Hubiese preferido enmudecer.
Porque siempre callo mejor que hablo.
Y, sin embargo,
te regalé una docena de palabras
y dos silencios para que pudieses entenderme.
Las manzanas todavía están verdes.
Aunque el tiempo diga que murieron anteayer.
¿No sabes que mi reloj sólo marca las horas
cuando la campana de la iglesia
llama a los fieles a rezar?
El cajón de la cómoda
nunca se cerrará como Dios manda.
Está vacío.
Probé a plegar los espacios,
como se hace con los manteles de hilo.
Líneas perfectas
con olor a membrillo.
No hay más huecos
que llenar.
Tu espalda
permanecerá de espaldas
a la estancia.
Hubiese preferido caminar.
Porque siempre ando mejor que sueño.
Y, sin embargo,
me imaginé calzada con los zapatos de Dorothy
y di por hecho que el rojo era el color perfecto.
Dos mentiras llevo en mis bolsillos:
una, la que construimos juntos
creyéndonos maestros carpinteros.
La otra, la que tejí cada madrugada
pensando que el camino de baldosas amarillas
te traería hasta mí.
Creí que algún día aprendería a contar.
Hoy sé que restar es mucho más fácil que sumar.
La imagen que ilustra la entrada es un cuadro de Martiniano Scieppaquercia y se titula "Sobre el mueble".
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