Nochebuena?

Eloísa: Mira que eres cínico, Julián. Hombre, nada del otro mundo. Pero fíjate lo que son las cosas...

Julián: ¿Qué cosas, Eloísa? ¿Qué cosas?

Eloísa: ¿Puedo contártelo o no? Deja el libro encima de la mesita y atiende a tu mujer, que parece que te hayas olvidado de lo mucho que insistió el conciliador matrimonial sobre lo importante que era que dialogáramos.

Julián: Soy todo oidos.

Eloísa: Sabes que hoy había quedado con Josefina para ver las telas de las cortinas del salón. Ya están pasadas de moda... A la vuelta, después de dejarla en su casa, he pensado en aparcar en la calle porque a la tarde he de ir a formalizar el catering para Nochebuena y ya sabes lo que me cuesta meter el coche en el garaje...

Julián: Eloísa, por favor, creo recordar que el avance diario de tus quehaceres me lo diste en el desayuno...

Eloísa: Bueno, bueno... cómo te pones, hombre, cómo te pones... Mira, pues que no me ha quedado más remedio que aparcar en la calle donde vivían los Castillejo... no me gusta, porque casi todos los edificios están abandonados y sólo se ve zafiedad, mugre y mendigos de tres al cuarto, que es que ya no son como los de antes, que te miraban con respeto, porque sabían quiénes éramos, pero es que ahora, Julián... ahora te plantan cara, te retan... y da miedo, mucho miedo.

Julián: Y si tanto miedo te dan,¿ por qué no te has ido por dónde has venido y has aparcado en el garaje? Lucas podría haber guardado el coche, que no sería la primera verz.

Eloísa: A ver, Julián, es que yo estoy en mi tierra, en mi ciudad, en mi casa de toda la vida, en la casa de mis padres, en la que fue antes de mis abuelos... Me dan miedo, sí; pero no conseguirán que agache la cabeza... ¡hombre de Dios!... bueno, a lo que iba... que he dejado el coche en la calle de la Anunciación y al pasar por delante de la bodega del sr. Luciano, he visto a la loca de la que te he hablado al principio.

Julián: ¿Y cómo sabes que está loca?

Eloísa: Julián, una persona en sus cabales no se viste de esa forma y mucho menos se pone un gorro de los de Papa Noel un día normal, sin venir a cuento...

Julián: Si tú lo dices...

Eloisa: No lo digo yo, Julián; es así y punto. Bien, pues que la he visto. Y con ella había un cámara de televisión y un entrevistador. Ya ves tú qué cosas... ¿Qué tendrá de interesante una mujer que cuando te acercas para darle una limosna, en lugar de darte las gracias, lo más suave que te dice es que eres una puta burguesa de mierda? y perdona la expresión, cariño; que sé que es una bajeza hablar de esa forma, pero es que es lo que dice...

Julián: ¿Y? ¿Ya está? ¿Has acabado?

Eloísa: Mira, Julián, no cojas todavía el libro que te veo venir. No, no he acabado. ¿Es que no te asombra que una borracha que sólo sabe molestar a los vecinos, salga en la tele? Es que es el mundo al revés. Me ha dicho Leonor que era para un programa de la Cuatro, esa cadena nueva que está a favor de Zapatero... creo, sí, sí, se titula "Callejeros". Ya ves...

Julián: ¿Le has preguntado a Leonor? Cuántas ganas de cotillear,, Eloísa, jajaja, eres increíble...

Eloísa: Oye, Julián, que creo que eres consciente de que el servicio sabe mucho y lo calla todo. Que mira lo que le pasó a los Prats...

Julián: Vale, Eloísa, vale. ¿Puedo ya continuar leyendo?

Eloísa: Sigue, hijo, sigue... A ver... déjame que le eche un vistazo a lo que lees: Misericordia, de Galdós... Vaya, hombre, no sabía que te había entrado la vena compasiva, Julián... a este paso, hasta serás capaz de acompañarme los domingos a misa. Ya me decía mi madre que no me apurase, que lo de las manifestaciones y el puño en alto eran algo pasajero, y que cuando se es de buena cuna, uno acaba volviendo con los suyos. No sabes lo que me alegro, Julián.

Julián: Yo no, Eloísa. Yo no me alegro nada. Nada en absoluto.
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Fotografía de la que surgió la idea: Puta Navidad (con perdón).

