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De espaldas

Opiniones heterodoxas

Me dejé caer

Hace un par de meses escribí una pequeña anotación en esta bitácora sobre la película Déjate caer, dirigida por Jesús Ponce. Entonces no la había visto, por eso no hablé de ella. Ahora sí que puedo hacerlo: la semana pasada me dejé caer por un cine y la vi. Antes de contar mi impresión sobre esta producción, copio lo que se cuenta de ella, a modo de resumen, en su página Web:

"En uno de esos barrios que todas las ciudadaes tienen, con una de esas plazas que esos barrios tienen, pasan las horas tres jóvenes que empiezan a dejar de serlo. Nandi, Roberto Carlos y Gabriel, al que todos llaman ’Grabi’ porque nadie sabe pronunciar correctamente su nombre.

Los tres son lo suficientemente adultos para tomar las riendas de su vida pero también lo suficientemente inmaduros para tomarlas. Irresponsablemente, ven pasar la vida divagando y ocupando su vacío en un banco entre chistes y litros de cerveza que pagan con lo que le sacan a sus padres.

Pero la aparición de Sunci, una chica dispuesta a formar pareja con Roberto Carlos, rompe el equilibrio que parecía anclarlos en ese mundo de vagos."

Lo que vi fue una película fresca, sencilla, cercana: no es pretenciosa, no engaña, no "decora" los diálogos con discursos sesudos, existencialistas -sí, muchos lo hacen y queda francamente mal...-, no desvirtúa demasiado la realidad en favor de la historia... Es difícil ponerle una etiqueta, porque se mueve entre el drama y la comedia, haciendo constantes equilibrios para que la amargura no se instale en el ánimo del espectador: diría que es de risa pronta y reflexión tardía.

En algunas críticas que he leído y a la hora de hablar de sus protagonistas, los consideran pertenecientes a la generación que ahora ronda los 30. Y sí, es cierto. Están dentro de ella. Pero yo no creo que tengan mucho en común con el representante típico -y al que todos acudimos mentalmente: ordenador propio, videoconsola, televisión en el cuarto...- de esa edad: Nandi, Roberto Carlos y Gabriel no disfrutan de los beneficios del "que lo tengan todo, ya que nosotros no lo tuvimos". Viven en unas casas que provocan claustrofobia, en las que los muebles están amontonados por la falta de espacio; sus padres están más preocupados por sobrevivir que por enseñarles a vivir; no salen, no se relacionan, permanecen atados, como si fueran esclavos de tanto tiempo libre, a una pequeña plaza que no les aporta absolutamente nada; bueno, casi nada. Porque al menos se sienten arropados por el entorno, por el micro-mundo que, sin darse cuenta, han ido creando para permanecer, que no vivir: vegetan, que ya es mucho.

La amistad que se profesan no es tan férrea como ellos piensan: en el momento en el que entra en juego una persona que es capaz de que uno de ellos cambie de banco en la plaza -¡qué bueno!-, el castillo de naipes en el que viven comienza a tambalearse. A partir de entonces, les pasan cosas. Simplemente, sin más. Pasan cosas... fíjate tú... ¡lo que es la vida! Se mueven, salen del cascarón. Hasta incluso hacen un viaje iniciático; sí, aunque sea en autobús al pueblo de la madre de uno de ellos. Es lo que tiene ser mediocre, que no se puede disponer del todoterreno de papá y acercarse hasta el Rocío -por ejemplo-.


¿Qué más decir? Poco más. Que a ratos es divertida; a ratos, tierna -bueno, sólo un poquito-; a ratos, cruda; a ratos, ácida y demoledora -algunos diálogos son de los que te arrancan la carcajada y luego te queda ese regusto amargo del "joer, de lo que me estoy riendo"-. Rocambolesca y tópica -con toda la razón del mundo... ese médico enamorado de la barra del bar es un magnífico contrapunto- y sobre todo y por encima de todo, es una película honesta, sin artificios ni discursos efectistas. Quizás, sólo quizás, si no acaba siendo bien recibida por un sector del público, se deba a que a nadie le gusta que le pongan un espejo delante cuando sabe que lo que está contemplando no es lo que él desearía. No todos somos listos, guapos y existosos. Y nadie, por descontado, ve telebasura...

Volver o Cómo columpiarse gracias al nombre

La semana pasada vi la última película de Almodóvar. Se me pasó en su momento y hasta ahora, cada vez que había ido al videoclub, estaba alquilada. No sé por dónde empezar... Bueno, sí; por lo más destacable: he sido capaz de reconocer una calle de Almagro, que ya es... La casa de las protagonistas está situada allí. El resto -lo no destacable-: todavía no me explico cómo santas narices han seleccionado a Penélope Cruz como posible ganadora del Oscar a la mejor actriz. Salvo dos o tres momentos en los que se ve que sí que se cree su papel, el resto no pasa de ser una interpretación correctita que huele demasiado a imitación barata de la inalcanzable Sofía Loren -hay planos de la artista que parecen sacados de la época del realismo italiano-. Es mucho más destacable la interpetación de Blanca Portillo. El resto del reparto femenino -casi no hay hombres, y los que hay, son secundarios... menos que secundarios diría yo- está a la altura de las circunstancias, a excepción de la niña, que no es más inexpresiva porque no puede... A los extras que salen en las secuencias del pueblo manchego se les nota a la legua gua que no son profesionales: alguna que otra mirada de reojo a la cámara y algunos palos de escoba en forma de mujeres de luto son ejemplos más que suficientes. Lo que sí que está muy conseguido es la ambientación -no demasiado difícil si se rueda en lugares cercanos al que originó la historia-.

La historia... ¡ay, la historia! No se sostiene ni con parihuelas: lo único creíble es cómo se beneficia el personaje que interpreta Carmen Maura de las creencias esotéricas de la gente del pueblo. Nadie se arrepiente, nadie sufre por los actos que ha cometido... se toman la justicia por su mano y Almodóvar pretende que encima aplaudamos a las protagonistas porque ellas son así, Mujeres de las de Toda la Vida: mujeres coraje, mujeres de rompe y rasga, de aquí estoy yo... Uffff, no digo más porque puede que alguno de los que pasáis por aquí no la haya visto y no es cuestión de destriparla...

