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De espaldas

Palabras sueltas

Des-amantes

No puedo esperarte.

Lo intenté.

La acera se marchó

y me quedé desnuda de caminos.

Vestida con futuros

que no sabían de las agujas locas

de mi reloj nocturno.

Lo intenté.

De veras.

Con las mentiras no juego.

Las adorno

y las cuelgo en el cabezal

de mi cama.

Para que tu ángel

y mi demonio

sean amantes mientras

nosotros

nos convertimos en esquinas

de una ciudad decimonónica.*

*Hay días en los que una agradece los desencuentros. Y otros, como hoy, en los que un encuentro, de sopetón, inesperado, te deja leyendo la pantalla, asombrada y contenta. A fin de cuentas, acabaré creyendo que sí que exite la magia. Aunque venga de la mano de un anatémico internauta.

La ausencia de los presentes



Alguna vez.
En el agosto tardío.
Una tierra árida.
En la retina del fotógrafo ambulante.

Un solo día.
Un calcetín remendado.
La camisa ultrajada por el viento.
Un río oculto.

Pesan las albardas.
La bestia no conoce otro rumbo.
Las tardes de tormenta
albergan temores ancestrales.
El calor humea en las cuadras.

Contra todo pronóstico.
El ajuar nunca llegó a estrenarse.
El camisón de lorzas amarilleó.
La ausencia fue solemne
aún antes de existir.

Hasta las lágrimas no estaban.
Perdieron el tren del futuro.
Un desafío demasiado extravagante.
El pozo se quedó sin agua.
Rompiendo la tregua, sin cortar las ataduras.

Llevan décadas recluidos.
En epitafios de viuda ennegrecida.
En cartas con renglones de a doce la cuartilla.
En pensamientos de hermanos exiliados.
En una imagen de duro gris y blanco.

Los ausentes me miraron ayer sin conocerme.
Sintieron cuando yo no era.
Todos marcharon menos uno.
No tardará tampoco en ser pasado.
Para mí fueron presente.

[Escribí este poema en enero de 2002, mirando la foto que encabeza la entrada, de un tirón. En apenas diez minutos. Lo publiqué -si a darlo a conocer a través de internet se le puede llamar así- en el foro Pregúntale a Satán; un lugar escondido y cómodo con un nombre bastante ajeno a lo que allí se podía leer. Me abordó la melancolía, sin avisar, y la dejé escapar como mejor supe. No he modificado nada -salvo un verso que he eliminado-, a pesar de que ahora suprimiría muchas cosas.

Lo de siempre: la vergüenza, el pudor, y esa idea cada vez más presente de que es necesario aceptar que la genialidad es cosa de otros; sobre todo, de esos otros que se empeñan en machacarnos al resto recordándonos que somos mediocres, como si con ello nos estuvieran condenando al infierno. Seguramente, si supiesen que para mí, salvo raras excepciones, el ser mediocre no es una lacra, creo que mi vida sería un poco más sencilla
]

Umilde sin hache


cayendo a trozos desde el panel oscuro.
Una pizarra negra

para blanquear su lisa superficie;

para hacer líneas rectas

con forma de redondel;

para dibujar una voz ya olvidada

y dejar que se vuelva a olvidar,

desmadejada,

cayendo a trozos desde el panel oscuro.




Eso pido.

No es pedir mucho.

Soy humilde en anhelos.

Umilde sin hache.

Hasta para eso hay que saber perder.

Si nos roban las consonantes aspiradas

no hay que lamentarse.

Nos están haciendo un favor.

Ahorrando hasta los quejidos.

Es la única forma de almacenar

el aire que se escapa de este alfabeto insonoro.




Lo malo de pedir es que nunca te dan.

Nadie quiere darme.

El boticario me ha dicho que sin receta médica

no puede otorgarme el título de enferma de primera.

Y yo necesito el diploma

para que la enfermera de primera me dé tintura de yodo

en estas cicatrices mal cosidas

sin que me recrimine mi hipocondría.