El bello durmiente

Esteban duerme. Ya no lo miro. Antaño, ya no sé cuánto hace, esperaba a que su respiración sonase acompasada para alzarme sobre mi codo derecho y contemplar el espectáculo: su rostro perdía la fuerza que le aportaba la luz del día y las sombras lo convertían en un ser vulnerable, como yo, a fin de cuentas. Detalles como aquél se acomodaban en mi regazo y cuando echaba en falta su mano encima de mi hombro, recurría a ellos para acariciarlos.

Hoy, cuando me dirigía a la parada del metro, he detenido mi marcha. Un joven descansaba plácidamente, tumbado en un banco del parque de San Andrés. Sabía que Lucía estaba esperándome; pero... sinceramente, me ha dado igual. La monotonía de un café que sabe exactamente igual que el primero que tomamos juntas hace ya más de treinta años, no es ningún aliciente. Bien pensando, no es nada. Una línea continua. Sin altibajos.

Sólo he estado allí diez minutos. Poco tiempo. O quizás, todo el tiempo del mundo. En realidad, el tiempo no debería medirse por su extensión, sino por su intensidad. Diez minutos que han supuesto un millón y medio de desdichas y una docena de ternuras del tipo "Manual del buen esposo". Antes de marcharme, he pensado en acercarme al joven. Para saber cómo se ve de cerca la despreocupación. Para cerciorarme de que la dureza de la vida a unos les deja amargura en la mirada y en la punta de la lengua y a otros, les ayuda a disfrutar, sin más.

Tras una corta indecisión, he llegado hasta él y después de inclinarme sobre su rostro, he besado sus labios. No se ha despertado. Tampoco se ha convertido en mi príncipe valiente. Ha seguido durmiendo. Yo, en cambio, he escuchado cómo sonaba la alarma de un pequeño reloj despertador que, desde hace años, llevo colgado del cuello con la ayuda de una cadena de oro. Fue un regalo de Esteban. Para cuando di a luz a Fermín, el primer varón.

Todavía no sé cómo ha podido pasar... el reloj dejó de funcionar porque yo misma lo estampé contra el suelo, una tarde de hace ya siete años. De camino a casa de Marita, entré en la pastelería de Doña Generosa. La calidad de sus merengues era conocida en toda la ciudad y no quise resistirme. Mientras hacia cola para que me atendieran, vi a una pareja caminando por la acera de enfrente. El gesto del hombre me hizo sonrerír: le estaba colocando la bufanda a la mujer para que no quedara resquicio alguno por el que pudiera entrar el gélido aire invernal. Al acabar, le dio un beso en los labios y fue al apartarse cuando lo reconocí.

Mañana ya no hará falta que me sienta culpable por no querer velar el sueño de Esteban.

Las ranas encantadas, los príncipes valientes y las hadas madrinas son pura invención humana. Los que sí que existen son los bellos durmientes.

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Fotografía de la que surgió la idea del texto: Hombre tumbado en banco.

Pequeñas variaciones

Sábado, 31 de julio de 2004

Recaudación: 145.61 $. En caja, 5.61 $; el resto, guardado donde siempre.

El martes, pedir cucuruchos tamaño pequeño.

Domingo, 1 de agosto de 2004

Recaudación: 169.28 $. En caja, todo. Cynthia no me ha quitado ojo desde que he entrado por la puerta de casa.

Preguntar mañana a Bob cuando llegarán los regalos de la promoción.

Lunes, 2 de agosto de 2004

Recaudación: 89.23 $. En caja, todo. Cynthia ha movido los libros de su sitio habitual.

Martes, 3 de agosto de 2004

Recaudación: 0 $. En caja, nada. Un hijo de puta me ha atracado a las cinco de la tarde. La avenida llena de gente y ni un cabronazo ha sido capaz de llamar a la pasma. Y luego quieren, cuando llegan al puesto, que les haga un 2x1. Cynthia me ha preguntado cuando le iba a dar el dinero para la matrícula de sus clases de secretariado. Se cree que no sé que la academia se llama "Hotel Margarita".

Miércoles, 4 de agosto de 2004

Recaudación: 328 $. En caja, todo. El robo ha atraido a los curiosos. Mañana he de llevar a enmarcar la noticia del atraco que el Miami Herald sacó hoy. Cuando me llamaron ayer a las siete de la tarde para entrevistarme, me pidieron una fotografía del puesto de helados. Uno no sale todos los días en la prensa: yo mismo les llevé la foto que Igantius me hizo el mes pasado con su cámara nueva. Allí me enteré de que, en la huida, el atracador fue atropellado por la hija del alcalde.