Voces melifluas

No sé a santo de qué se ha puesto de moda lo de cantar llorando. O llorar cantando. Que en realidad no sé que fue antes, si el huevo o la gallina. Hace un par de meses leí algo sobre esta chica con aspecto de niña desvalida, de adolescente perpetua: no sabía quién era y busqué información sobre ella en Google. Para mi sorpresa, hallé una entrada en la Wikipedia -Silvio, esto va por ti: seguramente no habrías encontrado información al respecto en los libros de consulta de casa o de la biblioteca municipal... quizás en la Enciclopedia Británica, :-D -: Nena Daconte.

¿Qué hacer cuando te han dado puerta -la primera expulsada-, antes de lo esperado, en la segunda edición de Operación Triunfo? Cambiar de registro y alejarse del tufo pelín hortera de los cantantes de esta fábrica de consumo rápido de éxitos. Por donde empezar: por elegir un nombre que dé un poco de empaque cultural. ¿Qué mejor que acordarse de García Márquez? Por donde seguir: por modificar la forma de cantar. ¿Cómo? Buscando la intimidad, el susurro, el lamento dulcificado... Cómo acabar: escribiendo unos textos donde lo fundamental sea la interiorización de los sentimientos, el conocerse a uno mismo y bla, bla, bla, unido a unas pinceladas de solidaridad, reivindicación y preocupación por los ideales perdidos. Todo muy trascendental y esas cosas tan de manual de autoayuda.

El resultado:

Idiota


En que estrella estará

No entiendo de música. No puedo valorar si los acordes suenan bien o mal... pero lo que sí que sé es que me sacan de mis casillas las voces almibaradas, de algodón de azúcar... Sobre todo, si para hacerlas más pegadizas, se eternizan en la prolongación del final de las palabras, como susurros, como suspiros infinitos... Por cierto, por el exitazo que están teniendo -Nena Daconte es un grupo: Mai Meneses y Kim Fanlo, un músico-, la única a la que le lloran las meninges cuando los escucha es a mí, :((

Será que no me va lo iconoclasta, lo profundo y la calidez...

La bicicleta

Os cuento un poco de qué va: es la historia de una bicicleta que pasa por tres manos distintas. O la historia de tres personas que tienen en común el poseer, en distintos momentos de su vida, la misma bicicleta: la preadolescencia, la juventud y la madurez. Un niño, una veinteañera y una anciana -si es que a Pilar Bardem se le puede llamar anciana-.

Se desarrolla en Valencia, pero no en la Valencia de la Copa de América o de la próxima visita papal, no. Nada que ver con la magnificencia de las ciudades dentro de las ciudades a las que son tan aficionados Rita Barberá y los peperos que gobiernan la Comunidad Autónoma: la parte antigua de la ciudad, en concreto el Barrio del Carmen; el Cabanyal -poblados marítimos-, Pinedo y La Punta -pedanías a orillas del mar-, Campanar... Arrabales, solares, escombros. Paisajes bastante alejados de lo que sale en las guías turísticas.

No me extiendo más porque en la página de Valencia en Bici lo explican muy, pero que muy bien.

No sabría deciros si es una gran película. Ni tan siquiera si es una película del montón: no sería objetiva. Me dejé llevar por ese color desvahido, como de cinta rescatada de un desván, y por el ánimo de los protagonistas, que son, ante todo y por encima de todo, optimistas.

Para Ana y Sinfo: Aurora, la mujer que interpreta Pilar Bardem, colabora en una asociación de vecinos que lucha por conseguir que no se derrumbe parte del Barrio del Cabanyal. ¿Os acordáis? Salen algunos de los lugares que visitamos y hay dos o tres escenas rodadas justo al lado del Parotet -la escultura que hay en la rotonda del Puente de Monteolivete, justito delante del macroescenario papal-.

Una curiosidad: al preestreno acudió Carmen Alborch, la ex-ministra de Cultura y actual diputada en el Parlamento español. Se dice, se comenta, se rumorea, que se va a presentar para alcaldesa de Valencia en las próximas elecciones municipales. Claro está, por el PSOE. Espero que tomase nota de algunos de los puntos fuertes de la película: la deshumanización de las ciudades, en general, y en particular, la barbarie urbanística que se está cometiendo en Valencia -aunque creo que es algo que sabe de sobra, pero bueno...-. También acudieron el director, Sigfrid Monleón, y Pilar Bardem, Bárbara Lennie y Alberto Ferreiro.

Cada vez me da más reparo recomendar películas, pero de todas formas, yo de vosotros, la vería. Arranca alguna que otra sonrisa y la ternura se toca sin llegar a ser empalagosa.

Ni se os ocurra

Ir a verla. O al menos, pagar por contemplar este despropósito cinematográfico. Me refiero a la última peli de Vicente Aranda: Tirant lo Blanc.

Iba con cierto recelo, he de confesarlo. Había leido alguna que otra crítica sobre esta adaptación de una de las novelas de caballerías más importantes de la literatura universal -al menos, eso dicen: Cervantes menciona la novela de Joanot Martorell en su Quijote, diciendo de ella que "es éste el mejor libro del mundo".- y el grado de negatividad me pareció tal que llegué a pensar que quizás se trataba de que los comentaristas tenían cuentas pendientes con Aranda y su particular forma de hacer cine. Vamos, que no estaban siendo del todo objetivos. Pero no. Una vez vista la película, he de reconocer que se quedaron cortos. Es mala, mala, mala. Desde el decorado de cartón piedra, pasando por la ausencia de corte en una Corte -valga la redundancia- como la de Constantinopla que se ofrece al espectador como fastuosa -me pregunto si es que no tuvieron tiempo para escoger a extras con los que rellenar los espacios- y acabando con algunas escenas dramáticas que en lugar de generar lástima y sentido dolor en el espectador, arrancan carcajadas por lo cómicas que parecen... Por cierto, el doblaje es pésimo -imagino que porque está rodada en inglés-.

Se salvan del descalabro algunas de las actrices: Leonor Watling, Ingrid Rubio y Jane Asher. Ni tan siquiera Victoria Abril... que ejerce, una vez más, de deslenguada viuda con furor uterino a la que no le importa subirse las faldas para mostrar sus ¿encantos?

No hay por donde cogerla.