La pedigüeña que se coloca

en la puerta del súper

me ha dicho que me vende su delantal

con lamparones para que mi nueva circunstancia

de mendiga terminal resulte más convincente.

Me preocupa que la única hache que me dejen

conservar sea la de humillada.

Por si acaso, a partir de hoy,

escribiré con faltas de ortografía.

Umillada.

La puerta



Miro a través de la puerta entreabierta.


Y me sorprendo. No podría ser de otra manera.


La niña que olvidé duerme sobre un sarmiento. Roca.


Que no me diga tu voz que no hay remedio.



Ese canto se quedará mudo para romper la angustia de Teseo.



Una vez probé a perderme por un bosque ciego. Inútil.


Los pinos daban sombra a mi sombra. Muerta ya.



¿Qué puedo reclamar? Sed de malicia. Perversión.



Haberes tengo en el bolsillo de mi babero escolar.


Azul desvaído. No existe otro color para seis años tristes.


Aquí ya no ha sorpresas. La puerta es ahora cerrojo enmohecido.



Lanzo el boomerang y todo sigue en su sitio.

Obstáculos -o dime dónde escondiste mi maleta-

- I -

Lo único que pretendo
con este anuncio en la sección de contactos
es que tú atiendas mi llamada.
Nada más sencillo.

Quiero salir de viaje
pero no consigo encontrar la bolsa
en la que amontonar
la ropa interior,
los vaqueros
y mi colección de calcetines remendados.

Sé que la escondiste
en algún rincón de la casa
y sé que esta casa,
por desgracia,
todavía tiene demasiadas esquinas
por las que no me he atrevido a pasar,
desde aquella aciaga tarde
en la que decidiste mudar tus quereres
de residencia nocturna.

Me gusta jugar
-lo sabes-.
Me gusta reír
-también lo sabes-.
Me gusta disfrazarme
-eso creo que no lo sabes-.
Me gustaba emborracharme
-ahora ya no encuentro un alambique a mi medida-,
beber lentamente de las copas
que dejábamos olvidadas a lo largo del día
en nuestro ir y venir constante.

Ayer me di cuenta
de que tengo toda la cristalería
repartida en Dios sabe dónde.
En la alacena de la cocina
no hay una sola copa.
No he limpiado todavía.
Me da pereza,
tengo el alma en paro
y mi currículum ya está desfasado.
¿Será por eso que no consigo
dar con una simple bolsa
de cuadros escoceses?

- II -

He tenido el valor suficiente
para pasar la aspiradora,
y llevarme con ella los requiebros
que un día metí debajo del sillón
para darte una sorpresa.

Sigo sin diplomarme en el curso
"Sea valiente por un día".
Conseguí leer el manual,
-que ya es mucho-
pero he sido incapaz de superar
los heroicos obstáculos
que se incluyen en el vídeo de aprendizaje
para mi completo adiestramiento.

- III -

Te pido,
como último favor,
-si es que alguna vez me hiciste un favor-,
que contestes a este anuncio
y me digas en qué lugar escondiste mi maleta,
aquel día en el que, imbuido de un espíritu casi divino,
decidiste inspeccionar
si sus hechuras eran las correctas
para resistir un viaje de más de tres días,
y te encontraste con que yo atesoraba, en su interior,
ordenados por riguroso orden alfabético,
un almacén de defectos con los que podía proveer
a todo un regimiento de ángeles,
llegado el caso de que éstos hubiesen necesitado
ser discretamente normales alguna vez.

Es casi una súplica.
No sabría vivir siendo perfecta.
Te ruego encarecidamente que seas honesto conmigo
y que dejes de jugar al "Tú la llevas".
Evítame, por lo menos, el tener que reponer
por tercera vez el botiquín del cuarto de baño:
anoche ya no me quedaban tiritas,
ni algodón,
ni tintura de yodo.
Las gasas estériles están a punto de acabarse,
pero ésas son para grandes males
y si tú te decides a desvelarme la ruta de El Dorado,
creo que podré subsistir sin tener que explicarle
al boticario que soy demasiado patosa
en esto de aprender a vivir:
una tiene su corazoncito y con lo tímida que soy,
me avergüenza sobremanera inventar excusas
para disimular los moratones del alma.