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Fotografía que motivó el texto: Vendedor de helados.

¿Qué hago hoy para comer?

No tengo ganas. Estas piernas me están matando. No sé yo por qué Doña Lucía me dice que lo que a mí me pasa es que no sé cuidarme y que si saliera más a la calle no me harían falta tantas pastillas. Con lo bien que estoy yo aquí sentada, al sol. Envidia es lo que esta médica de tres al cuarto tiene... que a mí el Remigio me trae el jornal a casa todas las semanas y ella tiene que salir todos los días a la calle a ver gargantas y caras de abuelos verdes que le miran el escote que es que todo hay que decirlo... no puede una, si es que una es una mujer como toca, enseñar las tetas de esa manera tan descarada, que se apoya sobre la mesa para levantarse y le estás viendo el canalillo y si me apuras hasta el ombligo...

Cuando venga el Lucas me reguñirá, que lo sé yo. Ya me dijo ayer que no le arreglase el bajo de esos pantalones, que ahora se llevan asín, deshilachados, pero a mí que no me venga con monsergas, que tanta tontería de ahora se lleva esto y mañana lo otro no son más que pamplinas que donde este un bajo cosido a máquina como dios manda, lo demás son cosas del vestir como aquellos amigos de la Mary, la hija de la Filomena, que venían a buscarla en una vieja furgoneta pintada con margaritas en el techo.

Que no sé yo si hoy no tendría que haber hecho las lentejas que aún están a remojo, que al Remigio los espaguetis no le gustan, que cada vez que los ve en el plato me he de santiguar desde la cocina para que no comience a maldecir contra todos los muertos de la familia, que si de verdad las almas penasen, este hombre mío tendría un mal de ojo echado desde hace ya varios años... que al Lucas le gusta la pasta y yo quiero que me coma como toca, que luego se va de bares y en esto no se parece a su padre, pero lo que es a mi maño... aviada va la que sea su esposa, que tendrá que bajar a buscarlo al Dominó más de una noche...

Voy a hacer el sofrito, que veo que el Tomás está cerrando la tienda y eso es que ya son más de las dos.

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Fotografía que motivó el texto: Al sol.

Indolencia

Cada vez que contemplo la foto me acuerdo de ella. Me miraba retadora, como si dudase de mi capacidad para mostrar en imágenes lo que su postura indolente pretendía decirme sin mediar palabras.

Iba de aquí para allá, sin detenerse. Me puso nervioso. Resultaba imposible centrar mi atención en la preparación del equipo. El rítmico ruido de sus tacones marcando con fuerza los pasos se convirtió en una tortura.

Cuando llegó el momento de colocarse delante de la cámara, su rostro tomó el característico gesto de aquellos que quieren demostrar que están de vuelta de todo y no lo abandonó hasta que finalizó la sesión.

Pensé que, de haber podido, hubiera sido capaz de no pestañear para no abandonar, ni por una sola milésima de segundo, su intención de hacerme callar algo que, todavía no sé por qué motivo, ella entendía que si yo contaba, la convertiría en una persona vulnerable ante los demás.

Cada vez que contemplo la foto, me acuerdo de ella. Dos horas antes de llegar al estudio, paré a tomar un café en el viejo bar contiguo al museo. Me senté en la mesa que está delante del enorme ventanal, con el deseo de que, el ir y venir de la gente, me diese ideas sobre cómo afrontar el trabajo que tenía programado para la semana siguiente.

No quise escucharla. Pero, sin querer, una voz triste llegó hasta a mí a la vez que la camarera me traía el café. Intuí que no estaba sola. Girarme para saber hubiera sido indecoroso. Aguardé. Porque, en verdad, aunque era consciente de que estaba robando un trocito de la vida de otros, no me sentía culpable en absoluto por mi falta. La curiosidad se instaló en la silla que tenía enfrente y, en ningún momento, se me ocurrió decirle que se marchara.

- Sabes que no quiso hacerte daño; que tu reacción fue desmesurada; que las palabras, a veces, se quedan en los bolsillos ... él tardó en encontrarlas. Pero, al final, te las ofreció como regalo, tal y como tú deseabas.

- Es tarde, llega tarde. No quiero más ausencias, ni quiero más esperas. Es tarde. Muy tarde.

-Te arrepentirás, lo sabes. Estás comportándote como una niña malcriada.