Por cierto, como dato curioso: uno de los fieles compañeros de Tirant -no recuerdo ahora su nombre- es el que comienza la narración y el que la acaba. En la última secuencia aparece el actor Charlie Cox -su intérprete- envejecido, como síntoma del paso de los años. No demasiado, pero sí que se le nota en el rostro el paso del tiempo. Ayer fui a ver la última versión de Casanova y la película comienza y acaba con el mismo actor en pantalla, Charlie Cox. Es más, en el final de Casanova, también se le ve envejecido, pero en esta ocasión representa a un viejo en los últimos años de su vida. No es una gran película, pero bastante más digna y entretenida que la anterior, sí. Si a eso le añadimos que la sesión terminó con Orgullo y prejuicio -cine D’Or, reestreno, dos pelis por 4 euros-, podría decirse que en un fin de semana me han contado tres versiones distintas de sentir y vivir el amor.

7 vírgenes



La vi anoche, en el Club Diario -no sé ni para qué lo enlazo: me sorprende la desidia de esta gente... los responsables de este periódico al parecer desconocen la importancia que tiene actualizar una página web-. Para variar, la calidad de lo que ofrecen siempre aparece mermada por las ínfimas condiciones acústicas de la sala. De hecho, una vez empezada la proyección, la gente comenzó a murmurar porque no se entendía absolutamente nada de lo que decían los actores: entre el acento andaluz y las vibraciones de los dos altavoces, aquello parecía de todo menos castellano -o español, :-D -. Con todo, pasados los diez primeros minutos, la audición mejoró -creo que ajustaron los graves y los agudos-.

7 vírgenes es una película dura. Juan José Ballesta, conocido por casi todos -cinéfilos y no cinéfilos- por su actuación en El Bola, en la que interpretaba al niño maltratado, fue galardonado en el último festival de San Sebastián con la Concha de Plata al mejor actor por el papel que representa en esta cinta.

Tano es un joven que está en un reformatorio -no se cuenta con claridad el porqué de esta reclusión- al que le conceden un permiso especial de 48 horas para asistir a la boda de su hermano. Al llegar al barrio, se reúne con sus amigos de siempre. Hace lo que quizás haríamos todos en su situación: localiza a su chica, se echa unas cuantas risas y copas con los colegas e intenta no involucrarse en ninguna bronca porque sabe que eso, para él, sería un grave problema. Lo que ocurre después, a priori, puede parecer previsible. O no. Porque el final golpea. Como un mazo.

Quien busque entretenimiento en esta historia de perdedores, lo tiene francamente difícil. Y quien opine que en el cine español sólo se producen dramas o comedias sociales, mejor que no vaya verla. Se respira desesperanza desde el principio hasta el final: el típico círculo vicioso del que es tan complicado salir. Al menos, la última secuencia es todo un símbolo. Hermoso símbolo si se quiere ver con optimismo. Si se contempla desde la perspectiva de lo políticamente correcto, es la representación gráfica del fracaso del Sistema -sí, con mayúsculas-.

De su director, Alberto Rodríguez he visto, con anterioridad a ésta, El factor Pílgrim, y la verdad, nada que ver con la de ahora... divertida, descabellada y fresca. Eso sí, sus cuatro protagonistas también son unos completos perdedores -al más puro estilo hippie- a los ojos de la sociedad.

Me lo pido



Para siempre.

Quiero un amante así. Un hombre que sea capaz de mirar como lo hace él. Un hombre que con media sonrisa me transmita toneladas de ternura, sin demasiado esfuerzo. Un hombre que sea un misterio por descubrir, y a los cinco minutos, me sorpenda siendo transparente.

Ayer por la tarde vi La intérprete. No es una gran película. Previsible, algo tópica. Pero se deja ver, y el mero hecho de que se cuestione el papel que la ONU juega en la política internacional, ya es un avance, o cuando menos, una pequeña llamada de atención del director, Sidney Pollack. Lo que es indiscutible es que se ha de ser buen actor para aguantar, sin resquebrajarse, los abundantes primeros planos que se muestran de los protagonistas: Nicole Kidman no me terminó de convencer, y eso que los papeles de mujer fría y distante cada vez le salen mejor, pero Sean Penn, aun a pesar de no ser una actuación de las que hacen época, está casi perfecto. Y eso es sumamente difícil, al menos, en el cine que se ve hoy en día. Desde luego, superar su trabajo en Mystic River es una utopía.

Por cierto, prometo que un día de estos dejaré de poner fotografías tamaño poster... sé que son mazazos visuales, pero me cuesta refrenar mis impulsos de hacerlo todo a lo grande, :-P

15 días contigo



Cuando acabó la película me di cuenta de que estaba llorando. Ni tan siquiera de ese detalle me había percatado. Un par de lágrimas. A veces, no es necesaria más muestra de dolor. En realidad, al menos en mi caso, no se trató estrictamente de dolor, sino de recuerdos.

La producción cuenta la historia de dos marginados, un hombre y una mujer. Iguales vistos desde los ojos del espectador -y no me refiero al que acude al cine, sino al ciudadano, al viandante, al comerciante que desde la supuesta altura moral que le otorga su estatus social, los contempla como si fuesen animales de zoológico-, pero distintos en cuanto a su forma de afrontar la vida: Rufo está acabado, sin ganas de luchar e Isabel saca fuerzas de donde no las tiene con tal de pelear y enfrentarse a un destino bastante oscuro -más, aquí.

Drama social, dicen que se llama. Un nombre acertado. Al menos, en este caso: un barrio marginal de Sevilla, un yonqui, una ex-convicta, una pensión de mala muerte, un comedor de mendicidad, un soportal para dormir, unos cuantos ejemplos de comportamientos que reflejan la prepotencia de ciertos sectores sociales... Contado así, tal pareciera que lo siguiente a escribir es recomendar a los futuros espectadores, que acudan provistos de dos o tres paquetes de pañuelos de papel, por si acaso. Pero no es necesario; no cae en el recurso fácil de mostrar a los protagonistas como almas en pena, sino más bien al contrario: los dignifica.

No soy objetiva -si bien lo pienso, nunca lo soy... no se trata de hacer justicia-, más bien, bastante subjetiva: ya digo que me trajo recuerdos, y no muy agradables, por cierto. Sobre todo, al final. Pero vi retratado a un familiar en la figura de Rufo, en sus gestos, en sus palabras, en su aparente pasotismo y dejadez. En julio hará un año que se fue. Por eso lloré.

Yo, si fuera alguno de vosotros, no me la perdería.