La decena




Cuenta hasta siete.

El diez está muy lejos todavía.




¿Por qué morir?

¿No te sirve la vida como experimento?





Llámalo por su nombre de pila

y cuando gire su torso para verte,

dile que la fe se escapó de entre tus manos.

Ayer,

por la noche.

Cuando encontraste tu casa pintada de ausencias.





Uno.

Tres, cinco y siete.

Llegaste.





Lee tu rostro con el pulso extremado del dolor.

La piel respira.

De nuevo.

Debajo de tu vestido amapola.





Aún falta mucho.

Coplilla impopular






Fui al río a mirar las aguas

y a trenzar los juncos.

El ímpetu de la corriente

se llevo consigo el ingenuo gesto

de la fuerza virgen.

Fui al río a mirar las aguas

y a trenzar los juncos.





-E p í l o g o-


El caracol llega, poco a poco.

Tú te marchas a media tarde, rápido.

Él deja rastros.

Tú te llevas las migas.

Los barcos parten.

Las velas se ajan.

Las mentiras se cincelan.




No volveré a ser Ariadna.




El cuadro es de Carmen Medina

Un día imaginé



Duermo.

No sé soñar.

Y duermo.

Recostado en la palabra

que ayer no pronuncié.





Duermo.

No sé caminar.

Y duermo.

Apoyado en la caricia

que ayer se quedó en mi regazo.





Duermo.

No sé mirar.

Y duermo.

Contenido en el pincel

que ayer se quebró sin remedio.




[Tres con tres.

Me toman por un brazo.

Me llevan.

Sólo porque un día imaginé.]



La clausura



Se me cayó un fonema.

Hace media hora que lo busco.

¡Ilusa!

Creí que lo hallaría agazapado

entre las rendijas de la persiana.



Viene el aire a dar las buenas noches.

Se va la certeza de que los días no mueren.



Descubro en el escritorio

una voz que no conozco.

Me recuerda que no es decente

defender a un perdedor.



Callada y callada y callada.

Sin molestar, por si acaso.

Colgado el cartel de "silencio, por favor".



Perdí la oportunidad de apoyarme

en un recodo de mi nuca.

Sólo queda dormir en el jergón.



Mis labios enmudeciron hace ya una semana.

Por méritos propios.


Señor amo



La pared es cárcel.

El pasillo inacabado

se aletarga en los días de calor asfixiante.

Como él.

Que murmura.




Tres golpes sobre la imitación de seda.

Dos miradas de rojo que salpica.

Una palabra bajo el llanto del cuchillo.

Como ella.

Que enmudece.




La evidencia no viste hilos de oro.

Fugitivo

Hay un paraguas marrón apoyado en el cristal.

Y un cartel que dice que no vuelves hoy.


Llueve.

Sin piedad.

Con rabia.


La recta busca un ángulo obtuso.

Quiere coserse a sí misma

y un plano la convierte en un nombre estúpido

que nunca tendrá un paralelo.


Llueve.

Con piedad.

Sin rabia.


Hay una chaqueta azul encima de la mesa.

Y un sobre abierto que sólo contiene desamor.





Addenda 12 de mayo, 14:44
He retirado la fotografía con la que encabezaba esta entrada porque en este caso, en la página de procedencia, sí que se especifica que es necesario el consentimiento previo del autor para poder emplearla.

Cuadernos de caligrafía



- Sin tinta -

El límite siempre está por llegar.

Una margarita muere cuando es arrancada de la planta.

La deshojas y aparece un hermoso cadáver.

Desnudo.

¡Extraño tributo a la belleza!


- Borrones -

Cambio tras cambio.

Sin contraprestaciones.

El suspiro vacía mis pulmones

y mi tiempo se llena de esperas.

Interminable.

Busco con ansia una afirmación sin subordinadas.