- No, no es cierto. Me protejo. No quiero que me duela. Es más, ya no me duele. Vete y díselo. Márchate ya. No va a servir de nada que sigas aquí. Dentro de un rato tengo una sesión de fotos. Necesito hacer unas llamadas.

Su acompañante se marchó. Al momento, me llegó el sonido de las teclas de un móvil. Habló: "Ya está". Un silencio que duró un segundo, dos a lo sumo y habló de nuevo: "Rota". El ruido de una tapa cerrándose me indicó que había dado por finalizada la conversación.

Se levantó y cuando fue a ponerse la chaqueta que tenía sobre la silla que estaba a mis espaldas, me miró y tras un pequeño instante de duda, vi como su rostro pasaba de una desnuda tristeza a una aparente indolencia. Dos horas más tardes supe quién era.

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La imagen que ha originado esta historia, se puede ver en este enlace.

Mi primer cuento

La gota que colma el vaso

Erasé una vez que se era una niña muy niña. Tan niña que miraba con cara de niña. Y eso que todos le decían que parecía una mujer. Tan mujer como su madre, que era la mujer más mujer que ella jamás había conocido.

Nunca jugaba. Y si jugaba, no se lo decía a nadie. Jugaba con ella misma. Como juegan los que se saben tristes de por vida pero no quieren que nadie se entere. Sobre todo, porque una niña que mira con cara de niña ha de saber aceptar que la derrota llega de la mano de la tristeza.

Un día tuvo que esperar durante largo rato a que unos señores que llevaban muchas horas reunidos en la habitación de su abuelo, salieran de allí para que ella pudise entrar a darle las buenas noches. Como temía que si seguía estirándose el volante de la falda, su madre le dijese que eso era algo impropio de una niña con cara de niña, pidió permiso para irse a la cocina, porque pensó que desde allí podría asomarse a la galería que daba al patio de luces y así observar cómo la sra. Mariana tendía la colada.

Cuando estaba a punto de colocarse detrás de la cortina para observar a la oronda mujer -su madre, la mujer más mujer que ella conocía, siempre le recordaba que para mirar a otros era mejor hacerlo tras los visillos- el ruido del agua, cayendo rítmicamente sobre el fregadero, captó su atención. Se acercó y vio cómo, poco a poco, alrededor del anillo con el que se remataba la boca del grifo, se iba acumulando agua, hasta que, en un momento dado y sin previo aviso, ésta decidía liberarse de las ataduras metálicas y se lanzaba al vacio hasta estrellarse contra la piedra de la pileta.

Se quedó más de una hora contemplando el espectáculo. Ella siempre había visto cómo corría el agua. Era una novedad que, justamente en su casa, en la que todo estaba controlado al milímetro, fuese un insípido y líquido elemento el que decidiese tomarse la libertad de ir a su aire y darse su tiempo para recorrer su camino.

Cuando su padre la echó en falta -todos los familiares, los más y los menos, los ricos y hasta los pobres, estaban instalados en un anexo al vestíbulo que antiguamente había sido la habitación de la criada-, le preguntó a la esposa, la mujer más mujer que la niña había conocido, sobre el lugar en el que estaba la niña. Una vez supo dónde encontrarla, se dirigió hacia la cocina. Andaba algo molesto porque la madre había permitido que la niña con cara de niña se escapase del dolor familiar -ese sentimiento que ayuda a creer con fervor en la penitencia como forma de vida- para hacer vete tú a saber qué tontería.

Al encontrarla subida a una silla y apoyando sus codos en la bancada de mármol, alterado, exclamó "esta niña me saca de quicio, esto es la gota que colma el vaso". Se la llevo de allí casi a empellones.

María, que así se llamaba la niña que ya sabía que iba a ser triste de por vida, se quedó perpleja. No por el grito. No por la ira. No por el desprecio. Fue por algo mucho más simple. Su padre había dicho que las gotas colman los vasos y ella había estado durante mucho tiempo viendo cómo el agua caía hacia abajo. No podía ser verdad. El señor que por las noches, cuando la enviaba a dormir, le recordaba que no olvidase dar gracias a Dios en sus oraciones por ser una mujer afortunada que, de mayor, iba a poder casarse con un terrateniente, le había engañado.

Fue la primera mentira. María, desde entonces y hasta su muerte, vivió perpleja.


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Lo que ha originado que me atreviese a burlar el miedo casi enfermizo que padezco a la hora de construir una historia ficticia, estructurada, con principio y fin ha sido la creación de un grupo en Flickr llamado Inventa una historia.

Todo llega, está claro.