El penalti más largo del mundo


Hace un momento acabo de leer un banner en www.lanetro.com en la que la
Hace un momento acabo de leer un banner en www.lanetro.com en la que la describen como una versión ligera de "Los lunes al sol". Me parece, cuando menos, exagerado y hacerle un flaco favor a su promoción. Está claro que sí que es una película con un trasfondo social evidente, pero de ahí a calificarla como la hermana pequeña de ese pedazo de drama social, va una distancia importante.
Hace un momento
Aporto datos: aquí y aquí hay amplia información sobre la película, aunque el último enlace es una copia calcada de lo que se puede leer y ver de ella en la web de la productora, Altafilms. En este otro enlace, hablan un poco del cuento en el que está basada la cinta. Y por último, éste es el artículo que ha aparecido hoy en el periódico Levante, tras el preestreno de ayer por la noche en el Club Diario Levante, donde la vi yo.

Es una buena comedia. Al menos, a mí me lo pareció. La van a comparar, inevitablemente, con "Días de fútbol", por la temática y porque en las dos actúa Fernando Tejero, pero salvo estos dos puntos en común, pocos más tienen. Es más, creo que "El penalti más largo del mundo" es menos superficial, busca menos la broma fácil, aunque, inevitablemente, existe, y el tratamiento del paro y la inmigración, a veces, es algo burdo.

Me recordó mucho, aunque no tengan, en principio, nada que ver, a "Luna de Avellaneda": ambas son historias de perdedores que se desarrollan en un barrio marginal, en las que los protagonistas intentan conseguir un imposible a sabiendas de que, seguramente, se van a quedar en el camino, por las dificultades que entraña alcanzar la meta que persiguen.

A resaltar, algunos de los diálogos entre los dos hermanos, Fernando Tejero y María Botto -esta chica es un éxito seguro en cualquier reparto en el que intervenga; tiene una capacidad asombrosa para darle credibilidad a sus personajes- y la muy cuidada ambientación.

No es una obra maestra ni va a existir un antes y un después de "El penalti más largo del mundo", pero es divertida, humana, y en ocasiones, muy tierna -de esa ternura que te hace sonreir por empatía-.

Nómadas del viento


Hacia tiempo que iba detrás de ver este documental en una gran pantalla y el sábado
Hacia tiempo que iba detrás de ver este documental en una gran pantalla y el sábado pasado lo conseguí. Por primera vez en mi vida, acudí a una matinal de cine, organizada por los VII Premis Tirant y salí casi flotando. Puedo resultar repipi o cursi, lo sé, pero me arriesgo: es poesía en forma de imágenes. No se puede describir de otra forma.

Nómadas del viento es una obra de arte. Con muchas dosis de lirismo pero con unas cuantas de crueldad; las justas y necesarias como para recordar que los animales son depredadores y que los humanos nos estamos cargando el planeta a base de despropósitos -por cierto, Gru, te dedican bastante tiempo, :-)-.

Altamente recomendable, sin lugar a dudas. De hecho, creo que si alguien ha de hacer un regalo y no sabe qué ofrecer, esta película sería una magnífica opción. Merece la pena tenerla en casa: diez minutos de la cinta dirigida por Jacques Perrin sustituyen a un par de prozacs. Estoy completamente convencida.

Por cierto, al paso que voy, a final de semana padeceré un empacho cinematográfico de los que hacen época:

26 de febrero: "El aviador", por mi cuenta.

27 de febrero, 4:45 tarde: "Million Dollar Baby", también por mi cuenta.

27 de febrero, 22:30 h.: "El señor Ibrahim y las flores del Corán", Premis Tirant.

28 de febrero, 22:30 h.:"Whisky", Premis Tirant -Ciri, magnífica-.

5 de marzo: "Nómadas del viento"

6 de marzo, 19:00 h.: "Fío sol de invierno", Premis Tirant.

6 de marzo, 22:30 h.: "El crimen ferpecto", Premis Tirant.

Reservadas para ver, de la programación de los Premis Tirant:

7 de marzo, 17:00 h.: "El juego de la verdad".

7 de marzo, 22:30 h.: "Una pasión singular".

8 de marzo, 17:00 h.: "Cien maneras de acabar con el amor".

8 de marzo, 22:30 h., preestreno: "El penalty más largo del mundo".

9 de marzo, 19:00 h.: "Las tortugas también vuelan".

9 de marzo, 22:30 h., preestreno: "Tierra de abundancia".

10 de marzo, 17:00 h.: "Aquitania"

10 de marzo, 20:00 h.: "Atún y chocolate".

Y si para entonces no me ha dado un jamacuco por intoxicación fílmica, dejaré por aquí algunas reflexiones sobre lo visto.*

*Vaya como desquite por todo lo que he contado en los comentarios de la anotación anterior: de alguna forma he de redimir mis pecados por consumo de telebasura... :-P

El Brujo, sí pero no


El viernes por la noche acudí hasta L'Alculdia -cerca de Valencia- para ver a Rafael
El viernes por la noche acudí hasta L'Alculdia -cerca de Valencia- para ver a Rafael Álvarez "El Brujo", uno de mis actores predilectos. No sé si es que esperaba demasiado de él; seguramente. La cuestión es que a medida que iba avanzando la representación, me embargó una sensación similar al "dejà vu" francés: verlo en escena era como tener delante de sí a parte de sus personajes anteriores. Y eso no me gustó. Porque el espectáculo, ideado para conmemorar sus veinticinco años en los escenarios, no es un "remix" de todos los anteriores -al menos, eso entendí yo-, sino una nueva creación, en la que debería de haber afrontado su papel como monologuista olvidándose de las peculiaridades de los personajes que anteriormente interpretó. No supo desprenderse de los registros heredados, por ejemplo, de El ávaro, de El Lazarillo de Tormes, de El Arcipreste -los tres que yo he visto- y mientras se paseaba por el escenario, su andar era deslabazado -no venía a cuento de nada-, torpe y su voz, en algunos momentos, se elevaba hasta extremos desagradables.

En pocas palabras: sobreactúo. Un poco de comedimiento no le habría venido nada mal, pero que nada mal. La contención es importantísima cuando uno, para transmitir una idea, un mensaje, no se apoya en elementos externos, sino que se centra en lo que es capaz de decir a través de sus gestos y de sus palabras. Es difícil, lo sé, pero una espera que un actor como Rafael Álvarez "El Brujo" tenga, desde hace ya tiempo, aprobada esa asignatura con matrícula de honor.