Nada de condicionales.


Sé que amo.

Solté los tornillos de los portones

que permanecían firmemente cerrados.

Sólo para mí eran esas prohibiciones.

Encontré las herramientas

con las que debilitar a los profesionales.


Llamé a voces a mi sombra.

Ha resultado ser más fuerte que su propia dueña.

Permanece.

Al mirar hacia mis pies la encontré arrebujada entre mis zapatos.

Tuvo que ser ella la que, con un golpe seco,

cortase el nudo con el que el rey de Frigia

me sometía esclavizada a un carro del que yo quería escapar.


Sé que conozco.

Adopté como hijos naturales los nombres viejos de las cosas.

Mi vocabulario es reducido.

Por eso he de recurrir a los gestos pausados de mi alma.

Tengo una caligrafía casi perfecta.

De tanto repetir "mi mamá me mima, mi mamá me ama".


Soy recurrente.

Tropiezo contra los mismos obstáculos,

una y otra vez.



He comprado un par de lápices.




Addenda 9 de mayo, 10:55 h.
Acabo de hacer algunas modificaciones al poema: alguna que otra cacofonía y expresiones que le hacían perder fuerza. El original lo escribí hace tres años y ayer lo rescaté de Atramentum -a ver si consigo traerme poco a poco todo lo que allí me publicaron- y antes de mostrarlo aquí, también le di unos retoques. De ahí el escribir sin tinta y los borrones, :-)

Una casa a cuestas

[El traje está perdido.
Era gris y paseaba.
Una sombra sobre dos pasos.]

Reiterado el clip clap.

Suelo inerte que recibe el agua
sin que los charcos ahoguen
los débiles tobillos
del niño que nunca tocó el lomo de un caballo.

Tintinea la voz rota.

La caja de cartón cobija
sin miseria aparente
una fortuna acaudillada
por un bandolero que nunca robó palabras.

Claqué de madrugada.

Una cama inventa noches
sin el inhóspito
abandono del ladrido que habita
en este basurero que nunca fue cotidiano.

Tambores de hojalata.

[Amanece sin el aliento
del pedigüeño. Cuchillas para el día.]

Me miro en el espejo del café.
El azúcar corrompe la sobriedad de la mañana.
Es imposible vivir en blanco.
Ni tan siquiera el pan se resiste.
El trigo se deshace sobre una alfombra de bambú.

Un mapa se quedó abierto
encima de la mesa:
la ruta de los caracoles no sirvió para encontrarte.

Addenda 20:25

Esta mañana me acordé de este poema: el caracol con su casa a cuestas. Quieras o no quieras. O mejor dicho, queriendo, siempre queriendo. Ciertas negativas no caben cuando se trata de tu propia casa.

El traje anda solo. No ha habido variación. Su inquilino se escapó hace muchos años, quizás infinitos, al país de una mujer que ya no tenía nombre, aunque en algún tiempo lo tuvo. Alguien me dijo una vez que se hacía llamar Alicia.

El perdedor me ha tocado en el codo y al girarme he abandonado mi infancia. Sí. Desde hace una hora y media soy un cuarto de quilo más adulta.

No hay camas que inventen fábulas ni tambores de hojalata. Nunca los tuvo. Como mucho, sólo aprendió a lanzar la peonza de madera.

Esta tarde no había alfombra de bambú. Las migas han caido directamente al suelo, sin paliativos. El golpe me tiene perpleja.

Nos ha vencido la maraña de silencios y el peso de las palabras abortadas.

He guardado el mapa en el cajón. Ya no sirve tenerlo desplegado encima de la mesa. He encontrado las muletas al lado de la escoba. Mi abuela siempre me dijo aquello de que "hay que guardar para cuando no hay". Por eso las arrinconé. Hoy es el día en el que no queda. ¿De qué? De nada.