No pude evitar el compararlo con Jack Nicholson, que sabiéndose un buen profesional, ha acabado creyéndose un genio. Y eso, la verdad, es un error de apreciación importante, porque posiblemente sean genios los dos, pero es algo que ha de pensar el público, no ellos.

Por cierto, y aunque parezca mentira, me gustó lo que contaba y en algunos momentos, cómo lo que contaba. Pese a mis reparos, sigue resultando entrañable y su voz y su dicción son portentosas -algo que se agradece sobremanera, si se tiene en cuenta que algunos jóvenes actores españoles parece que hablen con la boca llena de mazapán-.

El puente de San Luis Rey



¿Me gustó? No sé. Extraño, porque o es que sí o es que no. Pero... es que no lo sé. El puente de San Luis Rey es un peliculón de época cuidado hasta en el más mínimo detalle. Pero no sé si es que la pretensión de la directora es la de mostrar la vida de los cinco protagonistas, como si de una historia coral se tratase, en la que se van enlazando las circunstancias de cada uno de ellos de una manera casi aleatoria, sin una continuidad evidente, o es que en verdad ocurre así, tal como se narra, en la novela en la que está basada la cinta. La cuestión es que se quedan algunos flecos sin explicación aparente, situaciones que, a priori, no se terminan de entender -por no decir que ni tan siquiera se comienzan a entender-. Existe un nexo común, sí, pero éste acaba teniendo tantos extremos que el unirlos para volver a hacer una sola cuerda es harto complicado.

Lo que es impactante es la ambientación y el vestuario -sobre todo y por encima de todo, el de Kathy Bates: es tan absolutamente recargado que el mirarla provoca una especie de compasión, de piedad ante tanto exceso desmedido de una persona que lo único que pretende en su vida es ser querida-, los tonos en el colorido del decorado y ese dorado tan característico del siglo XVIII.

En cuanto a las actuaciones estelares, poco que decir, salvo que Robert de Niro -el arzobispo de Lima- está más contenido que de costumbre y Pilar López de Ayala -la Perichole- no me convenció: creo que su papel tenía muchos más matices de los que ella muestra en una interpretación ambivalente, en la que no arriesga. El resto, desde el Virrey -F.Murray Abraham- hasta el Tío Pío -Harvey Keitel-, pasando por la Abadesa -Geraldine Chaplin- y Pepita -Adriana Dominguez-, hacen un digno trabajo, en el que sobresale Kathy Bates -o será que a mí me tocó la fibra sensible-.

En el artículo de El Mundo que he enlazado se dice que "El relato se sitúa en el Perú colonial de 1740 y narra el proceso inquisitorial que se sigue por la muerte de cinco personas en el derrumbe de un puente.", y esto no es del todo cierto, o no es exactamente cierto: la película cuenta el proceso inquisitorial seguido contra un fraile franciscano, Fray Junipero, que años después de haber caido el puente de San Luis Rey -en concreto, siete u ocho años más tarde- y sintiéndose un poco parte de la desgracia porque él fue testigo de ella, recoge en un libro la vida de los cinco fallecidos en este accidente, en un intento de medir/cuantificar en qué grado la maldad o bondad humana merecen castigo o perdón divino, es decir, pretende establecer si las muertes devienen porque los desaparecidos se lo habían ganado a pulso. Y el hecho juzgado es si el libro en cuestión es herético o no -nada que ver con las causas del accidente en sí-, si las premisas y conclusiones planteadas en él por el fraile están dictadas por el Maligno o por contra, son una mera manifestación cristiana. ¿Hace falta añadir qué le ocurre al monje y a todos los ejemplares de su libro?

Quizás es que yo esperaba demasiado... aún con todo, no es una película que deje indiferente y, sin duda, es para verla en pantalla grande. Por supuesto, mucho mejor que todos esos subproductos navideños llenos de buenos sentimientos y bondades infinitas.

La página oficial de la película.

Los chicos del coro



La vi ayer por la noche. Me refiero a Los chicos del coro. Cuando el director del Club, en la presentación de la película, dijo que en Francia la habían visto más de ocho millones de personas, y que se calculaba -no sé cómo contarán esas cosas, pero bueno...- que se habían hecho cerca de un millón de copias piratas en DVD, me sorprendió. Y me sorprendió porque lo que había leido sobre ella, para saber si me interesaba verla o no, no parecía ser una película demasiado populista.

Es una hermosa historia. No sé si es que me pilló con mi lado sensible menos protegido de lo habitual, o que sencillamente llega. El caso es que emociona, y mucho. Hay tanta ternura en algunos personajes que sales de la proyección con la sensación de que el mundo no es tan malo como nos lo pintan, y eso, al menos para mí, es importante, muy importante. Seguramente habrá quien la tache de sensiblera, sí. Y en parte tendrá razón. Pero, aun con todo, eso tampoco es malo, porque no se abusa; el cosquilleo que se te agarra al estómago cuando llega el final de la película es agradable, y una medio sonrisa se te coloca en el rostro, acompañada de la sensación de que te han contado un entrañable cuento.

La banda sonora es, quizás, lo mejor de la cinta.

Aquí dejo una escueta crítica sobre la película. Este año compite, en representación de Francia, en la selección previa a las candidatas por el Oscar a la mejor película extranjera.

Machuca



La vi ayer por la tarde. La proyectaron, en preestreno, en el Club Diario Levante a finales de mayo pasado -sino recuerdo mal-, pero aquella noche me venía fatal y la dejé pasar. Este fin de semana estaba programada dentro de las actividades culturales previstas para el mes de octubre, en la Casa de la Cultura, de la que ya hablé en otra anotación reciente.

Muy poca gente en la sala, creo que alrededor de una veintena de personas. Pensé que historias así, en las que se habla de algo doloroso, de cuestiones políticas, aunque sea de refilón, no gustan. Y es cierto, yo soy la primera que huyo de las películas que sé que me van a hacer pupa... Si bien, en muchas ocasiones, depende de cómo se cuenten las cosas o de lo que una llegue a implicarse en lo que las imágenes le hacen sentir -todavía recuerdo cómo "vi" Domingo sangriento (Bloody Sunday): tapándome la cara con la chaqueta durante casi toda la proyección- .

La película está dirigida por Andrés Wood. Para mí sorpresa, acabo de enterarme, al entrar en su página, de que La fiebre del loco, también es suya, con lo que lo he visto en persona -a Andrés Wood-, ya que cuando la preestreanron en el Club, acudieron él y una de las actrices principales -magnífica historia de perdedores, que te deja la sensación de "sitio maldito", de "ésa es la tierra de los olvidados"...- para su presentación.

Se desarrolla en Santiago de Chile, durante los días previos al golpe militar contra Salvador Allende, en 1973. Es la historia de dos casi-adolescentes, que por su estatus social, no estaban destinados a encontrarse, y que por las tendencias integradoras del director de un colegio religioso, acaban conociéndose y compartiendo experiencias. El asombro de ambos ante el mundo en el que cada uno de ellos se desenvuelve es patente -inevitable por otra parte- y en lugar de distanciarlos más, esas diferencias acaban convirtiéndolos en inseparables: es lo que tiene la novedad y el descubrimiento de otras existencias, de otras miradas, de otras realidades.

Si la historia finalizase con la muestra de cómo estos dos -a mitad de la película ya son tres jóvenes- casi adolescentes van afrontado los diversos avatares que la vida les ofrece, no dejaría de ser una mera constatación de un avance, de algo que se sabe de antemano, de una evidencia, no más. Lo cierto es que ver cómo reaccionan ante el primer beso o cómo hacen sus primeras pellas es interesante de por sí, pero la narración va mucho más allá: el fatídico día del golpe de Estado llega y con él, la afirmación de que existen diferencias insalvables, de que, el mero hecho de calzar unas zapatillas marca Adidas, va a señalar la pauta de quiénes son los buenos y quiénes son los malos -la concepción de buenos y malos desde el punto de vista de los contrarios a Salvador Allende-.

Para acabar, sólo dos apuntes en forma de impresiones: el primero, que el final me llegó de sopetón, como si hubiese estado paseando, a ratos, en un hermoso jardín de flores, y al salir de éste, sus guardianes, me hubiesen despedido con una sonora bofetada. Recordé, casi de forma inmediata, que esa sensación fue la misma que me provocaron las últimas escenas de La lengua de las mariposas, muy cercana al desasosiego, al dolor que no sabes en qué parte de tu cuerpo colocar. El segundo apunte: la frase que pronunció uno de mis amigos cuando ya estábamos en la calle. Dijo "y mientras tanto, nosotros éramos felices en la escuela"-los tres teníamos siete años cuando el golpe militar de Pinochet, más o menos la edad, tirando a la baja, de los protagonistas-.

Otra crítica.

Verónica Guerin



La vi ayer por la tarde. Me refiero a la película que narra la historia de Verónica Guerin, una periodista irlandesa, que en la década de los 90, se involucró tanto en su faceta de informadora, que perdió la vida mientras investigaba sobre los capos del narcotráfico en su país.

La cinta es dura al principio -no le encuentro una razón válida para esa violencia explícita- y a medida que va avanzando, adquiere tintes de sentimentalismo barato, de ése que se centra en pulsar los sensores más básicos del ser humano y que se activan a base de ver a una heroina vilipendiada por sus propios compañeros, a una madre preocupada, a un hijo inocente y a un marido compresivo y bonachón. Decir algo bueno después de las frases anteriores, parece casi imposible, pero lo voy a hacer: la prota, Cate Blanchett, hace bastante bien su trabajo, al igual que la mayoría de los personajes. A destacar, el matrimonio de los malos malísimos, que dan hasta miedo. He de agradecerle, sin embargo, el que me hiciese llorar a moco tendido -no hay nada como una sesión de lagrimeo gratuito-.

De todas formas, mejor que lo digo yo, lo expresa el crítico de Miradas de cine.

¿Con qué me quedé después de verla? Pues con la impresión de que a esta mujer, la película no le hace justicia. Y que la pretensión de Joel Schumacher de dibujar a una heroina en la época del descreimiento está completamente fuera de lugar. Porque no soy capaz de asimilar que Verónica Guerin no dudase en ningún momento, porque no soy capaz de aceptar que el periodismo de investigación sea sólo eso, una historia de buenos y malos, en la que el informador hace el papel del redentor. No. Ha muerto mucha gente por querer contar la verdad al resto del mundo y de hecho, en muchos puntos del planeta se sigue limitando la libertad de expresión por medios violentos -ya sea de palabra o por obra-. Una persona que se enfrenta a algo así ha de dudar, por necesidad, y ha de tener miedo, mucho miedo. Mostrar a una mujer que, en lugar de expresar dudas, de mostrar titubeos, se dedica a ir en línea recta, de forma temeraria, directa a su meta, es cuando menos, hacerle un flaco favor al mundo del periodismo de investigación. No resulta humana -por mucho que el director cuele planos de su vida familiar-, y la verdad, creo que murió por serlo.

Addenda 13:34 h.

Los entrecomillados que se pueden leer en estos comentarios son muy jugosos. Son un claro ejemplo de aquello que dice "del dicho al hecho hay mucho trecho": de las pretensiones de Schumacher y su equipo al producto final, existe todo un mundo de distancia.

El año del diluvio

Me decepcionó. Pasa por encima de la historia, sobrevuela. No se implica: los personajes están encorsetados y existen lapsus en la narración que hace que la evolución de los sentimientos no se entienda, como si todo fuese excesivamente precipitado.

Las relaciones interpersonales son más de lo mismo, y la historia paralela de los maquis, es burda: el lider casi no tiene contacto con la protagonista, y sin embargo... no, no me encajan las piezas. El mero hecho de ver cómo acababan con ellos, cuando uno ha resultado ser su fiel acompañante en las idas y venidas al caserón del "señorito", como si de un perrito faldero se tratase, hubiese sido el momento perfecto para que se produjese una catarsis, una evolución y sin embargo, ella no se rebela contra ese abuso de poder.

Y la ruptura final del tiempo, para acercarla a un pasado relativamente próximo, sobra. Si se pretendía contar cómo se sintió la monja durante todos esos años con respecto a su secreto mejor guardado, situarla en su propia muerte es un recurso demasiado mañido.

Fanny Ardant tampoco es que haya hecho el papel de su vida, desde luego: inconsistente, y abusando de las miradas lánguidas y la medio sonrisa de labios abultados. Dario Grandinetti es, más o menos, como un objeto inanimado: casi no se expresa con el rostro. Parece, por lo que cuentan las criadas, que es un hombe que ha arrastrado pasiones por su carácter temperamental, porque nunca se le ha negado nada, y si eso es verdad, el señorito ha tenido que sufrir un ataque de paralis facial y antes de rodar, seguramente, se habrá tomado unas cuantas tisanas de valeriana: pánfilo a más no poder. Me ha decepcionado.