Los héroes nunca quisieron enseñarnos cómo se erguía la cabeza para fijar la vista en el rostro de los otros. Él anda hacia adentro y yo camino hacia el filo. Nunca supe de equilibrios. La debilidad me debilita. Ella se queda mirándose en su espejo de dolor-vestido. Los domingos se cambia de muda para lucir su vestido-dolor, que tiene más categoría. También confunde el norte con el sur: no sabe cómo llegar hasta esa caja de cartón que cobija las miserias y, aunque no sé da cuenta, su desnudo traspasa el caparazón de la casa a cuestas.

Una pobre casa pobre



Cuatro paredes.
Vestidas de azul añil.
Amparándose entre ellas,
como los ancianos que se sujetan del brazo
para dar su paseo vespertino;
repitiendo caminos,
desgastando el aire.



Se sostienen,
piedra sobre piedra:
losa arrancada del valle
que fue mar no hace mucho.


Se mantienen,
enlucidas por el aljez rojo que,
brillante,
deja ver un desnudo indiscreto
cuando su piel va cayendo:
desconchados que son úlceras
por donde supura el ánimo
ya cansado de aguantar.


No se rinden.
Esas cuatro paredes,
que por dentro son más,
muchas más,
casi infinitas.


Dividen vidas y muertes
como en su momento multiplicaron
penas y restaron alegrías.
Cortinajes raidos,
descolgados,
ocultan los lechos
en los que aún descansan los sueños
que nunca fueron despertados.


El candil ya no tiene aceite.
La vela ya no tiene mecha.
La luz es menos luz entre esas cuatro paredes.
El día es menos día sin sombras
que maticen el brillo de las lágrimas.


No hay lámparas,
demasiado lujo para una casa tan pobre.



Para Kiri

El péndulo




El aire entra sin pedir permiso. Muerto. Como él.

Quiso decir adiós antes de hora.

Su sueño fue más elevado. Tierra. De barro.



Dime que tienes pan para tus mañanas.

Y café negro para tus tardes eternas.



El aire se escapa a conciencia. Vivo. Como él.

Quiso decir hola y le faltaron consonantes.

La realidad fue un sepulcro. Mar. Sin olas.



Dime que sabrás mirar por las ventanas.

Y que las copas se romperán sin venir a cuento.



El aire contamina. Vicioso. Como él.

Quiso pasar desapercibido. Por siempre.

La película es hoy a las diez y media. Luna. Al raso.



Noche




Mis tobillos son cúmulos de arena.

Pedido el cielo para que me lo empaquetasen,

no llegaron nunca a servírmelo en bandeja.

El cactus sigue vivo.

Sin agua ni sospechas de una muerte cercana.

Arcángeles vinieron a decirme púdrete

porque es el único indicio de estar viva.

Remolino fue.

Es curva que se desvanece.

Simpleza con ropa de fiesta.

Madrugada hermética.



Parásito




El erial viene hacia mí.

Desnudo.

Puñal para el placer y una tierra yerma.

Es mucha riqueza

para un cajón vacío.


La inmediatez de la paciencia

oculta,

gime,

languidece

entre las losas de un acertijo.


Hablaré

porque tengo nombre y apellidos.

Te escupiré

porque en mi cartera guardo un billete de autobús.

Te negaré

porque me quedé en el vano de la puerta.

La espera







Sin demora.

Me dijiste.

Llegaré para abrazar tus labios.

Con los míos.

Ayer.

Hoy me traes un poquito de silencio

para que me acostumbre.

Mañana

regalarás el arpa

que nunca aprendiste a tocar.

Deprisa.

La vida se acerca a tu precipicio.

El solar quedó desierto

cuando los soldados gestaron la desidia.

Argos murió herido por el abandono.

Ella o yo,

¡qué más da!,

somos un reloj de arena húmeda en un atardecer.




De la serie Sin eternidad
S.B.

Inicio


Dos sillas y una mesa.

Tibias, como el sueño que cae sobre una tarde de junio.



El engaño

vino de tu cintura a la mía.





Mordaza y siega

por la pendiente de la madrugada.





Las doce sonarán

para romper tu mañana.

Y para mí

pedirán misericordia.