En fin, que esperaba más. Se deja ver, que ya es importante. La factura es correcta, eso sí. Hay escuela. Desde luego, te hace pensar en cuántas historias, desgarradoras las más, permanecen silenciadas por el paso del tiempo... Lo de los maquis fue tan brutal...

Más datos sobre la pelicula

"El abrazo partido"



Ayer por la noche me enamoré.

Llegamos al Club con tiempo para elegir las butacas menos malas -una sala multiusos mal diseñada, pero bueno...-. Después de buscar las que están justo enfiladas delante de un pasillo -con lo que el espacio es abierto y no hay cabezas molestas-, dejamos las chaquetas y nos fuimos a la segunda sala de exposiciones, donde está la máquina de café y la de las bebidas: éramos poquitos, para no variar. Como mucho, seis o siete personas, en dos o tres grupos de conversación.

Nos gusta apurar el tiempo, porque esa sala tiene la luz tenue y genera intimidad: es propicia para hablar en voz baja. Y allí estábamos, apurando el tiempo. (Finalizo la versión Ana Rosa Quintana porque es un peñazo contar las cosas así. Comienzo con la versión Busco a Jacques a lo monjil/reprimido)

Y entonces ¡ohhhhhhh!, entró Él. De frente, acompañado por uno de los colaboradores del Club. Y me miró. Y le miré. Y me volvió a mirar. Y le volví a mirar. Y mi amiga comenzó a ponerse nerviosa -es lo que pasa cuando vas a los sitios con una mujer mucho más guapa que tú y ésta se da cuenta de que, por un momento, no es el centro de atención-. Y yo dejé de escucharla y pasé sólo a oirla. Quería saber quién era Él. A lo único que me llegó la sesera fue a descubrir que no era español: el acento y una frase suya que escuché al azar -jajaja-: "el amor es lo que tiene... cuando yo vivía con una chica en un departamento de Montevideo...". Claro, que uno puede vivir en Montevideo y no por ello ha de ser uruguayo, con lo que tampoco pude ponerle nacionalidad -a fin de cuentas ¿qué más daba?-.

Ya de vuelta en la sala de proyección, el Director del Club salió a presentar el preestreno, y...¡sí! ¡sí! ¡sí! iba acompañado por el actor principal. ¿Y quién era el actor principal? Era Él.

Lo reconozco: si llego a tener un babero de bebé, me lo coloco. No entro en detalles porque no quiero ponerme más en evidencia.

(Finalizo versión Macho Man, forever -ya quisiera yo- para poner algunos enlaces sobre la peli, que de eso se trataba...)

El abrazo partido consiguió dos premios en la Berlinale 2004, siendo uno de ellos al mejor actor, Daniel Hendler -Él, que por cierto es uruguayo-.

La historia no es excesivamente complicada. Se desarrolla en una galería comercial, ubicada en un barrio bonaerense llamado Once: son las vivencias de los comerciantes las que van conformando, a base de retazos y apuntes, la toma de conciencia, por parte del protagonista, de lo que fue su vida y de lo que, a fin de cuentas, quiere hacer con ella.

Es divertida, ágil y, por momentos, entrañable -me quedé prendada del personaje de la abuela-. No puedo saber si abunda en los tópicos, porque desconozco el país y por descontado, lo que supone el día a día en un barrio tan heterogéneo. Ese sería, si es que lo tiene, el único defecto que se le podría atribuir.

Yo no dejaría de verla.

(Lo publico sin releerlo -por aquello de evitar la tentanción de borrarlo todo-, pero es que hoy ando del revés -más que de costumbre-).

Addenda 11:15

He encontrado una página en la que la información está algo más detallada e incluyen una referencia al director y a su carrera profesional. También hay una galería de fotos de la grabación:



El padre, Elías (Jorge d'Elia)



La abuela (Rosita Londer)





Ariel (Él, Daniel Hendler)

Addenda 13:06

No sé si funcionará -el enlace-, pero por si acaso, aquí se publica la crónica que el Levante ha hecho sobre la presentación.

Addenda 13:41



El bizcocho, aunque visto así, en la bandeja, no lo parece.

Loko Tidiano

Anoche fui al teatro. Nada espectacular -me refiero al hecho en sí-. En este bendito pueblo hay representaciones, como mínimo una vez al mes, y en algunas ocasiones, hasta dos. Resulta asombroso, viendo en estos tiempos tan carentes de motivaciones culturales, que en este municipio, la agenda de actividades sea un prodigio de aciertos; es más, lo que realmente es un prodigio es que sea, que exista. Y con el valor añadido de que el precio de las entradas es asequible, tan asequible que a veces, sino se supiera que, la compañía que representa su espectáculo, cobra su tarifa se llene o no, resulta vergonzoso pagar tres euros por ver una actuación de casi dos horas.

El título de lo escenificado "LOKO TIDIANO". Su intérprete: Luciano Federico. Humor corrosivo hasta provocar dentera. Palabras pronunciadas, aparentemente, de manera intrascendente. Una forma de ver la vida muy cercana a la simplicidad y un sentimiento de rabia e impotencia ante los despropósitos de un padre, por ejemplo, que es capaz de ir a hacer la compra al mercado del barrio, que está a quinientos metros de su casa, en su 4x4; mientras su mujer permanece en casa, esperando a que se le llene la bañera, con los grifos abiertos, a razón de 30 litros por minuto, y sin haberse dado cuenta de que no ha taponado el desagüe.

Me miré el ombligo: estuve tentada de coger el coche para acudir al auditorio, cuando dista de mi casa no más de setecientos u ochocientos metros. Hacia frío y chispeaba. Al final, me dije que no estaría de más que me diese el aire fresco en la cara. En ningún momento pensé en la barbaridad que supone ese tipo de gestos cotidianos.

Addenda 11:45

A destacar, algunas de las películas en las que ha participado:Angustia de Bigas Luna(1983);Barrios altos de J.L.García Berlanga (1985);Luces y sombras de Jaime Camino (1986; El niño de la luna de Agustín Villaronga (1987; Carreteras Secundarias de Emilio Martínez Lázaro (1997)-cómo me gustó ésta-; Insomnio de Chus Gutíerrez (1997;Tic-Tac de Rosa Vergés (1997);A los que aman de Isabel Coixet (1997)-y ésta es tan... no sé... ¿desgarradora? ¿tierna?- y Malena de Giuseppe Tornatore (1999 < 2000)-ésta última, pese a quien le pese, a mí me impactó-.

Planta 4ª

planta 4ª

La vi el sábado por la tarde. En el auditorio-teatro de Xiri. Pantalla grande por dos euros. Vale la pena, como siempre. No hacen películas de relumbrón, porque este tipo de proyecciones están dirigidas al público más pequeño -y a sus padres, claro- y son cosas del tipo "La maldición de la perla negra" -me lo pasé pipa- y similares. Pero me recuerda un poco a los fines de semana de hace casi treinta años...

A lo que iba, la película de Mercero. Me decepcionó. Es muy difícil no caer en el sentimentalismo barato hablando de algo tan duro como el cáncer y además, sufrido éste por niños/adolescentes, y resulta loable que la intencionalidad de esta cinta sea ésa -lo que suele ocurrir con la teoría, que no pasa de ahí-: no caer en el sentimentalismo. Pero poco más.

En realidad no se ceba en el pasteleo melodramático, pero es tan evidente que el director ha querido huir del amarillismo morboso que se ha pasado cuatro pueblos con las situaciones cómicas que recrea para hacer la historia más cercana. El sentido del humor empieza por uno mismo, pero estos niños no saben reirse. Lo hacen francamente mal, como el caso de Juan José Ballesta. Hacía tiempo que no veía cuán evidente era la importancia de un buen director a la hora de valorar la calidad del trabajo de un actor: parece mentira que sea el mismo niño que se dio a conocer con la magnífica película El Bola. En aquella ocasión, Achero Mañas exprimía, sin forzar la cuerda, toda la esencia y naturalidad de este aprendiz de actor. En ésta, Mercero se ha cargado la espontaneidad y le ha insuflado dosis de chulería, estupidez y dramatismo a destiempo hasta decir basta.

La historia hace aguas por todas partes: cuatro niños, que luego acaban siendo tres, porque el cuarto protagonista es sustituido por otro que no es pelón -los pelones es el mote que reciben los cuatro enfermos en el centro médico; les han aplicado quimioterapia y de ahí su aspecto-, que están en una planta de un hospital, en concreto, la de traumatologia. Todos ellos tienen cáncer de hueso. En resumidas cuentas, tratan de mostrarnos lo duro que resulta para un niño el estar en un lugar como ése y lo que hacen para olvidarse de sus circunstancias personales. Esa es la pretensión, claro. El resultado no es más que una concatenación de situaciones más o menos graciosas que vienen provocadas por las "golferías" de los adolescentes en sus correrías nocturnas. Algunas de ellas son increíbles, sobre todo, para la gente que conoce cómo funciona un gran hospital -la de la entrada a la sección de Rayos X es absurda, y la que hacen al laboratorio... ésa no tiene nombre... en un hospital de esa envergadura, el laboratorio está abierto las 24 horas del día-.

Y el cameo de Estopa... eso es más de lo mismo: asegurarse que la película va a ser vista por el elevadísimo número de seguidores de este grupo que canta como si realmente sus neuronas fuesen el deshecho de tejido que les da nombre.

Intrascendente, insustancial, previsible. Deja la sensación de esas cosas que suceden y que cuando pasan, siempre piensas que podían haber sido mucbo mejores. El especialista de La Butaca le perdona los numerosos defectos y cae rendido ante la historia, pero a mí me da la impresión de que se deja llevar por lo que le hubiera gustado ver y no por lo visto realmente. La historia podría haber dado mucho juego, pero no pasa de ser una recopilación de anécdotas y trastadas de adolescentes, que se salpican, de cuando en cuando, con preguntas del tipo "¿por qué ellos sí y nosotros no?".

Un último apunte: si bien Juan José Ballesta resulta poco creíble en algunas escenas -de verdad que en dos de ellas hasta me impresionó la vacuidad de los gestos y la poca credibilidad de lo expresado-, sería desproporcionado decir que no lo hace bien: salvo cuatro o cinco tropiezos, el papel lo borda. Pero claro... es un papel estereotipado y carente de hondura. No hace falta decir que de eso él no tiene la culpa. Luis Ángel Priego (Izan) y Gorka Moreno (Dani) están a la altura, que ya es mucho. La mirada de Izan salva algunas secuencias tipo Garci, todo un logro.

Sólo te tengo a ti

La encontré. Sí. Me ha costado, pero al final, di con ella. En realidad, lo que he encontrado ha sido el título de una película. No conseguía acordarme, para variar. Hace unos días, en los comentarios a la entrada titulada Ráfagas, la puse como un ejemplo de la diferencia que puede llegar a existir entre una misma situación contada por dos personas diferentes.

Me he dado cuenta, a medida que iba buscando, de la cantidad de cine francés que he visto en los últimos tres años... He ido guardando todas las referencias, para ver si un día de estos escribo sobre la visión tan ¿austera? que algunos directores franceses tienen de la vida. No deja de sorprenderme... También es cierto que la percepción puede que sea sesgada -en cuanto a la visión austera-. Me explico: las películas que veo son las que se proyectan en el Club Levante, y es su director el que selecciona, con lo que yo ya voy con el menú elegido, por decirlo de alguna forma. Casi siempre es cine alternativo o poco comercial. Todavía recuerdo la semana en la que, contra toda costumbre, pasaron tres películas seguidas: el martes,Dogville, el miércoles, Good by, Lenin!, y el jueves, Elephant. Ahí es nada...

A lo que iba, que me voy de una cosa a la otra. La película que ha motivado este buceo sabatino en Google es Sólo te tengo a ti. No deja de sorprenderme el hecho de que, en las dos críticas que hay sobre ella en la referencia de la web La Butaca, una sea muy elogiosa y la otra la deje casi por los suelos, cebándose sobremanera, en el papel de la protagonista, interpretado por Audrey Tatou -le celebérrima Amèlie-. Personalmente, no me parece que sea para eso. Vamos, que no. Es cierto que su forma de actuar recuerda algo a la inocencia de la película que la ha hecho famosa, pero no deja de ser anecdótico. Su cara es el estereotipo de la dulzura y la felicidad absolutas, pero en esta película hay trampa, y la trampa de una cara bonita puede llegar a ser perversa.

He buscado más cosillas sobre la peli, y he encontrado algunas curiosidades y una entrevista a la directora, Laetitia Colombani.